Princes Of Wolves (the grey Wolves #1 )

Capítulo 1 – Bajo el Cielo de Teldrassil

Kaelion, el pícaro elfo de la noche, cazador y domador de bestias, veterano de incontables guerras y escaramuzas, recibió al fin la recompensa que tantos deseaban: el descanso en su hogar ancestral. Había entregado su vida en defensa de su reino y la Alianza, recorriendo el mundo en busca de gloria y honor. Pero ahora, tras años de sacrificios, el viento de Elune le llevaba de vuelta a Teldrassil, la madre de todos los bosques.

No importaba cuántos desiertos, llanuras o montañas hubiera cruzado; ningún paisaje ni campo de batalla podían compararse con el abrazo suave y eterno de Teldrassil. Cada rincón de ese sagrado bosque le era conocido, marcado por los susurros de viejas leyendas y la melancolía de recuerdos olvidados. En la quietud de su ser, Kaelion hallaba paz, pues el hogar no era solo el lugar donde nació, sino un alma viva que latía al compás de su propio corazón.

El sendero que recorría ahora serpenteaba a través de los bosques de su tierra natal. Las raíces de los árboles colosales se entrelazaban como las memorias de generaciones pasadas, y las hojas de los sauces brillaban plateadas, bañadas por la luz de la luna de Elune, que parecía observarle en silencio. Las ramas de los árboles más antiguos se curvaban como viejos amigos, saludándole en su regreso, mientras que el aire estaba impregnado con el frescor de la brisa cargada de aromas a tierra y madera. La hierba que crecía cerca del sendero susurraba a su paso, como si las antiguas leyendas que una vez escuchó en su juventud se filtraran en su mente con cada pisada.

Las montañas de la costa, que en su juventud se erguían como murallas indomables, se veían ahora como meras sombras en la distancia, veladas por la bruma plateada del atardecer. Las raíces de Teldrassil se extendían hacia todo Azeroth, y en su camino, Kaelion pudo sentir las vibraciones de la tierra misma, como si el alma de su hogar susurrara su nombre con cada respiro del viento. Poco a poco, la quietud de su paso se mezcló con la magia del bosque. Recordaba las viejas historias que su madre le había contado sobre los espíritus del bosque y los misterios de la luna. Los árboles que lo rodeaban, inmensos como guardianes ancestrales, parecían moverse ligeramente con el viento, como si tomaran vida propia, marcando su regreso con un reconocimiento mutuo que le reconfortaba.

A lo lejos, el pequeño pueblo de Dolanaar comenzó a vislumbrarse. La casa que había dejado atrás años antes, cuando la guerra lo llamaba una y otra vez, se veía pequeña pero acogedora, como un faro de calidez en medio de la vasta selva. La vieja choza de madera, con sus paredes gastadas por el paso de los siglos y su techo cubierto de musgo, estaba casi igual que cuando él partió, pero ya no le pertenecía a la misma persona. Kaelion sonrió ligeramente al recordar los días de su niñez, cuando, a pesar de las dificultades de un mundo en guerra, el hogar ofrecía un refugio seguro, lleno de la luz de Elune y la compañía de los suyos.

Al llegar, el aire era más denso, la calma absoluta. Con los ojos cerrados, respiró profundamente, empapándose de todo lo que había dejado atrás. Nada en el mundo, ni las más grandiosas ciudades ni las batallas más feroces, podría compararse con el simple y glorioso regreso a casa.

—Bienvenido a casa.

La voz de Lyara, su amiga de la infancia, llegó como un susurro de paz, un canto suave que acariciaba el alma. Kaelion levantó la vista y vio a su amiga, la elfa sacerdotisa lunar, parada ante él con una sonrisa que irradiaba una calma serena, una luz suave como la de la luna misma. Su cabello violeta caía como una cascada brillante, y sus ojos, de un profundo amatista, reflejaban la luz de Teldrassil con una dulzura que solo los más antiguos de su raza podían poseer. Kaelion, con el corazón palpitante por la sorpresa y la emoción, no dudó un instante. Se acercó y la abrazó con fuerza, permitiendo que el calor de su amistad se colara en lo profundo de su ser.

—Hola, Lyara... —su voz tembló ligeramente, atrapada entre el alivio y la nostalgia, como si cada palabra que pronunciara estuviera tejida por los recuerdos de años pasados.

La abrazó con un fervor silencioso, un elfo de la noche que, en lo más íntimo, nunca había dejado de anhelar este reencuentro.

—Cuánto tiempo ha pasado —murmuró, su tono cálido pero cargado de una melancolía que solo los elfos de su estirpe podían comprender. El tiempo se deslizaba entre sus manos como agua entre los dedos, dejando en su paso una estela de memorias doradas.

—Lo mismo digo. —Lyara mostró una leve sonrisa. —Pero no te has perdido de mucho, Kaelion. Las cosas permanecen igual. La paz, la luz de Elune, la quietud de Teldrassil...

Sus palabras eran sencillas, pero la verdad que reflejaban estaba imbuida en la profunda quietud de su hogar. El paso del tiempo no alteraba la esencia de su tierra; seguía siendo la misma, y eso lo hacía todo aún más significativo.

—Me alegra que sea así —respondió Kaelion, con una sonrisa que apenas se asomaba a su rostro, pero que cargaba consigo la gratitud de saber que su hogar seguía siendo tal, inmutable ante las tormentas que había dejado atrás.

—Por favor, descansa del viaje —añadió Lyara con dulzura. —Tienes mucho que contarme de todas tus aventuras, ¿verdad?

Kaelion sintió cómo su sonrisa se desvanecía un tanto, un sutil cambio en su expresión como si una sombra antigua hubiera cruzado su alma. Un recuerdo. Un suspiro largo y profundo pasó por sus labios, pero pronto, la melodía de su voz se restauró.

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En el texto hay: hombres lobo, amor, amistad

Editado: 14.04.2020

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