Primera luz en la Oscuridad

Capitulo 11

Lia...

La conciencia me fue devuelta a la realidad no por el sueño, sino por un hormigueo persistente en mi brazo derecho, completamente entumecido. Parpadeé, desorientada, contra la luz grisácea de la mañana que se filtraba por la ventana. Mi mente, aún envuelta en las telarañas del sueño, tardó un segundo en registrar dos cosas: la primera, que el dolor en mi vientre había remitido a un latido sordo y manejable. La segunda, y más alarmante, era el calor contra mi oreja y el sonido bajo y constante que salía de allí.

No era un ruido cualquiera. Era una respiración profunda y rítmica.

Mis ojos se abrieron de par en par, toda somnolencia evaporada en un instante por un chorro de adrenalina pura. Con movimientos torpes, retiré el teléfono de mi cara. La pantalla seguía encendida, mostrando la misma interfaz de llamada de anoche. Pero ahora, en lugar de un contador de minutos, mostraba un número imposible: 6h 47m.

¡Seis horas! ¡La llamada había estado activa toda la noche!

Mi corazón se puso a martillear contra mis costillas con una fuerza que me dejó sin aliento. ¿Él…? ¿Había estado ahí todo el tiempo? ¿Escuchándome dormir, respirar, quizá incluso gemir de dolor en sueños? Un calor que nada tenía que ver con la fiebre me subió por el cuello hasta las mejillas. Fue una mezcla de vergüenza, incredulidad y una punzada de algo extrañamente cercano al… no, no podía ser ternura. Era incomodidad. Tenía que serlo.

Con dedos que temblaban levemente, busqué desesperadamente el botón para finalizar la llamada. Lo presioné como si el aparato estuviera al rojo vivo. La pantalla se apagó, sumiendo la habitación en un silencio repentino que pareció gritar. Me quedé sentada en la cama, el único sonido era el batir acelerado de mi propio corazón. ¿Qué mierda acababa de pasar?

Necesitaba moverme, necesitaba romper el hechizo absurdo de esa llamada interminable. Me levanté, dejando el teléfono sobre la cama como si fuera una bomba a punto de estallar, y me refugié en el baño.

El agua de la ducha, caliente y vigorizante, ayudó a lavar parte de la turbación. Me cepillé los dientes con furia, como si pudiera borrar los restos de la vulnerabilidad de la noche anterior. Me vestí con piloto automático: un shorts corto negro y una blusa holgada del mismo color. Mi armadura contra los días difíciles.

Bajé a la cocina y preparé mi desayuno—unas tostadas con aguacate—y luego me puse con los oficios de la casa con una energía que nació más del nerviosismo que de la voluntad. Fregar, barrer, ordenar. Cada movimiento era un clavo para clavar sobre el recuerdo de su respiración al otro lado de la línea.

Mami😚

Llegamos más tarde, llevo a los chicos a comprar zapatos.¿Todo bien?__ Respiré aliviada. Necesitaba un poco de espacio para ordenar mis ideas.

- Si, mamá todo bien. Se fue la luz un rato anoche, por eso, no vi los mensajes.__ Mentir a medias era más fácil que explicar la verdad.

Poco después, Jane escribió.

Meja🧐🍷

Cómo se que te conviertes en un eremita con el periodo, voy yo ademas necesito salir me voy a volver loca. Abre en 20.__Una sonrisa pequeña se dibujó en mis labios. Jane, mi ancla en medio de cualquier caos.

Mis padres y mis hermanos llegaron en un torbellino de bolsas y risas. Ludian, fue directo a la consola y Mary, me abrazó por la cintura contándome emocionada sobre sus nuevos zapatos de deporte. Le conté a mi mamá la misma historia de la luz, y ella asintió con un "estás pálida, descansa hoy", antes de ir a guardar las compras.

Unos minutos después, el timbre anunció a Jane. Mary corrió a abrir y pronto sus pasos ligeros subieron las escaleras. La puerta de mi habitación se abrió sin ceremonias y apareció ella, con su sonrisa amplia y su energía contagiosa. Se lanzó sobre mi cama como si fuera la suya.

—¡Buenos días, persona-humana! —dijo, hundiéndose en las almohadas.

Reí, y por primera vez en la mañana, fue genuino. Hablamos de todo y de nada: de la universidad, de que las inscripciones empezaban pronto, de un chisme intrascendente de una compañera de clase. Era fácil, familiar. Pero sabía que no podía posponerlo más. Había algo que necesitaba sacarme de dentro.

— Jane — dije, mi tono serio haciendo que ella dejara de hablar y me mirara con atención —. Tenemos que hablar. En serio. Esto es… entre nosotras.

Ella se incorporó, cruzando las piernas y poniéndose en modo "audiencia". —Vaya. Suena importante. Dispara.

Tomé aire. Y se lo conté. Todo. La llamada de Alex aquella noche de lluvia, cómo me llevó a casa, la tensión entre nosotros, las constantes llamadas, su confesión de que estaba en Margarita y de que necesitábamos hablar cuando volviera… mañana. Le conté incluso lo de la comida que me mandó ayer, omitiendo prudentemente el detalle de la tarjeta y su mensaje personal.

—¡¿Te mandó comida porque ibas a comer tarde?! — saltó Jane, con indignación de mejor amiga —. Lia, ¡te he dicho mil veces que no saltes comidas! ¡Se te va a caer el pelo! Aunque… — su enojo se matizó con una sonrisa pícara—, que un chico tan… él… se preocupe por tu alimentación es… diferente.

Su mirada vagó por la habitación y se clavó en el estante. Sus ojos se abrieron como platos.

— Coño. ¿Eso es…? ¿Es el Katsuki Bakugo de edición limitada? ¡Lia! ¿Cómo coño…?

Me ruboricé. —Fue… Alex.

Jane dejó escapar un chillido ahogado.

—¡¿Qué?! ¡No me digas! ¡Es grandioso! ¡Es un detallazo! ¡Nadie ha hecho algo así por ti!

__ ¡Shh! No grites ¿quieres que nos maten? A mi sobretodo.

Y ahí estaba. La verdad incómoda. Miré la figura, y por primera vez, no sentí esa punzada de emoción. Sentí un peso.

—Sí, lo fue —admití, mi voz sonando más plana de lo que esperaba—. Pero… ahora mismo, ese tipo de cosas ya no me importan. O no deberían importarme. Tengo que sentrarme en la universidad.




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