Alex...
Dos días. Cuarenta y ocho malditas horas.
El jet privado había aterrizado hacía dos días, devolviéndonos en dónde se supone que será la reunión familiar en unos meses. Dos días en los que el mundo se había reducido a la pantalla de mi teléfono y a una calle silenciosa frente a una casa que se había convertido en mi obsesión personal.
La primera noche, apenas dejé las maletas, intenté llamarla. El tono sonó hasta agotarse, pasando a un buzón de voz impersonal que me pareció el mayor de los insultos. Probé con los mensajes de Instagram. "Lia, necesito hablar contigo.¿Por qué me ignoras?. ¿Qué pasa con esa foto? Necesito aclarar las cosas. Los ticks azules aparecían, confirmando que los había visto. Pero la respuesta era el vacío. Un silencio deliberado y ensordecedor que hacía eco en cada rincón de mi cabeza.
Ese silencio era un castigo, y no entendía el delito. ¿Es por asegurarme de que estuviera segura mientras no estaba? ¿O Por haberme quedado escuchándola dormir? La idea me pareció ridícula. Ella había sido quien colgó. No, tenía que ser por algo más. O por alguien más. La imagen del tipo con gafas, con su brazo rozando el de ella, se incrustaba detrás de mis párpados cada vez que cerraba los ojos.
La frustración era un veneno que me corría por las venas. Necesitaba una explicación. Necesitaba verla, confrontarla, arrancarle la verdad con mis propias manos si era necesario. Y por eso, como un maldito lunático, había convertido en ritual pasar frente a su casa.
Ahora mismo, el motor de mi motocicleta ronroneaba en neutro a media cuadra de su fachada. Mis dedos goloteaban un ritmo impaciente sobre el volante. Mis ojos, ocultos tras el casco, no se despegaban de la puerta principal. Esperaba. Esperaba como un idiota a que esa puerta se abriera y ella apareciera, aunque solo fuera para poder bajar la ventanilla y gritarle que dejara de actuar como una niña.
Pero la puerta permanecía impasible. Cerrada. Como su teléfono. Como ella.
Cada mañana, daba una vuelta enfrente de su casa. Cada tarde, después de ayudar a mi padre con papeles de la empresa, volvía a pasar. Nada. Era como si se hubiera esfumado. ¿Estaba enferma? ¿Es que no salía nunca? ¿O me estaba evitando a mí de una manera tan metódica que había calculado hasta mis horarios?
Un gruñido de pura rabia me salió de la garganta. Apoyé en la motocicleta, sintiendo el frío del cuero contra mi piel. Esto era absurdo. Yo era Alex... yo no hacía cola por nadie. No suplicaba la atención de nadie. ¿Por qué estoy haciendo esto?¿Por qué diablos me rebajo por una mujer?¿Qué tiene ella?
¿Qué tienes de especial?. En ese momento, no tenía una respuesta clara. Solo tenía esta sensación de urgencia, de posesión herida, de necesidad de respuestas que se enredaba en mi estómago como un nudo de serpientes.
La necesitaba frente a mí. Necesitaba oír su voz. Necesitaba que esos ojos, que recordaba demasiado bien, me miraran otra vez. No había otra posibilidad. Ella solo estaba siendo obstinada, jugando un juego estúpido.
Levanté la cabeza, la mirada fija de nuevo en la puerta. Estaba decidido. No podía seguir así, convertido en un espectro acechando en su calle. Si ella no salía, tendría que encontrar la manera de hacerla salir. O de entrar yo.
Así sus padres me vieran no importa.
Una idea comenzó a formarse en mi mente, peligrosa y desesperada. Tal vez...
Cerré los puños con fuerza, recordando la estúpida felicidad de aquella mañana al despertar con su respiración en el oído. Todo se había torcido. Y yo, que siempre tenía el control, me sentía completamente fuera de él, a merced del silencio de una chica que, al parecer, no quería saber nada de mí.
"Esto no va a quedar así, Lia", murmuré para mis adentros, arrancando la motocicleta con un rugido que rompió la paz de la calle. Vas a tenerme que dar esa explicación, te guste o no. Me importa un carajo si no somos nada... Eso está por verse. Eres mía y de nadie más.
Mientras me alejaba, la imagen de su sonrisa en esa foto seguía ahí, clavada en mi cabeza.
Lia...
Dos días. Cuarenta y ocho horas de este encierro autoimpuesto.
Mis dedos se aferran al borde de la ventana. Lo ignoro. Ignoro sus llamadas. Sus mensajes que pasan de la confusión a la exigencia. "¿Qué pasa con esa foto?". Como si tuviera algún derecho a preguntar. Como si aquella llamada de madrugada, su respiración siendo lo último que escuché, le hubiera dado algún título sobre mí.
Pero no es solo eso. No es solo el orgullo herido o la confusión que me genera. Es algo más físico, más inquietante. La regla se me había quitado pero aún asi no pienso salir. No es un miedo racional, simplemente no quiero hablar con el.Tal vez sea una cobarde. Pero no me importa.
No puedo enfrentarme a él. No ahora. No cuando me siento extraña.
Y él lo sabe. Sabe que estoy aquí. Lo siento. Esa es la parte más aterradora. Sabe que su acoso silencioso, su constante pasar y pasar, me está volviendo loca. Quiere una reacción. Quiere que salga ahí fuera, a darle sus malditas explicaciones.
El debería aclarar las cosas. No tenía porque mandar a alguien a vigilarme sin mi permiso.
Pero lo que más rabia me da, lo que realmente envenena mi sangre, es recordar que esto no es nuevo. Incluso cuando él no estaba, sus ojos me vigilaban.
Rían.
El recuerdo de Rían parado en la misma acera, con su mirada fría y obediente, reportando mis movimientos a su jefe en Margarita, me hace estremecer. Alex nunca se fue. Su sombra siempre estuvo aquí, al otro lado de la ventana. Ahora es él en persona, pero la sensación es la misma: soy un pájaro en una jaula de la que no sé cómo escapar.
Bajo las persianas por completo, sumiendo la habitación en una penumbra cobarde. Me desplomo contra la pared, hundiendo la cara en las rodillas. Mi teléfono está en modo avión, enterrado bajo la almohada. No puedo ver sus mensajes. No puedo tentarme a responder.
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Editado: 23.10.2025