Primeras veces: Cuando el amor es tu mayor miedo

Capítulo 9: Nuestra despedida

¿Cuánto tiempo había estado dentro del agua? No lo sabía, tal vez había pasado media hora o quizás dos, pero eso daba igual, lo importante era que el sol aún brillaba, así que tenía tiempo para seguir allí flotando sobre mi espalda mientras les daba vueltas a las palabras de Anthony.

Lo tenía todo tan claro antes de hablar con él que ahora me arrepentía de haberlo hecho, la próxima vez que se me ocurriera algo debería recordar esa manía suya de querer hacerme entrar en razón. Bueno, eso si es que había próxima vez.

El sol se colaba entre las hojas por momentos cegándome. Cerré los ojos.

―Cris ―escuché la voz de mi amigo y no hice el mínimo movimiento para mirarlo ―vamos que tu padre me envió a buscarte.

Mi capacidad de flotar se fue a la basura al escucharlo y me hundí en el agua. Me senté en las piedras con el agua hasta el cuello mirándolo interrogante.

―No le he contado nada.

La culpa me golpeó de inmediato. Era Anthony, ¿cómo podía creer que le contaría a alguien de lo que hablamos?

―Puedes adelantarte, yo en un rato me visto y subo ―volví a quedarme quieta y el agua empezó a hacer lo suyo. Estaba bastante fría, pero no me importaba.

―Puedo esperarte sin ningún problema.

Me quedé flotando nuevamente, tanto física como mentalmente. El agua solía relajarme, pero esta vez no lo hizo. Salí y me senté en una piedra bajo el sol.

Estaba en ropa interior y no iba a vestirme mojada.

Anthony se encontraba a unos metros de mí. Su cuerpo permanecía sentado en unas hojas de cacao, su mirada, en cambio, estaba perdida.

Al sentir que estaba lo suficientemente seca, me vestí.

―Tony, ya podemos irnos.

Asintió y me siguió el paso, pero no parecía haber regresado del todo.

Emprendimos el viaje de regreso en silencio. Yo iba mirando las hojas secas en el suelo y sintiendo cómo el viento hacía bailar las plantas, y mi amigo llevaba las manos en los bolsillos.

―¿Pensaste bien lo que vas a hacer? ―preguntó batiendo las hojas con los pies.

Algo en su tono me inquietó y me dejó claro una cosa: él no quería que me fuera. Seguramente estaba esperando que le dijera que sí lo había pensado y que había cambiado de opinión, pero no era así.

―No hay nada que pesar.

Volví a centrar mi atención en el camino. Anthony tomó mi mano y detuvo el paso.

―Entonces, ¿esta es nuestra despedida? ―dijo fijando sus ojos en los míos.

Aparté la vista incómoda y la centré en nuestras manos unidas.

―Creo que sí.

¿Qué más podría decirle? Sabía que no volvería a verlo luego de poner un pie fuera de este campo, y es que, aunque no tenía idea de adónde iría, tenía claro que buscaría el lugar más alejado posible de mis padres y de cualquiera que me conociera. Incluyéndolo a él.

―¿Quieres que vaya contigo? Yo te puedo ayudar, puedo…

―Tony, nunca te pediría algo así. Tú tienes sueños, tienes planes, tienes un futuro claro y no puedes dejarlos de lado por mí.

―Quiero hacerlo ―apretó mi mano y yo negué con la cabeza sintiendo una opresión en el pecho.

―Déjame ir contigo –insistió.

―No vale la pena ―levanté la mirada y me arrepentí al instante.

Se veía desesperado, triste, vulnerable, y pensar que era yo culpable me hizo sentir mal.

―Has pasado demasiado tiempo corriendo detrás de mí, cuidándome y te lo agradezco, pero esta vez tienes que dejarme ir… sola.

Solté su mano, él se acercó y me envolvió en sus brazos como nunca antes. Se aferró a mí como un niño se aferra a un peluche cuando se lo están quitando y probablemente, porque sabía que una vez que me dejara ir no habría marcha atrás, tardé unos minutos en alejarme.

―No me olvides, por favor ―dijo mientras me sostenía el rostro con las manos.

―Nunca podría… ―sus labios silenciaron los míos.

Todo pasó tan rápido que apenas pude reaccionar.

En un instante estaba mirándole y al otro estaba sintiendo nuestros labios fusionarse en un beso lento que me llenó el cuerpo de emociones, quería gritar, llorar y reír al mismo tiempo, pero sobre todo quería que ese beso no tuviera final.

Sí, yo, la que siempre había hecho locuras por emoción, estaba allí cometiendo la única locura a la que nunca me había atrevido. Dar un beso, y me gustaba más de lo que habría esperado.

Nos separamos lentamente y lo volví a abrazar mientras moría por decirle que me alegraba que fuera el primero, pero no me salieron las palabras. Me habría gustado quedarme en sus brazos para siempre, pero sabía que los para siempre ni siquiera existían.

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