Estaba encerrada en casa, literalmente.
Al día siguiente del pequeño suceso, mi padre volvió a ser el mismo de siempre, controlador y gruñón, y mi madre volvió a ponerse de su lado. Me prohibieron la salida de la casa y se pasaban el día vigilándome. Era asfixiante tenerlos encima de mí todo el rato, pero no tenía opción.
Mi padre incluso había dejado de ir a trabajar y eso ponía peor la cosa porque él y yo todo el día en la misma casa, solo hacíamos discutir por una cosa o por la otra. Aunque debo admitir que la mayoría de las veces era yo quien iniciaba la discusión.
Entré a la cocina ese día y, como de costumbre, la señora Juana estaba allí. Limpiaba unas verduras bajo el lavabo. Empecé a caminar hacia la puerta trasera.
―Hola, Cristina ―dijo mientras se giraba.
―Hola, Juana ―dije deteniendo el paso.
Me sonrió y siguió en lo suyo.
―¿Qué haces aquí? ¿Necesitas algo?
―Sí, necesito salir de esta casa o voy a morir de aburrimiento.
―Oh, ya veo. Solo viniste a escaparte por la puerta trasera.
―Algo así.
No esperaba que estuviera allí ese día.
―Pues déjame decirte que tu padre está en el patio y en cuanto te vea, va a haber problemas.
Solté un suspiro de cansancio. Ella me sonrió con ternura.
―Tranquila, en unos días se calmarán las cosas y podrás salir.
Vació arroz en una olla y empezó a sacudirlo.
―Han pasado tres días desde lo sucedido y yo estoy aquí, además, no me pasó nada. Mis padres solo están exagerando y ahora pretenden tenerme encerrada aquí hasta que las vacaciones se acaben.
Me recosté en la pared junto a la puerta y permanecí observándola sacudiendo el arroz.
―Tus padres te quieren más de lo que te imaginas y no sabes lo desesperados que estaban cuando no te encontraron en la casa. Puede que ahora no les hagas caso a mis palabras porque así son los hijos, creen que todo lo que hacemos los padres es por molestarlos, pero no es verdad y un día lo entenderás.
―Ojalá ―dije algo melancólica ―¿Quiere que la ayude en algo? Lo que sea, de verdad necesito distraerme.
Se quedó pensativa un momento y luego me pasó el arroz.
―Límpialo mientras voy a ver cómo está el fogón ―asentí y empecé a sacar los granos de arroz que aún tenían cáscara.
…
Estábamos en el comedor. Mi padre en la silla de cabecera, yo en una lateral, lo más lejos posible de él y mi madre de intermediaria entre ambos.
La hora de la comida era el momento más incómodo del día, porque allí estábamos los tres haciendo todo lo posible para que nuestros ojos no se encontraran. El silencio era aterrador, de esos que te obligan a estar alerta a cualquier movimiento de tu oponente.
Comí lo más rápido que pude sin parecer desesperada y me levanté de inmediato.
El sonido de la silla provocó la mirada de reproche de mi padre.
―Voy a ir a buscar señal, para hablar con mis amigos ―dije.
―Puedes hacer cualquier cosa siempre y cuando no implique salir de esta casa ―respondió devolviendo la vista a su comida.
―Pero…
―No malgastes tu saliva tratando de convencerme. No vas a salir de aquí y esa es mi última palabra.
Apreté los puños y empecé a subir las escaleras rabiando.
―No voy a dejar que controlen mi vida ―dije en voz alta segura de que me habían escuchado y terminé de llegar a mi habitación.
Cerré la puerta con fuerza haciendo vibrar el reloj de la pared. Tomé una maleta y la abrí en la cama.
―He pasado la mitad de mi vida sin él, ¿Qué se cree? ¿Qué voy a obedecerlo en todo sin rechistar? Pues no, no pienso hacerlo.
Tomé la ropa del armario y la tiré dentro de la maleta con todo y perchas.
―Me voy a largar de aquí y nadie va a detenerme. No lo necesito, nunca lo he hecho.
Seguía yendo de un lugar a otro con ropa y mi mente bombardeándome con frases airadas. Mis ojos se empezaron a nublar sin que pudiera evitarlo. Me senté en la cama un momento.
"Maldita sea, Cristina, no llores ahora" me limpié las lágrimas, pero seguían saliendo. Golpeé el colchón con los puños y seguí pasándome las manos por la cara.
Odiaba llorar porque me hacía sentir como una niña débil y no estaba dispuesta a ser así otra vez.
Me puse de pie. Tomé los pocos pantalones que quedaban en el armario, los metí en la maleta, y luego la escondí debajo de la cama. Me acosté mirando el techo, mientras sentía mis mejillas aún húmedas.
No iba a quedarme allí.
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Gracias por leer, ahora te leo a ti. 💖💬
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Editado: 11.07.2025