La Sangre Recuerda
Era medianoche cuando todo comenzó.
Rosalynn despertó con un espasmo. No de miedo, sino de algo más profundo. Como si algo dentro de ella —algo muy antiguo y oculto— hubiera comenzado a romperse. Su cuerpo ardía. Literalmente. Podía pensar que tenía llamas danzando bajo su piel.
Intentó gritar, pero no pudo. La voz no le salía. Solo el aire, denso, pegajoso, con olor a hierro... algo de lo cual había estado tan acostumbrada que era natural en su día a día.
Sangre.
Sangraba por los ojos. Por los oídos y la nariz. Pero no era una hemorragia cualquiera. No era enfermedad. Era despertar.
La oscuridad a su alrededor comenzó a moverse. No como sombra, sino como una criatura viva. Subía por las paredes. Se enroscaba en las patas de la cama. Se deslizaba hacia ella, no para devorarla...sino para abrazarla.
La oscuridad me recuerda porque nací de ella —pensó.
Y entonces escuchó una voz. No en el oído. Parecía estar dentro de su cabeza.
Una voz profunda, grave, cargada de autoridad y culpa.
—Mi luna...
No sabía de quién era. No sabía por qué la estremecía. Solo sabía que esa voz era suya... papá, sin saber cómo supo. Comenzó a llorar; no por miedo o tristeza. Sino por rabia. Porque esa voz estaba viva. Y había vivido sin ella.
***
El silencio reinaba en el orfanato.
El director dormía en su oficina, ahogado en alcohol y cuentas falsas. Unos de los cuidadores, roncaba en el pasillo, el otro escribía en una libreta los nombres de los siguientes niños que... iban a desaparecer.
Mientras Rosalynn se movía como si estuviera flotando. Sus ojos ya no eran negros. Eran rojos. Y tan brillantes como joyas. En su cabello se dejaba ver el plateado que nacía desde las raíces, igual que si la oscuridad hubiese decidido revelar la verdad a través de cada hebra.
El primer hombre que la vio, se levantó con un insulto a medio formar. Pero no alcanzó a terminarlo. Una sombra lo rodeó. Un hilo de oscuridad se alzó como un látigo enrollándose en su cuello lo partió sin ruido. No hubo gritos. Solo una mirada de espanto. Y luego, nada.
Pasó junto al cadáver con indiferencia. Entró a la oficina del director. Lo encontró roncando con la boca abierta. Papeles con números. Fotos de niños. Dinero y botellas de cerveza vacías.
Se detuvo a observarlo con total calma.
—Debes despertar o no será divertido —susurró.
Despertó de golpe con un grito. Totalmente inútil.
La oscuridad lo arrastró por dentro. Su cuerpo tembló. Su sombra se le escapó del pecho como un humo vivo. Se escuchó un crujido. Otro. Y entonces, silencio.
Cuando se volvió, el último cuidador estaba de rodillas en el suelo, llorando.
—Por favor.
Se acercó. Observándolo con la misma mirada qué harías al ver un asqueroso y repugnante insecto.
—Te lo dije. Un día te haría rogar por tu vida —ladeó la cabeza—. Así como los niños que vendieron.
El hombre mojó sus pantalones. Sin tiempo siquiera de poder gritar, la sombra se lo llevó.
Satisfecha regresó a su habitación. El mundo se estaba quebrando. En la pared, una grieta se abría en el aire. Como un cristal roto en el espacio. Dentro, no había nada...y al mismo tiempo, había estrellas, fuego y oscuridad.
La Diosa Seraphia estaba allí. Sin forma. Solo luz suspendida en el centro del abismo.
—Ha llegado el momento —dijo, con esa voz que temblaba entre compasión y autoridad.
Rosalynn arqueó una ceja. Ni siquiera fingió sorpresa.
—Por fin —respondió, con un bostezo fingido—. Prometer arrancarte las entrañas fue bastante efectivo.
El resplandor titubeó, como si esas palabras la atravesaran.
—Rosalynn, el mundo te reclama—
—¡Cállate! —cortó, con una sonrisa peligrosa. Dio un paso hacia la grieta, la magia en su pecho ardía como un sol negro—. Ya sé lo que vas a decir. Lo de la sangre, linaje, la promesa rota. Vamos ahorrarnos toda la palabrería.
La Diosa guardó silencio.
—Escúchame bien, Seraphia —continuo ella, cada palabra era un veneno lento—. Yo no soy tu niña, ni tu flor, ni tu profecía. No soy un milagro. Soy el resultado de tu incompetencia, si ibas a romper una regla tan importante al menos lo hubieras hecho bien. Me arrojaste a una vida de hambre, guerra y muerte.
Sus labios se torcieron en una sonrisa fría.
—No esperes que este agradecida.
El abismo tembló. Y la grieta palpitó como un corazón roto. Entonces, no fue la Diosa quien hablo. Fue la voz de su padre.
—Mi luna...
Y otras más comenzaron a sonar, como ecos en la oscuridad.
—Hermanita...
—Pequeña...
—Rosie...