Al llegar al supermercado sonreí. La gente iba y venía con sus compras entre conversaciones, las cajas de pago estaban a reventar de gente que se quejaba de la lentitud del servicio, un niño hacía un berrinche a su padre para tomar dulces. El mío fue por un carrito.
-¿Estás bien? -preguntó al volver.
Mi sonrisa se ensanchó.
-Perfectamente, solo recordaba viejos tiempos.
Mi padre sonrió, pero reprimió la sonrisa al instante.
-Me alegro, yo... voy por condimentos.
Se alejó lentamente bajo mis ojos. Yo fui a explorar los alrededores, iba analizando los alimentos que seguían tal como siempre y los que habían variado, mientras escuchaba las conversaciones de los demás, pasé por la sección de latas, la de detergentes, la de pastas y al llegar a la del cereal, y ver mi favorito de niña, me detuve delante de él.
Tomé una bolsa. No tenía un diseño especial era transparente y el envoltorio solo contenía, el nombre del producto y unas franjas de azul y naranja.
Acaricié la funda que emitió un sonido plástico molestó y no pude evitar llevármela.
Busqué a mi padre pasillo por pasillo hasta encontrarlo en el área del queso y jamón. Él miró el cereal en mis manos como si fuera algo increíble de creer y luego chocó su mirada con la mía. La suya estaba cristalina, como si fuera a llorar, algo absurdo porque nunca lo había visto hacerlo.
―¿Recuerdas nuestra dinámica? ―dijo con el tono de voz casi en un susurro.
―Sí, ¿qué vas a pedirme esta vez? ―empecé a jugar con la funda lanzándola al aire y atrapándola una y otra vez. El sonido provocó que una que algunas personas me miren de mala gana, pero las ignoré.
―Quiero que me des un abrazo ―soltó mi padre.
Lo miré como si hubiese dicho que me tirara de un puente, él cereal cayó al suelo.
―¿Está seguro que quiere algo tan simple? Mire que tiene la oportunidad de tenerme encerrada por mi propia voluntad.
―Sí, estoy seguro, entonces ¿Quieres tanto ese cereal? ― Tomé el cereal en mis manos y fingí pensarlo mucho, pude ver la inseguridad en su rostro mientras analizaba la situación. No fui yo quien tomó la decisión, sino algo dentro de mí.
Casi en cámara lenta dejé el cereal en el carrito y me acerqué a él, quedamos uno delante del otro, tenía que alzar un poco la mirada para verle el rostro y eso nunca me había intimidado tanto. Pasé saliva y lo envolví con mis brazos con un ligero temblor. Iba a alejarme rápido, pero mi cuerpo no me respondió, se aferró a él como cuando era pequeña y tardaba días sin verlo, como cuando me regaló una bicicleta de cumpleaños, y como aquel día en que le pedí que no me enviara lejos.
Aquel no fue cualquier abrazo sino uno de esos que te devuelven el aliento. Hasta ese momento no me había dado cuenta que, contrario a lo que había creído, sí extrañaba sentirme protegida por él.
Casi se me salen las lágrimas pensando en ello. No sé cuánto tiempo estuvimos así.
…
Al regresar a casa ayudé a mi padre a guardar la compra y me quedé en la cocina con Juana.
Ella estaba sentada desgranando gandules en la isla, así que me senté en una de las sillas a su lado y empecé a desgranarlos también.
Mi padre se retiró.
―Pareces muy inquieta hoy, ¿pasa algo? ―sonreí.
―Todo bien, solo no puedo estar sentada mucho rato sin hacer nada y no quiero salir sola.
Ya me estoy llevando demasiado bien con mi padre y no quiero que volvamos a discutir.
―Qué bueno porque no es muy seguro andar por ahí sin compañía y más tú que eres una jovencita.
―¿Qué me puede pasar? La mayoría del tiempo estoy en las tierras de mi padre o en el río que está dentro de su propiedad.
―Aunque sea así no es bueno que andes sola por ahí. Hay caminos que no solo conducen a las tierras de tu padre y son muy concurridos, además, ya sabes lo que dicen “mejor prevenir que lamentar”.
Echó un grupo de granos de gandules en una olla que tenía frente a ella y la cáscara en un saco que estaba a sus pies.
Sus palabras me entraron por un oído y salieron por el otro. No tengo miedo a andar sola, lo hacía de pequeña y nunca me ha pasado nada aparte de quedarme dormida en La lomita y volver toda magullada un día que me caí al suelo.
―El sábado le vamos a preparar una sorpresa a mi esposo por su cumpleaños. Estás invitada.
―Gracias. Pensé que a Antonio no le gustaban las sorpresas.
Vacié los granitos de gandules que había en mis manos y tomé más para desgranarlos.
―Siguen sin gustarle mucho, pero sé que esta va a amarla.
Estaba muy confiada, como si tuviera la mejor sorpresa del mundo en mente.
―Tengo una pregunta que hacerte porque, bueno, tú eres amiga de mi hijo y pasas el día con él… ―me puse nerviosa inmediatamente y procuré no levantar los ojos de los gandules y obligar a mi mano a no vibrar ¿qué querría preguntarme?
―¿Sabes si él tiene una relación con Mari? ―Empecé a toser y ella me pasó la mano por la espalda.
―¿Perdón? ¿Qué quiere decir? ―dije recomponiéndome.
―Pues, tú sabes hija, si son novios ―se acercó como a contarme un secreto ―Mira hace unos días lo he estado notando diferente, más alegre, risueño y hasta distraído, y ayer que la muchacha fue a verlo a casa me imaginé que tal vez está así por ella.
Lo único que escuché de todo lo que dijo fue ''la muchacha fue a verlo a casa'' y eso fue suficiente para hacerme una idea de lo que podrían hacer cuando nadie los veía y mi estómago se devolvió.
Apreté los puños haciendo puré algunos granitos de gandules que tenía en la mano.
―La verdad, no sé qué responderle, puede que sí estén juntos o no. Anthony no me ha dicho nada, pero si quiere le puedo preguntar ―Las palabras salieron más enojadas de lo que hubiese querido. No podía controlarme.
Dios, ¿qué me sucedía?
―Cambié de idea. Voy a dar una vuelta.
No esperé respuesta. Salí casi corriendo con una opresión en el pecho que casi me impedía respirar.
Claro que Anthony no tenía algo con nadie más, eso es obvio. Por más que lo repetía no podía creerlo y las imágenes que mi mente creaba dolían como si alguien me hubiese dado un puñetazo en el pecho dejándome sin aliento.
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Editado: 11.07.2025