Primera Base , Primer Amor

Capítulo 44: Entre viñedos y suspiros

El sol dorado de la Toscana bañaba los campos de cipreses y viñedos mientras Mateo y Stacy caminaban tomados de la mano por un sendero serpenteante. El aire olía a tierra húmeda, uvas maduras y promesas susurradas.

Después de dejar a Alma en casa con su nana, decidieron entregarse a un viaje solo para ellos. Cada rincón de Italia parecía susurrarles historias de amor y aventura.

Recorrieron pueblos medievales, degustaron vinos exquisitos y compartieron risas bajo cielos pintados de naranjas y lilas. La conexión entre ellos crecía en cada mirada, en cada roce sutil que encendía una llama difícil de apagar.

Cuando el crepúsculo los encontró en una pequeña villa, con las calles empedradas y luces cálidas, decidieron regresar al hotel, con la piel aún vibrando por el encanto del día.

Ya en la habitación, con las ventanas abiertas dejando entrar el fresco aroma de los jardines, Mateo se acercó a Stacy con una mezcla de ternura y deseo.

Sus manos recorrieron la curva de su cintura, bajaron lentamente hasta sus muslos, mientras sus labios buscaban los de ella con urgencia contenida.

El roce de su piel contra la suave tela de la blusa fue un preludio a la pasión que se desató en minutos.

Se despojaron de las prendas con una ansiedad llena de amor y necesidad. Cada caricia era un poema, cada beso un verso ardiente que se escribía en sus cuerpos.

La cama, amplia y acogedora, los recibió en un remolino de suspiros y gemidos.

Mateo exploraba con dedos y labios cada rincón de Stacy, mientras ella respondía con un fervor que mostraba cuánto los había extrañado.

El tiempo pareció detenerse mientras se entregaban al deseo con intensidad, una danza de piel y alma donde nada importaba más que el ahora.

Sus cuerpos se movían en perfecta sincronía, creando una melodía de placer y conexión profunda.

Cuando finalmente sus corazones encontraron el ritmo final, se quedaron abrazados, respirando al unísono, envueltos en una burbuja de amor y erotismo.

Después, mientras el viento italiano acariciaba las cortinas, Stacy apoyó la cabeza en el pecho de Mateo y susurró:

—Este viaje… es más que un escape. Es un renacer.

Él le acarició el cabello y respondió:

—Y tú eres mi hogar, dondequiera que estemos.

Las manos de Mateo recorrían el cuerpo de Stacy con una mezcla de deseo y reverencia, como si cada centímetro de su piel fuera un territorio sagrado que quería descubrir una y otra vez. Sus dedos se deslizaron lentamente por su cuello, bajaron por sus clavículas, rozando con delicadeza que encendía un fuego apenas contenido.

Stacy suspiró profundamente, su cuerpo arqueándose hacia él, buscando el contacto que la hacía sentirse viva y completa. Su piel era un lienzo para las caricias de Mateo, quien bajaba ahora a su cintura, apretando suave pero firme, invitándola a perderse en el momento.

Sus labios se encontraron en un beso profundo, húmedo, explorador, que parecía absorber todo el aire de la habitación. Mateo mordió suavemente el labio inferior de Stacy, provocando un gemido bajo que vibró entre sus cuerpos. La pasión crecía con cada roce, cada susurro.

Él deslizaba sus manos por debajo de la blusa, sintiendo la piel tibia y tersa de Stacy, mientras ella corría los dedos por la espalda de Mateo, trazando líneas que solo ellos podían comprender. La habitación se llenó de sus respiraciones aceleradas y los susurros entrecortados de sus nombres.

Los cuerpos se acercaban y se separaban, un vaivén hipnótico que los llevaba más allá del tiempo y el espacio. Mateo la levantó con facilidad, llevándola a la cama con la suavidad de quien protege un tesoro. Allí, cada movimiento se volvió un lenguaje de deseo y entrega absoluta.

Sus pieles se encontraron desnudas, temblando por la electricidad que fluía entre ellos. Stacy cerró los ojos, entregándose sin reservas, sintiendo cómo cada caricia y cada beso eran promesas de amor y pasión eternas.

Cuando finalmente se unieron, fue un instante eterno, un estallido de sensaciones que recorrió cada fibra de su ser. Sus cuerpos se movían al compás de un latido común, fusionándose en una danza donde solo existían ellos dos.

Después, entrelazados y exhaustos, se miraron a los ojos con la certeza de que nada en el mundo podría separar ese momento, ni el amor que los unía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.