El segundo trimestre llegó con cambios evidentes. Stacy ya lucía una pequeña pancita que Mateo adoraba acariciar cada mañana, como si en ese simple gesto pudiera decirle todo lo que sentía. La energía volvía poco a poco a su cuerpo, y los mareos matutinos comenzaban a ceder.
Sus días se llenaron de preparativos suaves: exploraban nombres, soñaban con la habitación del bebé y se sorprendían al descubrir lo profundo que se volvía su vínculo. Mateo comenzó a llevar un diario donde le escribía cartas a su hija, imaginando cómo sería tenerla en brazos.
—Cada vez que te pienso, me tiemblan las manos —confesó una noche, acariciando el vientre de Stacy—. No sé si estoy listo… pero voy a ser el mejor papá que pueda.
—Lo serás —le aseguró ella, tomándolo del rostro—. Porque ya lo eres. Desde que supiste que existía.
La ecografía de la semana 19 fue distinta. Había algo en el aire, una mezcla de ansiedad y ternura contenida. Mateo sostenía la mano de Stacy mientras el médico recorría su vientre con el transductor. En la pantalla apareció la silueta del bebé, más clara que nunca: las piernas, los brazos, los movimientos pequeños que parecían olas suaves en el mar.
—¿Quieren saber el sexo? —preguntó el médico.
Ambos asintieron al mismo tiempo, con una sonrisa nerviosa.
—Es una niña.
El silencio se llenó de emoción. Stacy se llevó las manos al rostro, llorando con una mezcla de risa y asombro. Mateo se inclinó a besar su frente, su nariz, su vientre.
—Mi niña —susurró—. Nuestra hija.
Esa noche, Stacy pintó una acuarela con tonos lilas y rosados. No tenía una forma concreta, solo era una mezcla de emociones convertidas en color. Mateo la enmarcó y la colgó en la habitación que pronto sería de su hija.
Le pusieron un apodo secreto mientras decidían el nombre real: “Estrellita”.
Pero como todo en la vida, no todo era calma.
Una semana después, Mateo fue convocado a una reunión urgente con los directivos del equipo. La temporada que venía sería clave, y querían que él participara no solo como mentor, sino como jugador activo en partidos clave. La carga física y mediática sería alta.
Mateo salió de la oficina con la mente dividida. Era un honor, sí, pero también una presión inmensa. Y ahora que Stacy estaba embarazada, su corazón tiraba en otra dirección.
—¿Y si esto me aleja de ustedes? —le confesó esa noche.
Stacy lo escuchó en silencio. Luego se sentó frente a él y le tomó las manos.
—Tú no eres solo un jugador. Eres un hombre completo. Si decides hacerlo, te apoyaré. Pero si eliges decir no, también te apoyaré. Porque esto… —tocó su vientre— también es tu campo.
Sin embargo, los medios se enteraron de la oferta, y comenzaron a especular. Un periodista filtró la posibilidad de su regreso activo, y en pocas horas la prensa deportiva estalló. Llamadas, mensajes, titulares: “Mateo Rivera podría volver a las grandes ligas con fuerza”, decían.
Eso alteró la paz de su hogar. Paparazzis rondaban su edificio, y hasta un dron apareció sobre su terraza. Stacy comenzó a sentir ansiedad. La tranquilidad que necesitaba para su embarazo empezaba a romperse.
Una mañana, se despertó sobresaltada tras un sueño confuso. Mateo estaba en el entrenamiento, y ella sola en casa. Tocó su vientre instintivamente. Estrellita se movía.
—Está bien —se dijo—. Todo va a estar bien.
Pero algo dentro de ella sabía que estaban entrando en una etapa donde debían tomar decisiones firmes.
Mateo, por su parte, se enfrentaba a su propio conflicto. ¿Sería egoísta aceptar ese rol ahora? ¿O estaba dejando pasar una oportunidad irremplazable? El peso del “deber” lo atormentaba.
Esa noche, mientras cenaban en silencio, Stacy rompió el hielo.
—Necesitamos hablar —dijo—. Pero no de lo que esperan de ti… sino de lo que tú esperas para nosotros.
Él la miró con los ojos nublados.
—Lo único que quiero… es estar presente. Para ti. Para ella. Pero también quiero sentirme útil. Vivo. Capaz.
Stacy se levantó, caminó hacia él y se sentó en sus piernas.
—Entonces hagámoslo a nuestra manera. Ni solo en el campo, ni solo en casa. Podemos crear nuestro propio ritmo. Nuestro propio equilibrio.
Mateo asintió. No tenían todas las respuestas, pero sí algo mejor: la voluntad de intentarlo, juntos.
Esa noche, mientras la ciudad dormía, Stacy sintió el primer pequeño movimiento real dentro de ella. No fue un golpe, ni una patada, sino un roce suave. Como si Estrellita les dijera: “Estoy aquí. Y estoy bien.”
—Se movió —susurró, tomando la mano de Mateo y llevándola a su vientre.
Él sintió el leve contacto. Cerró los ojos. Y por primera vez en días… respiró con paz.