Primeras veces: Cuando el amor es tu mayor miedo

Capítulo 3: Sonrisas y recuerdos

Íbamos caminando en silencio por una colina que era solitaria a más no poder, el único lugar de ella donde no había yerba verde ni árboles era el pequeño sendero de tierra por el que se notaba que cruzaban con regularidad. En el cielo no había una sola pizca de nube acentuando más la privacidad del lugar y el aire iba lento como si le molestara interrumpir el sueño de los árboles al mover sus hojas.

Yo iba acariciando la yerba con mi mano derecha, mientras en la otra traía las botas. Sentir la tierra compacta y ligeramente tibia bajo mis pies era relajante.

―Esto sigue tal como lo recordaba ―comenté con una sonrisa.

―Al parecer hay cosas que no cambian, sin importar el tiempo que pase ―contestó Anthony. Sus palabras sonaron muy profundas como si se estuviera refiriendo a algo en específico, algo importante para él.

Me miró un segundo, mostró su sonrisa de medio lado y volvió a mirar hacia delante.

―¿Recuerdas la vez que vinimos solos por aquí? ―preguntó ahora mirando el camino, como si temiera que yo no lo recordara.

―Cómo olvidarlo. Fue la última vez que te vi antes de irme, y también fue una tarde única.

Había pasado mucho tiempo de aquello, pero era uno de los recuerdos más lindos que tenía de la infancia, tal vez porque mientras todo mundo estaba envuelto en un caos nosotros estábamos persiguiéndonos en la yerba, mirando el cielo y dando vueltas en el suelo, o tal vez, porque ese día nos dijimos que nos queríamos por primera vez. Fue una cosa de niños, lo sé, pero recordarlo siempre me saca una sonrisa.

Me enfoco en recordar solo nuestro tiempo juntos, ese en que reinaron las risas y el cariño, porque al pensar en lo que pasó esa noche al regresar a casa, todo deja de ser tan lindo y si dejara a mi mente viajar hasta allí vería mi casa llena de personas extrañas y conocidas, mirándome con lástima, el llanto de mi madre aparecía nuevamente en mis oídos nublando mi sonrisa, luego mis gritos y forcejeos con mi padre por no querer irme a la ciudad me golpearían, y si apareciera el rostro de mi hermana en el recuerdo... odio llorar.

Por eso prefiero ver ese día como el más lindo de mi infancia y bloqueo lo demás, lo que lo convertiría en el peor día de mi vida, aquel en que perdí mi hogar, a mis amigos, a mis padres, a mi hermana y todo lo que me importaba en ese entonces.

―Me alegra saber que no soy el único que lo piensa. ¿Qué has hecho en la ciudad todos estos años?

―Estudiar. Ese podría ser el resumen perfecto de mi vida. Hice cursos de idiomas que al final no terminé, de manualidades, de piano y demás. Pero también, hice un grupo de amigos y, de vez en cuando, salgo con ellos a pasear, así que no me quejo.

Se quedó callado un rato como si procesara lo que dije punto por punto.

―¿Amigos?― preguntó luego.

―Sí. Luis, Amanda y Laura son realmente increíbles. Sería lindo que los conozcas alguna vez. Estoy segura de que les caerías muy bien.

―Si tú lo dices ―por su respuesta supe que no le agradó mucho la idea y cambié el tema.

―Oye, ¿Tú qué tal has pasado los años por aquí?

―No me puedo quejar. Ya soy tío. Estoy trabajando para pagar mis estudios y, en unos meses, me iré a la universidad.

Sonreí viendo como su cabello se movía de forma hipnótica con el viento.

―¿Qué vas a estudiar?

―Educación, quiero ser maestro de literatura ―soltó bajando un poco la voz, como si temiera que los árboles a nuestro alrededor lo escucharan.

―Wow, esa una profesión un poco complicada, manejar más de diez muchachos rebeldes no es pan comido, pero seguro que podrás con eso y más.

Me sonrió.

―Gracias. La única persona que me había apoyado hasta ahora era mi madre, así que me vienen bien tus palabras.

Le puse la mano en el hombro.

―Siempre puedes contar conmigo para lo que sea. ¿Y cómo es eso de que eres tío?

―Mi hermana mayor se casó y tuvo mellizos. Son tremendos, pero los quiero mucho ―se detuvo abruptamente mirando hacia donde nos dirigíamos, yo copié sus movimientos sin entender su reacción. ―Ponte las botas. No creo que quieras pisar eso.

A unos quince pasos de distancia, justo al pie de la colina por la que íbamos, se abría paso un terreno plano repleto de lodo y pequeños charcos de agua, y tras este había un camino al borde de un precipicio que sí, estaba también cubierto de lodo.

Sonreí emocionada.

―Realmente sigue como lo recordaba ―empecé a andar de nuevo alegremente y mi compañero me miró como si estuviera demente, antes de alcanzarme con dos zancadas.

―No te las vas a poner, ¿verdad? ―preguntó resignado.

Le di una palmada en el hombro nuevamente.

―Veo que empiezas a recordarme, amigo mío.

Eso le sacó una sonrisa.

―Por lo menos no te acerques mucho a la horilla del camino, eso solía gustarte y no quiero tener que despedirme de ti tan pronto.

Esta vez fue mi turno de reír.

Al llegar al lodo, metí mis pies en un charco de agua sucia al instante. Mis pies se ensuciaron y el rostro de Anthony se tornó incrédulo a ver que mi pantalón amarillo llevaba el borde marrón, pero yo me encogí de hombros y seguí como si nada.




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