Me acosté en la cama mirando el techo de mi habitación.
Estaba pintado de azul y blanco, simulando el cielo, mientras que todo lo demás era de un rosa intenso, y cuando digo todo lo demás, hablo del armario, la peinadora, un sofá que estaba junto a la cama, la lampara de noche, las perchas vacías y hasta las sábanas. Pasando mi vista solo encontraría una cosa de un color diferente: el espejo, y hace unos años si hubiese podido, también lo habría pintado de rosa.
Estar allí se sentía extraño. Ya no era ese lugar feliz en que saltaba de pequeña, donde tiraba juguetes en todos lados y me escondía para que mi hermana me encontrara. Ahora solo era un lugar que me recordaba lo ingenua que había sido antes. La vida no es color de rosa.
Me puse de pie y salí de allí.
Hacía unos días que no veía a Anthony. Él ya no iba a casa porque había terminado de tumbar y vender el cacao con mi padre, y cuando salía yo a buscarlo, o estaba en algún conuco o nadie sabía su paradero. Eso me puso a pensar en lo que dijo su madre.
¿Y si cuando nadie sabía dónde estaba andaba con esa muchacha? Antes desaparecíamos juntos y andábamos el campo de arriba abajo ¿Y si ahora lo estaba haciendo con ella?
Me pasé la mano por la cara, enojándome conmigo misma. Estaba pensando en tonterías. Anthony era libre de hacer lo que quisiera con quien le diera la gana y a mí no me debería de importar.
Bajé los escalones, y cuando me disponía a abandonar la casa, vi a mi madre sentada en el sofá. Tenía un libro en manos y parecía muy concentrada leyéndolo, pero al sentir mi presencia levantó los ojos y tras unos segundos de mirarnos en silencio, dejó lo demás a un lado.
―¿Te pasa algo Cristina? ―palmeó el sofá junto a ella.
Yo caminé a paso lento y me senté allí.
―No, mamá. Estoy bien ¿Por qué la pregunta?
―Bueno, no te ves tan feliz que digamos. Además, estabas en tu habitación desde hace una hora, cosa que no suele ocurrir muy a menudo. Vamos, cuéntame que pasa.
Me pasó la mano por la espalda con ternura.
Centré la mirada en el suelo y empecé a darme cuenta de que nunca había hablado con mi madre de algo personal, nunca le había contado una preocupación mía y mucho menos le había hablado de mis emociones, tal vez, porque aunque le echaba la culpa principalmente a mi padre por todo lo que pasó, sabía que ella lo había apoyado siempre y, vamos, ¿qué me garantizaba que no iría donde él a contarle lo que sea que le dijera?
Desconfiar de tus propios padres es una mierda.
―Estoy bien ―me puse de pie sintiendo que su cercanía me asfixiaba ―solo necesito ir a dar una vuelta porque ya me estoy sintiendo sofocada aquí adentro.
Me obliqué a sonreír y salí de la casa.
No tenía ningún plan o dirección en mente, solo vi el camino que se perdía entre árboles y empecé a seguirlo.
En los lugares empinados me detenía. El viento desordenaba mi cabello con violencia. Las praderas teñidas de un verde intenso me invitaban a ir a él y recostarte en la yerba. Otras, con una mezcla de flores amarillas, naranjas y blancas pequeñas pintaban el terreno majestuosamente.
Caminé muy lento una hora. Tal vez dos.
Luego de haber subido unas veinte veces, y bajado otras tantas, me encontré en el lugar que ya conocía bastante.
La lomita.
Subí hasta el punto más alto y me quedé allí un buen rato, apreciando el mundo que se veía ante mis ojos.
La casa de mis padres podría estar perdida en ese gran paisaje, sin embargo, cuando estaba en ella los arboles eran algo ordinario. Ni siquiera les prestaba atención.
¿Pasará lo mismo con las personas? ¿Habrá que tenerlas lejos para verlas de forma extraordinaria? Eso explicaría por qué mi mente no deja de recordarme a Anthony.
Mi hermana alguna vez me habló de él tema, pero no lo recordaba del todo. Me hubiese gustado hacerlo en ese momento.
La opresión en el pecho apareció y la ignoré.
Me recosté en el suelo con las manos detrás de la cabeza. Empecé a mirar a las nubes moverse y sentir el viento en mi piel.
No supe en qué momento mis ojos se cerraron, pero al abrirlo, ya era de noche.
Me senté rápido y llevé la mano a la cabeza mientras me quejaba del dolor.
El sol se había ido del todo dándole el espacio a la luna de aparecer alumbrando mínimamente todo. El paisaje hermoso en esos momentos se veía como una gran masa negra sin ningún mérito más que dar miedo. El viento cantaba igual de alegre que antes, pero el movimiento de los árboles, solo me hacía desconfiar.
No tenía idea de la hora, pero las estrellas estaban empezando a aparecer en el cielo. Mis padres probablemente me estaban buscando o bien se habrían ido a dormir.
Me rasqué la cabeza y miré hacia el camino de vuelta.
Estaba todo muy oscuro y no era muy seguro ir por allí de noche, cualquier resbalón podría mandarme al final de un precipicio. Pero ¿Qué otra opción tenía?
Cristina, no eres miedosa, nunca lo has sido y no lo serás ahora. Me dije en voz alta.
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Editado: 11.07.2025