Llegó el día siguiente y mi tía, al igual que yo, actuamos como que nada había pasado.
Estaba sentada en el sofá escuchando música con los ojos cerrados porque seguía prohibido salir de casa y estaba tratando de tomármelo con calma. Las cosas no iban a cambiar, estaba segura, pero mi tía me pidió que lo intentara dos semanas más y su poder de convencimiento es muy poderoso.
Sentí que alguien me tocó el hombro y lo miré. Era mi padre y tras él estaba Anthony, quien se robó mi atención al instante.
Me quité los audífonos y los miré a ambos.
―¿Qué pasa?
Mi padre respiró hondo. No parecía estar muy contento con lo que me iba a decir. Eso me hizo ponerme alerta y me tensé de inmediato. ¿Mi tía le habrá dicho algo? si fuera así ¿Por qué estaría Anthony allí? ¿Le habría dicho que nos besamos?
―Puedes salir de la casa cuando quieres… siempre y cuando este jovencito te acompañe.
Agrandé los ojos. Esa idea no era de mi padre, seguro que no, alguien debió de habérsela propuesto y haberle dado una muy buena razón para aceptar porque si algo no quería el señor Pedro Gonzáles, es que su hija estuviera cerca de los Rodríguez. Algo realmente ridículo considerando que dos de ellos trabajan para él en la casa.
―¿Me vas a tratar ahora como si fuera una niña chiquita? ―dije sin ningún tono en particular.
Mi padre volvió a respirar hondo. Estaba tenso y se le notaba incómodo, aunque tratara de disimularlo.
―Eso es todo lo que tengo que decirte, cuando vayas a dar vueltas para quien―sabe―dónde que sea con él. Sino te gusta idea puedes seguir como estabas hace unos minutos y ya está ―miró a Anthony y él asintió acatando la orden.
No me había mirado aún y eso me hacía preguntarme si las cosas iban a ser diferentes entre nosotros después de lo que pasó.
―Está bien. Eso es mejor que estar aquí adentro ―respondí.
Ambos me miraron y mi vista prefirió irse con Anthony.
―Gracias ―escuché decir a mi padre antes de marcharse y, de no estar concentrada en tratar de descifrar la mirada de mi amigo, probablemente me hubiera sorprendido de que me haya agradecido.
―¿Qué estás haciendo? ―le pregunté luego de un momento de mirarnos fijamente.
―Trabajo ―estaba rígido como si no le gustara nada su nuevo ''trabajo''.
―Salgamos ya de aquí. Quiero ir al río.
―¿Al río?
―Sí, al río, porque de ir a la lomita llegaríamos casi a las 6 de la tarde. ―Esas dos semanas no podía desobedecer a mi padre, discutir con él ni tampoco hacer cosas para molestarlo. Iban a ser unos días eternos.
Comencé caminar hacia el río con Anthony detrás.
Iba muy metido en sus pensamientos y parecía querer guardar distancia, así que lo dejé en paz, porque cuando él está ensimismado significa que no está de ánimo para hablar.
El crujir de las hojas fueron la melodía que adornó nuestro pequeño paseo.
Llegamos al río.
Yo entré a nadar en ropa interior y mi amigo sacó un libro de, no sé dónde, y empezó a leer sentado en una piedra.
Relajarme en el agua me costó, tal vez porque el frío me herizó la piel o porque no dejaba de pensar en el hecho de que Anthony estuviera a unos pasos de mí. Ya no era tan cómodo estar descubierta frente a él, algo en mí empezaba a ser consciente de que ya no era el niño de nueve años que había sido mi compañero de aventuras.
Nadé unos quince minutos, luego duré unos cinco flotando sobre mi espalda mientras observaba como las hojas cubrían gran parte del lugar donde estaba y como el sol aún hallaba espacio para colarse entre ellas.
Salí del agua cansada de estar allí y me senté en una piedra donde daba el sol.
Anthony estaba detrás de mí, metido en su libro, ―cosa que agradecía― y como yo no tenía nada que hacer, además pensar en todo y nada, empecé a lanzar piedritas al río. El sonido de ellas al caer y la onda que formaban en el agua tuvo un efecto hipnótico en mí.
―Deberías empezar a usar un poco más de ropa para bañarte aquí ―dijo mi amigo de repente.
―¿Y eso por qué? –pregunté aunque empezaba a pensar igual que él ―Me siento más cómoda así.
―Creo que es obvia la respuesta. Porque no estás sola.
―Hablas como si hubiera alguien más que tú y yo aquí ―seguí lanzando piedritas. Anthony se quedó en silencio, así que asumí que había vuelto a su libro, hasta que agregó.
―Y tú hablas como si yo no fuera un hombre ―dejé caer la piedra que había tomado, mientras que un escalofrío me recorría todo el cuerpo.
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Editado: 11.07.2025