—Las víctimas se siguen incrementando, mientras que el Príncipe Jamie aún sigue siendo atendido por médicos. La corona ha lanzado el comunicado donde da a conocer que los rebeldes se han adjudicado de la explosión. Aun después de tantos años siguen intentando desaparecer la realeza, pero las malas noticias no paran, puesto que la condesa Mary Lacey, hermana de la reina, se ha suicidado lanzándose del balcón del psiquiátrico en el que se encontraba. Analizaremos esto y más con nuestros invitados. Bienvenidos…
Me quedo pasmada al escuchar las noticias, veo a través del vidrio de la cafetería a el televisor, mientras que varios de los clientes también lo hacen y comienzan a susurrar.
—¡Anwen! sé que te interesan las noticias, pero estoy seguro que te interesa más tu trabajo —dice mi jefe saliendo por la puerta de vidrio—. Vamos, que esas muestras de pastel no se van a entregar solas, además hazlo lo más rápido posible —señala el cielo y se va.
El cielo está completamente gris, como si supiese que todas esas personas acababan de morir por que un grupo de gente que se creían con derecho divino de gobernar sobre otras por simplemente haber nacido ahí.
Suspiro hondo, mi jefe toca el vidrio de la cafetería volviéndome a llamar la atención.
—Si esas muestras se echan a perder lo pagaras tu.
¿Pagarlas yo?, con todas las deudas que tengo no podría con algo más.
—¡Pruebe los mejores pasteles y el café más apetecible! —grito, mientras las personas van caminando a mi alrededor—si no me cree pruebe un poco de pastel.
El disfraz de conejo en el que estoy no hace muy sencillo que sostenga la bandeja de muestras.
Una señora mayor está a punto de tomar un poco, pero siento un empujon en la espalda y caigo, la señora se va asustada. Mi cabeza de conejo ha salido disparada.
—No, no se vaya —suplico.
Miro como un león ve a su presa a mi alrededor en busca del chico que hizo que tropiece, lo encuentro cruzando la calle y entrando a una tienda departamental de lencería.
—¡Hey tú!, ¡tienes que pagarme! ¡hey!
Cruzo la calle.
—¡Niña!, ¡¿no ves el semáforo?! —vocifera el conductor que casi me atropella.
—¡Lo lamento!, ¡lo lamento!
Pregono mientras me voy alejando y entro a la tienda.
Localizo al sujeto.
—¡Hey tú!, ¡idiota de la cazadora negra tienes que pagarme!
El idiota no se voltea, sigue caminando.
—¡Idiota!, ¡págame!
Casi sin aire logro alcanzarle, le toco toco un brazo para hacerlo girar hacia mí, pero este tipo es más rápido y me tapa la boca y me mete a unos de los probadores, me aprisiona sobre la pared.
—Si te callas, no te va a pasar nada, niña —susurra en mi oído y me tapa la boca con una de sus manos.
¿Niña?, quiero preguntar, si se nota que él es igual de joven que yo, no comprendo quien se cree el para llamarme así.
Esta tan cerca mirándome directamente y quiero creer que alguien tan atractivo como el, con el pelo castaño en hondas y los ojos azules tan intensos, no sería capaz de hacerme daño.
Intento calmarme, pero siento una leve vibración en la parte baja saliendo de él.
¡¿Qué es eso?!
Sus manos van hacia sus pantalones…
¡¿Qué va a hacer?! ¡Es un pervertido!
Sin pensarlo dos veces muerdo su mano e intento soltarme, pero el me vuelve a aprisionar y tapar la boca.
—Te lo he advertido, niña. Si quieres vivir, quédate quieta —dice amenazante.
Anwen, por favor piensa como escapar de un pervertido, piensa por favor.
Intento calmarme y examinar mejor la situación: el mete su mano en el bolsillo de su pantalón, mi corazón comienza a latir desbocado imaginando lo peor.
El pervertido saca su móvil, lee algo rápidamente y marca un número.
Si está llamando a sus cómplices mi escape será más complicado, trato de poner atención a lo que dice.
—¿Señor Baan?, ¿los detuvo?
Hay un silencio, luego continua.
—¿Saben quién soy?
Oigo decir un «si», el pervertido se queda en silencio y continua.
—Ya no regreses por mí, yo iré… al psiquiátrico.
El pervertido corta la llamada, se gira y me mira con algo que parece tristeza en sus ojos, me suelta y está a punto de salir del probador.
¿Qué clase de pervertido deja a su presa así?
Lo sostengo del brazo, si él no es un pervertido no dejare que se convierta en un deudor.
—Págame —exijo y estiro mi otra mano.
El parece confundido.
—Pa-ga-me.
—¿La falta de aire en tu disfraz te atrofio el cerebro?
—El que debe de tener atrofiado el cerebro debes de ser tú, porque no recuerdas que hiciste que me cayera y se tiraran todas las muestras de pastel que tenía, tienes que pagar.