Capítulo XXXII
"Llegar ahí"
Narra la autora.
El sonido de los cubiertos al chocar con el metal de las bandejas, las personas murmurando, riendo y otros contando historias del océano es el sonido ambiente. Es el ambiente, el habitual de voces como zumbidos y cacareos de un gallinero; así los describe Mitsuki.
La castaña mira su bandeja con desganas. Revuelve el puré de un lado a otro, unos vegetales le siguen el ritmo y de lo único que se mancha su boca es de sed. Se termina su vaso de agua y eleva la vista. Su madre parece estar atenta a lo rápido que come Keng y el temor que tiene que se ahogue. Rogers, detrás suyo, ingiere sus alimentos en silencio. Parece fuera de este entorno. Y el resto de la mesa, que se basa en José y otros marines, ríen con el apetito del príncipe de Hōkō.
Se acomoda en la silla azul, apoyando sus codos en la mesa. Ve que su madre la mira y rápido da un bocado, disimulando que está disfrutando su comida. Cielos, necesita nueces.
En varias mesas más lejos están Kamba, Lucy, Miller y Rebecca dando vueltas detrás de su hermana. Los mayores están muy, muy contentos. Ríen a carcajadas y Lucy es el alma de toda esa alegría. Mitsuki clava los dientes del cubierto en tomate y lo exprime, como si ese fuera la rubia alta de traje azul.
Y se decide comer, convenciéndose a sí misma que si no lo hace, le irá peor en los entrenamientos.
Entrenamientos.... los vio sencillos. Le insistió a su madre hasta que aceptó. Y ahora que lo tiene, ha perdido el espíritu. Tal vez sea porque no se siente bien. Se siente decepcionada consigo misma.
— Vamos, Mitsuki —escucha decir a Lucy, ya en la hora de entrenar—. Los descansos no pasan de tres minutos.
La observa irse de brazos cruzados. Siguen sin agradarse una a la otra. Y se le vienen los pensamientos de asustarla, tal vez asustándola la deje en paz. No le moleste tanto escuchar su voz y la lleve a tirarse al mar, junto a los tiburones. Listo, final feliz para todos. Ja, sonríe al pensar eso. Nadie será feliz aquí.
Agarra una cuerda para balancearse y, en tanto, ve a su hermano a lo lejos hablando con otro niño, muy cordialmente. Espera, están platicando con alegría. El niño flaquito de cabellos castaños oscuros parece ser feliz con la conversación. Es ese que siempre anda apartado de todos, con ropa tan holgada que, hace el doble de él.
Sigue la vista y, detrás de unos hombres musculosos haciendo pesas y corriendo a zancadas largas en corredoras, ve a otros niños hacer flexiones. Rebecca, la única que conoce más a fondo, termina de dar triple patada en giro exitosamente. Levanta sus brazos en gozo y Miller se acerca a ella. La eleva en el aire y dan vueltas, riendo al unísono. Él orgulloso de ella, de su hija pequeña.
Mitsuki se queda colgando de brazos, viéndolos, y al pensar eso, pierde fuerzas y cae sentada al suelo.
Es.... es ese amor que....
— Inténtalo de nuevo, Mitsuki. Vamos —ordena Lucy a su lado.
Sin embargo, sus ojos rojos no se apartan de los rubios a lo lejos, fundidos en un abrazo.
Ella también quiere uno. Extraña a su padre. Extraña aquellos días en los que se pasaban corriendo por los pasillos. Ella con doña Liebre, él con chica Chis. Sonríe, cuando la atrapaba le daba vueltas en el aire. Así como se lo hicieron a Rebecca.
Se pone en pie y vuelve al inicio.
Si es cierto que sus visiones siempre dan en lo correcto, ¿por qué no lo ha visto a él? Vio el golpe de estado, vio el peligro que corría su madre, Huli la guió hasta su hermano, pudo defenderse según sus lecturas de combate y predijo el pequeño incidente de su madre en aquel helicóptero minutos antes de que ocurriera. Todo porque lo supo con tiempo de antelación.
Entonces, si puede ver el futuro, puede ver los peligros. ¿Por qué no ha visto que su padre tuvo un accidente? Eso solo la deja en una respuesta, no lo tuvo. No le ha pasado nada. Sigue con vida y, la fuerte conexión que siente en su cadena de rubí, la hace asegurarlo. Pero, ¿dónde está? ¿Por qué no vuelve? Esta no es la mejor solución.
¿Y por qué no puede tener visiones de él, si quiere? Aun no halla la forma de hacer llegar esas visiones a ella. Llegan sin esperarlas. Pero, qué. ¿Acaso solo ocurre cuando se trata de la isla?
Es cierto que era maldita. Que su objetivo era la pura masacre. Que eran un clan de genios demoníacos, los cuales sólo eran aceptados si tenían más de ciento cincuenta de coeficiente intelectual. ¿Y el resto? Eran esclavos de los luchadores de alto rango. Se convertían en soldados y peleaban, pero eran esclavos.
Hasta que un día todo cambió. Como siempre, el cambio es para mejorar. Y con Jing SeiTenshi lo tuvieron. Ese rey que dió el cambio absoluto y con los años convirtió la isla en un clan dónde todos eran aceptados y tenían las mismas condiciones y niveles. Dónde las escuelas de masacres se convirtieron en escuelas de enseñanza académica, de defensa personal y cultura de la isla. Y aunque aún queda una punta de la isla, cuya forma es una hoja rasgada; SeiTenshi se convirtió en el héroe se la isla.
Pero... ¿qué tiene que ver ella con la isla y esas visiones? Sí, sí. Es el demonio reencarnada y eso, pero ¿tan fuerte es ese lazo? Ahora no le importa, le da más importancia a provocar una visión de su padre. Necesita saber, necesita verlo. Necesita un abrazo de él, que le recoja el pelo, que cuente sus mechas como si fueran constelaciones y que la lleve al mar, que lean en el atardecer junto a una fogata. Recuerda a la perfección esa noche en la que jugaron en la arena, con la luz de la fogata.
— Adquirir condiciones físicas como la fuerza, rapidez, resistencia y las coordinativas que son la agilidad, equilibrio y orientación; son lo básico que debe tener todo soldado —Lucy la trae de vuelta a la realidad con su ronca, pero tosca voz—. Si no lo tienes, no tiene caso seguir aquí. Mejor ríndete. ¿Eso es lo que vas a hacer, Mitsuki? ¿Rendirte? —se agacha enfrente de ella, ha vuelta a caer a mitad de cuerda. La niña le dirige una mirada furtiva—. ¿Te voy a tener que patear el trasero a cada rato?
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Editado: 21.06.2025