Princesa del diablo.

Capítulo XXXV

Capítulo XXXV

"Anhelo, soy niña"

Narra la autora.

— Otra vez esa pesadilla, Huli —confiesa a mitad de pasillo. Mitsuki vaga a media noche, pierde el sueño y se está volviendo costumbre— ¿Qué nunca se irá?

La brillantez del pequeño cuerpo que aparenta ser de algodón, flota delante de sus ojos. Un brillo estelar, casi como lluvia en cámara lenta es lo que deja al moverse con cada paso de ella. Uno que se desvanece antes de tocar suelo, cómo estrellas nunca llegan a tocar cielo.

El acompasado sonido del mar del otro lado del hierro que forma la estructura de la nave, hace algo de eco dentro. Es como estar en un pedazo de tierra que se mantiene estática en el agua y la Oceanía profunda. Así nos lo escribe.

A continuación, sus ojos deambulan en la nada. Hasta que una mano tira por su antebrazo y la adentra a una puerta que lleva a escaleras que suben. Va a protestar cuando una manito le tapa la boca, al sentir el olor a dulce ya sabe quién es. Pone los ojos en blanco y suelta un bufido que no va más allá de medio centímetro de sus labios.

Le toca las piernas para que suba las escaleras y, con la mirada, le indica mantener silencio.

***

— Tengo una noticia maluena —le dice una vez sentados en el techo de la planta más alta. La luna ilumina un caminito por el agua, uno que lleva a la punta de sus pies, si lo miras desde el ángulo correcto.

Maluena es su manera de decir: mitad mala y mitad buena. Según el pequeño castaño de ojos azules verdosos, es algo obvio ese significado.

En fin, ella le mira con atención, sin pronunciar palabra; le sede la oportunidad de interrumpir el silencio.

— Descubrí información. No la entiendo del todo, pero tal vez tú sí —la mira, meciendo sus pies—. Sabes cosas que yo no y creo que juntos hallaremos la solución y la lógica. Aunque creo que no la hay porqu....

— Al grano —espeta con ojos entornados.

— Escuché a mamá y a Rogers hablar sobre alguien que, según dicen, fue quién traicionó al reino.

Sus ojos se clavan en los del otro, siendo inmunes a cualquier reacción.

— ¿Quién?

— No lo sé —se gira hacia ella, cruzando sus pies en mariposa. Sus manos dibujan un mapa invisible con cada mención—. Nunca pronunciaron nombre, pero tenían una mesa enorme llena de papeles, fotos y una pizarra que desde el reflejo de una ventana se veían los hilos rojos y negros enredados.

Ella entrecierra los ojos. Sus manos se entrecruzan por delante de sus rodillas, a la altura de su pecho.

— ¿No habías entrado ya al espacio de Rogers y revisado todo? Me dijiste que no encontraste nada.

— Y no lo encontré. Pero ha pasado ya tiempo de eso —razona—. Claramente, son cosas nuevas. Pero lo dejaron de lado cuándo....

Aprieta sus labios y la mira. Observa sus mechas apagadas, en estado normal como el resto de los cabellos.

— ¿Cuándo qué?

— Empezaron a hablar de un SeiTenshi —agarra sus tobillos como si fueran un juguete de distracción—. Nuestro apellido.

Mitsuki piensa por unos segundos, mirando el agua.

— ¿Qué dijeron de eso?

— Hablaron de unos pasadizos del castillo y de lugares huecos dónde se ocultaban cosas.

— Eso es imposible —lo mira a él, sus cejas caen en inocencia de interrogatorio—. Nosotros hemos recorrido ese castillo de pies a cabeza.

— Ehj.... —hace una mueca, encogiendo el cuello en tortuga—. Tal vez no del todo. Rogers habló de jeroglíficos y dibujos, de muñequitos y diablos.

Ella capta todo, sus neuronas llegan al punto como si de un cubo con agua fría se tratara.

— ¿Diablos?

Él asiente. Saben que tiene que ver con ella.

— Creo que mamá está investigando sobre el demonio reencarnado y tus poderes. Y ha obtenido información importante.

Por fin, tiene la oportunidad de saberlo todo. No solo quien es el causante, quien va detrás de la gema; sino que también sobre ella. Tienen que buscarlos ellos, porque está segura que su madre no les dirá.

Se gira, plantando el índice en el suelo, en vertical. Habla en mandato.

— Hay que ver esas fotos y papeles. Lo necesito.

Él sonríe, ella no entiende.

— Supuse que la gatita tendría curiosidad, así que.... —mete una mano en el bolsillo derecho de su short y saca un rollo de llaves— aquí tienes.

Las deja caer en sus manos.

— Pero hay cinco.

— Bastante con grabarme el número de cerradura y hip... —cierra sus ojos al ardor en su nariz debido al eructo que acaba de tener— ...buscar dónde guardan las llaves de repuesto. Simplemente, pruébalas todas. Alguna debe ser de esa puerta.

Se incorpora en sus pies, sacude sus nalgas de piedrecitas sueltas y sonríe—. Ya cumplí mi misión, me voy a comer algo antes de que amanezca.

Ella lo agarra por una pierna.

— Chaplin, ¿a dónde vas? —él se bizquea, no le gusta que le diga así—. La misión recién empieza.

Le sonríe tan tierno y relajado, que a él le causa escalofríos.

— Pero hoy puedes irte —lo suelta, una sonrisa se asoma en sus labios—. Mañana en la noche.

Sentencia y revisa las llaves una vez más antes de cerrar el puño.

***

16 de marzo, del 2005. A las 02:00 de la madrugada.

— Vale, patitas —mira a su hermano detrás de ella—. El limón acaba de caer del árbol. Mi ilusión es fuerte, pero no tardemos mucho.

Él frunce el ceño y arruga la nariz, ¿qué?

— ¿Caer del árbol?

— Salir de su despacho —susurra— y baja la voz, juego con la vista, no con el audio.

Le asiente, apretando los labios. Caminan a paso de pluma hasta llegar a la puerta. Keng corre a la esquina a ver si vienen guardias o escucharlos, la ilusión de su hermano de hacerlos invisible es muy realista. Y él no es como ella que, puede ver tanto la ficción como la realidad.

La castaña empiezo probando la primera. Equivocado.




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