Era el momento de volver a ver a nuestros maestros.
Ellos han estado muy ocupados participando en reuniones para el próximo inicio de clases, por lo que no cuentan con mucho tiempo libre.
Tienen que crear un esquema de clases donde deberán enseñar ciertos temas en ciertas fechas específicas, además de preparar un informe donde detallan sus objetivos como maestros para este año en concreto.
Aquello era casi como si les hubieran dejado tarea, lo que generaba una gran cantidad de quejas, aunque no las decían hasta llegar a su hogar.
—¡¡Odio el papeleo!!
—¡¡Odio las reuniones largas y aburridas!!
—¡¡Deberíamos tomar una cerveza helada para pasar este mal rato!!
—¡¡Sí, y un poco de pizza de ayer también!!
—¡¡Me parece bien!!
—¡¡Hagamoslo!!
Ambos dejaron de expresar su pesar, y caminaron con entusiasmo hacia la cocina, listos para comenzar con su “terapia de relajación”.
Eduard comenzó a calentar la pizza que sacó de la congeladora, mientras que Elizabeth llevaba un sixpack de latas de cerveza hacia la pequeña mesita en el centro de la sala, a la par que ordenaba el espacio para sentarse a gusto en el suelo.
Eduard llegó unos minutos después, cargando la pizza caliente, siendo recibido por una alegre Elizabeth, quien puso dos cojines en el suelo, uno al lado del otro.
Ella lo ayudó a colocar la pizza sobre la mesita, para luego darle palmaditas al cojín que tenía al lado, indicándole a Éduard donde quería que se sentara.
Esto ya se había vuelto rutina para estos dos.
Sentarse juntos, compartir las comidas del día, dividir los gastos, dividirse las tareas del hogar, turnarse para cambiar la arena del gato de la maestra Elizabeth, entre muchas otras cosas.
Ellos quizás no lo saben, pero si bien es cierto que no son una pareja formal, la mayoría de sus actuales vecinos los ven como una pareja de recién casados.
Siempre mostrándose preocupados por el otro, y moviéndose sin vacilar cuando el otro necesita algo de ayuda, incluso si se trata de una pequeñez.
Por ese motivo, la mayoría de los vecinos prefieren darles su espacio, ya que lo primero que suelen querer los recién casados es tener “un tiempo a solas”.
El único que sabe la verdad es el señor Ortiz, el hombre que vive en el departamento de abajo, quien también fue la persona que cuidó a Cosita durante el viaje a la playa.
Incluso si suele ser un amargado la mayor parte del tiempo, aquel sujeto era lo más cercano a un “amigo” que Éduard podía tener.
Todos los vecinos lo conocen como un viejo cascarrabias que jamás sale de casa, más que para comprar los víveres de la semana, y sus salidas al balcón para cuidar de su jardín.
Pero… ¿Por qué hablamos tanto de este hombre, si esta historia se trata de la pareja de maestros?
Bueno, la respuesta es bastante simple.
Aquel hombre es el responsable de que estos dos puedan convivir en completa paz y armonía, tratándose como una pareja de esposos, pese a ser solo amigos.
En varias ocasiones, cuando ambos maestros caían en un momento crítico, y cargado de tensión, donde no sabían cómo reaccionar, aquel hombre les gritaba para que se movieran.
Una vez que ambos traían las compras y sufrieron un tropezón, donde cayeron uno sobre el otro, dejando sus labios a pocos centímetros de tocarse, el señor Ortiz dijo desde el pasillo.
—¡¡Ya háganlo de una maldita vez, estoy harto de verlos actuar como niños!! ¡¡Éduard, ten los pantalones para hacerlo, y tú, Elizabeth, pon de tu parte también, este idiota no puede avanzar solo!!
Solo para retirarse mientras murmuraba.
—Todo tengo que hacerlo yo…. Malditos tórtolos de segunda….
Ambos acabaron más rojos que un tomate, y simplemente volvieron a casa.
Situaciones como esa han sucedido en múltiples ocasiones, y con el pasar del tiempo, aprendieron a tomar esas quejas como consejos disfrazados de reclamos.
Y aunque estaban despejando su estrés por el trabajo, el nombre de aquella persona llegó repentinamente a la conversación.
—¿Crees que el señor Ortiz quiera cuidar a Cosita mientras estemos en el trabajo? —preguntó Elizabeth, tomando una rebanada de pizza.
—Es posible —respondió Éduard, bebiendo un poco de alcohol—. Primero debemos preguntarle, aunque…. No tengo mucha fe luego de la última vez….
—¡No es culpa de Cosita haber hecho sus necesidades en el jardín del señor Ortiz! ¡Él vio un poco de tierra y pensó que era su baño, fue un accidente!
—Ya lo sé… —asintió Éduard, soltando un suspiro de resignación—. Pero no sé si el señor Ortiz lo vea de esa forma. Puede ser un hombre muy amargado.
—Pero aún así debemos hacer el intento, de lo contrario, tendré que llevarlo al trabajo como antes…. Aunque corro el riesgo de ser despedida….
—Prefiero no llegar a eso —respondió Éduard, dejando su lata de alcohol sobre la mesa—. No podemos tomar semejante riesgo, y menos ahora que estamos dividiendo nuestros gastos. Si algo le sucede a uno de los dos, todos los gastos caerán sobre el otro, y eso arruinaría todo nuestro plan al vivir juntos.
Elizabeth estaba en un gran aprieto, por lo que intentó despejar su mente cambiando de tema, trayendo a la mesa una charla que no habían retomado desde las vacaciones de playa.
—Éduard… —habló Elizabeth, mostrándose ligeramente ruborizada—. ¿Por qué hiciste eso…?
—¿...?
Éduard no fue capaz de entender lo que ella trataba de decir, pero luego de unos cuantos segundos, y observando que se había puesto algo sonrojada, finalmente comprendió lo que intentaba explicar.
—Y-Y-Yo no sé cómo explicar eso… —respondió Éduard, sonrojándose también—. Quizás fue el ambiente… la situación… el momento… ¡No tengo ninguna justificación!
Pongámonos en contexto antes de continuar.
*Nota: Me parece bien.*
………
……
…
Aquella vez donde los estudiantes hallaron a los maestros durmiendo juntos, y abrazados, fue el resultado de una serie de eventos bastante extraños y curiosos.
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Editado: 15.09.2025