Todo empezó una mañana cualquiera, donde Leo me invitó a pasear junto al resto de nuestros amigos.
No había una razón exacta para esto, simplemente se levantó por la mañana y se le ocurrió reunirnos a todos para divertirnos juntos. Así es Leo.
En un principio creí que nos había invitado a todos, pero cuando me di cuenta, solo había llamado a los chicos.
El punto de reunión era el parque principal, y cuando llegué, ya estaban ahí Leo, Álex, Marco, Julio, y hasta su primo Diego, con quien no he tenido muchos encuentros, pero tampoco negaré que lo conozco.
Los saludé a todos, pero desde el comienzo cada uno me recibió de una forma distinta.
—Hola, Tomas —Álex.
—¡Qué hay, hermano! —Leo.
—Llegas tarde —Marco.
—Buen día —Julio.
—¡Hola…! Perdón, ¿quién eras? —Diego.
“Y estos son mis amigos. Genial.”
—Leo, ¿al menos pensaste en algo mientras nos llamabas a todos? —pregunté, interrogando al fortachón—. No quiero pensar que solo nos reuniste porque se te dio la gana de hacer algo.
—Aunque tampoco sería la primera vez —comentó Álex, sonriendo con ironía.
—¡Solo tuve el presentimiento de que hoy pasaría algo importante, y por eso quise estar junto a todos mis amigos! —respondió Leo con energía, antes de fijar su atención sobre algo—. Oigan… ¿ese es… el profesor Eduard?
Cuando todos volteamos en la dirección que Leo señalaba, solo pudimos ver a un hombre tirado en el suelo, rodeado de varias palomas que lo usaban como asiento.
Nos acercamos solo por si acaso, y cuando estuvimos finalmente frente a él, descubrimos que Leo tenía la razón, sí se trataba del profesor Eduard.
Su ropa estaba desordenada, mientras que estaba cubierto de pequeñas plumas, y uno que otro desecho de ave; sin embargo, pese a que lo llamamos, no respondía.
—Creo que está muerto —comentó Leo, picando al profesor con una rama—. No parece tener ganas de despertar.
—Aún tiene pulso —afirmó Marco, revisando al maestro—. Por su forma de vestir, quizás se golpeó la cabeza o lo asaltaron, de todas formas, creo que sería correcto llamar a una ambulancia.
Justo cuando él dijo eso, el profesor Eduard se levantó, soltando un grito que fácilmente podría haber sido escuchado por los países vecinos.
—¡¡Por qué me persigue la desgraciaaaaaaaa!!
—¡¡Aaah, es un zombi, mátenlo!! —ordenó Leo, preparándose para lanzarse al ataque.
—¡¡Quieto!! —lo detuvo Álex—. Sé que se ve sucio, decrépito, y acabado, pero así luce siempre, no es un zombi.
—Sigo aquí, niño… —habló el profesor Eduard, sonando claramente irritado.
Luego de ayudarlo a ponerse de pie, Marco le entregó un pañuelo para que se limpiara los desechos de ave sobre su ropa, y caminamos hacia un lavabo para que pudiera limpiarse la cara y las manos.
Realmente parecía como si lo hubieran asaltado, pero cuando volvió a estar limpio, todos nos sentamos sobre el pasto formando un círculo, mientras que él nos contaba lo que ocurrió.
………
……
…
Resulta que hoy en la mañana, cuando salió a comprar su periódico, se terminó enterando de una terrible noticia.
Tiempo atrás había apostado cierta cantidad de dinero en un centro de apuestas deportivas, y cuando observó los resultados en el periódico, se dio cuenta de que había perdido los casi 200 dólares que apostó, ya que ninguna de sus apuestas fue correcta.
Pero eso no fue todo lo que leyó, también se enteró que otro de sus viejos compañeros de escuela se acababa de casar, haciendo que él se convirtiera oficialmente en el único hombre soltero de su clase en la actualidad.
Y por si eso no fuera suficiente, cuando leyó su horóscopo, se enteró que todo su día sería una miseria absoluta, pero que aparentemente, al final encontraría la luz.
Todo iba de mal en peor para este pobre profesor de geografía, por lo que pagó por el periódico, y se resignó a volver a casa, bajo la idea de no volver a salir por el resto del día.
Sin embargo, el mundo aún tenía cosas reservadas para él, por lo que su camino a casa estaría lejos de terminar.
Un niño que paseaba a su perro pasó por su costado, y el perro le orinó en la pierna, pero justo cuando el profesor Eduard se iba a quejar con el niño, un auto pasó a toda velocidad, y lo manchó de agua sucia al pasar por un charco en el camino.
Resultó ser el padre del niño, quien subió al auto junto a su perro, y al ver a Eduard sucio y orinado, simplemente se echó a reír.
Eduard maldijo a ese auto rojo en su interior, mientras aguantaba las ganas de ponerse a llorar.
Intentó continuar su camino a casa, pero cuando llegó a la siguiente esquina, se topó con una anciana que tenía problemas para cruzar la calle. Este decidió ser positivo, y se acercó para ofrecerle su ayuda, descubriendo que aquella anciana era en realidad un hombre disfrazado, y este lo golpeó en la cara para que se aleje, siguiendo su camino mientras fingía ser una anciana.
Nuevamente sintió ganas de ponerse a llorar, y una vez más lo aguantó, siguiendo su camino a casa.
Pero a solo diez pasos después de donde estaba, un balón de fútbol le cayó en la cabeza, haciéndolo caer al suelo.
Un grupo de hombres musculosos y sudados se apareció, recogió el balón, y lejos de disculparse por golpear a Eduard, su capitán dijo.
—Que asco. Ensuciaste mi balón. La próxima vez haré que me compres uno nuevo.
—No voy a llorar…. No voy a llorar…. No voy a llorar….
No faltaba mucho para que llegara a su casa, pero cuando finalmente logró llegar, descubrió que estaban haciendo reparaciones en la calle de alrededor, por lo que nadie podía entrar ni salir al grupo de departamentos por unas cuantas horas.
Nuevamente se resignó con su vida, y decidió caminar sin rumbo fijo por la calle, hasta que llegó al parque principal, donde trató de quedarse sentado sobre una banca hasta que pudiera volver a casa.
Pero cuando al fin encontró una banca vacía, se topó con un joven bromista que se apareció con una gran sonrisa, y lo bombardeó con globos de agua, antes de salir huyendo.