Princesa del diablo.

Capítulo XXVII

Capítulo XXVII

"Vibras malas"

Narra Liè.

Era cada primer amanecer de noviembre, como todos los meses; Keng me traía el desayuno con una flor diferente. Decía que era para comparar bellezas. También que yo siempre ganaba.

Me extrañó no ver un ciclamen en mi bandeja de desayuno, al despertar. No sé porqué razón, pero hoy más que, en los últimos cinco noviembres, he extrañado sus flores.

En fin.... la tasa de café no está mal. Muerdo una tostada y me siento. El calorcito del sol mañanero, a través de la gran ventana de cristal, envuelve mis hombros desnudos. Teresa, esa hermosa mujer de canto de sirena, tenía razón al insistir en tomar un baño de sal. Ha relajado mucho más mis nervios. Aunque, antes de dormir, casi tuve un ataque de pánico. Se supone que ya los haya superado, pero ahora creo que nunca lo haré. Y eso me hace sentir…. ¿bien? ¿Viva?

— Oh, buenos días —la escucho, tan suave y serena.

Acomoda unas toallas en unas gavetas que hay enfrente mío, pegadas a la pared, por debajo de la tv donde me reflejo en negro; y regresa a mi mirada.

— Buenos días, Teresa.

— ¿Cómo has amanecido?

— Más calmada. Tu baño de sales hizo mucho efecto —cubro mis pies con la manta.

— Me alegra, majestad.

— ¿Dónde están mis hijos?

Coge un cesto de sábanas blancas y lo apoya en su cintura.

— La niña Mitsuki está con José y, el niño Keng en el chequeo matutino de la enfermería —me señala al otro lado de la pared media—. La ropa limpia está colgada en los percheros.

— Oh, ¿cuándo la han traído? —busco mis pantuflas, pero no las encuentro y recuerdo que, no las traje. Madre mía.

— Rogers se encargó de buscarlas bien temprano.

— Ah —le miro—. ¿Qué hora es?

Ve su reloj plateado en la muñeca y me sonríe contenta.

— Las nueve y media. Puede seguir descansando.

— No. No. Ya es muy tarde, de hecho.

Me activo descalza por encima de los suaves pelitos de la gran alfombra gris hasta la otra mitad de la habitación. Igual me pasó en Italia. Tardé semanas en recordar que mis pantuflas de oso no estaban conmigo.

La habitación es bien bonita. Me esperaba algo más rústico y frío, como el resto del barco. Sin duda todo esto es atendido por una mujer. Y por mucho que insistí, el capitán Miller me dio opción de sí o sí quedarme en esta habitación que parece suite. No le lleve la contraria por mucho tiempo, pues sus ojos me decían que era muy terco y mi cuerpo pedía descanso a gritos.

Anoche me llevé una sorpresa con Kong, también un gran susto. Pensé que estaba grave, pero sólo fue un golpe de rodillas que sufrió después que su jet privado cayera en picada en el mar cuando uno de los misiles los atacó. Por eso no pudo llegar a tiempo para buscar a mi hijo.

***Flashback***

— Ya os lo dije —miró al capitán detrás mío y se puso en pie. Debido a la fuerza que le hizo a su rodilla en ese momento, se tambaleó un poco y Rogers lo atrapó antes de caer—. Estoy bien. Puedo volver a mi unidad.

No me parecía muy bien a mí. De hecho, su pierna sangraba, pero su terquedad no nos dejó ni tocarla.

— Tío Kong, siéntate. Te vas a lastimar —sugirió Mitsuki, viendo como su hermano mastica un caramelo verde. El sabor a limón llegó a mis receptores.

— Cariño, tu tío Kong es hard como una roca —alardeó con acento inglés. En su mirada había tanto amor hacia ellos—. Ni tres mil bombas podrán conmigo.

— Yo también soy duro como roca, tío —Keng levantó la mano e hizo muecas de dolor, pero sonrío para ocultarlas.

— Chócalas —Kong levantó su mano derecha y Keng la palmeó. Sonrieron con travesura y guiños. Ese lenguaje de ellos a veces me asusta, hasta que Kong relajó los hombros y le revolvió los cabellos—. Que te recuperes, campeón. Nos diste un buen susto.

— Mitsuki no siempre tiene que ser la de los buenos sustos —rió.

— Te he traído dulces. Sé nice.

— Ahora, con su permiso —para cuando los dejé de mirar, Kong había llegado a mi altura—. Te enviaré toda help posible y lo que la isla needs. Terminaré unos asuntos que dejé pendientes en Nueva York y vuelvo.

— Deberías atenderte esa pierna —sugerí, preocupada, pero él me detuvo la mano y me abrazó. Un abrazo fuerte, pero protector. Lo sentí así.

— Estoy tan feliz de que estén bien —susurró en mi oído, con voz ronca—. Ustedes son mi familia, Liè. Eres como mi mejor amiga. I love you.

Le seguí el abrazo con alegría. Por fin un calor parecido al de casa, pero en ese momento, un miedo más invadió mi estómago al oler, en él, un aroma a frambuesas. Frambuesas quemadas, hollín y ver arena en su chaleco de traje negro.

El olor de Keng y Mitsuki a esas frambuesas y pinos quemados no pudo haber llegado a su ropa rasgada, así por así. Sí, su jet se estrelló, pero no tiene por qué haber frambuesas y pinos en su olor. Todo lo contrario.

Me separé de él y me regaló otra sonrisa, más quejumbrosa, pero dichosa. El rabillo del ojo se me fue al rostro molesto de Rogers, sentí las malas energías que desprendían su ceño fruncido. Miller estaba más relajado, creo que por los tragos. Kong se despidió de los niños y salió cojeando, vi lágrimas en sus ojos; pero presentí que sonreía. Esa idea loca se me fue cuando miró por última vez, con ojos angustiados y cristalinos, dirigiéndose a la salida.

***Fin del flashback***

Él siempre ha sido muy atento con nosotros. Y debido a todo ese tiempo que les dedica a los niños, que los enseñó a montar bici, a nadar, a jugar con delfines aquellas tardes en su yate. Las exploraciones en los bosques Tawagatu, los saltos en las cascadas de Cuevas Bleighs y aquel deslizador en el parque acuático. Los quiere y les ha enseñado tanto como si fueran sus hijos.

Y eso nunca me dió tanto miedo como ahora. Sigo preguntándome, ¿por qué razón olía a frambuesas? ¿Por qué? Supuestamente se estrelló en el mar, nunca llegó a la isla como tal.

No soporto el pensamiento de qué él tenga algo que ver con todo esto. No le veo capaz. Necesito pruebas que demuestren su inocencia, las necesito para no sentir que otra persona a mi alrededor pierde mi confianza.




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