—Mi abuelo dice que todos sus inquilinos están cordialmente invitados a su fiesta de año nuevo. Deveras buscar cualquiera ropa que diga año nuevo, no importa si es festivo o no.
Dice la morena con unos rizos agarrados con pasadores amarillos y unas pecas en las mejillas.
Cruzamos las puertas de nuestro instituto y comenzamos a caminar por la acera.
—Entonces me comprare cualquier ropa y un cartel que diga feliz año nuevo —bromeo.
—Ohh, mira —señala un auto negro con lunas polarizadas, Holder está apoyado en el— ¿es quien creo que es?
Si. Es él, lleva la bufanda que le tejí, el señor Baan está en el lugar del conductor. Nuestras miradas se cruzan fugazmente.
—Es más guapo en persona que en la televisión —susurra Carol.
Me acerco a él.
—Hola —sonríe.
Tiene las mejillas y la nariz rojas, lleva mucho tiempo ahí.
—¿Qué haces aquí?
—No se —esboza una sonrisa—, mi corazón necesitaba verte.
—No lo hagas más, la próxima vez que vengas te ignorare —digo y me alejo.
Carol corre hacia mí.
—Duele el amor, pero como te dije no eres su salvavidas, si estar cerca de él y de tu madre te hacia daño debes alejarte por ti, siempre debes elegirte a ti —me sonríe y me toma de la mano, a comenzado a nevar— Vamos, veremos Shrek, esas películas ponen bien a cualquiera
Te prometo que es mejor así, si me quedo junto a ti te romperé el corazón, es por tu bien.
Ambas nos alejamos corriendo, corro para alejarme de Holder y no correr a abrazarlo.
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—¿Esta afuera?
Carol agita la cabeza.
—Cada vez ha venido menos.
Suspiro aliviada.
—Es lo mejor ¿no?
Suena mi celular.
—Madre —leo en voz alta, dudo si contestar o no.
—¿Quizá quiere felicitarte por tu cumpleaños?
La primera llamada después de haberme botado de su casa, sonrío, al menos me devolvió la llamada después de casi un mes.
—Madre, es treinta de enero, ¿porque llamas?
—¿Qué? ¡No, por favor! —grita, agitada.
—¿Mamá?
—¡No lo hagas! —suena como una puerta se ha golpeado— ¡Va a matarme! ¡Ven! ¡Ven!
Salgo corriendo del instituto, Carol me sigue.
—¿Me prestas tu celular?, el tuyo puede grabar.
Carol lo saca inmediatamente y me lo da.
—Traeré a la policía, ve, yo te alcanzo —dice y se va en dirección contraria.
Me subo a mi auto y maneo lo más rápido que puedo.
Saco las llaves de mis bolsillos y escucho los golpes.
Mis manos tiemblan, temo encontrarme la peor escena.
Entro, pongo el celular a grabar, necesito pruebas de lo que ese hombre hace.
—¡Mamá!
—¡La princesita fugaz a llegado! —se carcajea mi padre, mi madre sigue encerrada en una habitación.
—¡Estoy aquí, cariño!, ¡ayúdame, por favor!
—¡¿Por qué lo haces?, ¿mi madre no te dio dinero para tus vicios?, ¿o quieres más dinero para divertirte con otra de tus amantes?, ¿o te enteraste que tiene otros hijos regados por ahí?!
—¡Maldita! —corre hacia mí, no me escapo, no corro, quiero que lo haga, quiero que me golpee como nunca antes lo ha hecho. Saca su cinturón.
Se lo que viene.
—¡No tengo dinero!, ¡las deudas me tragan!, ¡y tú te vas sola y no nos das dinero para mantenernos!
Los latigazos caen tan fuertes que siento que me van a quebrar la espalda.
—¡Alto ahí! ¡Policía! —entran en la casa con una pistola apuntándole a él.
Él levanta las manos.
—¡No hice nada!, ¡yo no hice nada! —entra en pánico.
—Señorita ¿está bien? —se acerca un policía.
Intento levantarme, Carol entra detrás de ellos y me ayuda.
—¡Se los dije! —regaña a los policías—. Si no llegábamos a tiempo ese monstruo pudo haberlas matado.
—Gracias por traerlos —le digo. Mi espalda arde.
Uno de los policías va a la habitación donde está mi madre y la saca.
—¡Cariño! —corre hacia mí y me abraza— ¿estas bien?, ¿no te hizo nada malo?
Me sorprende que haya corrido antes a mí que a él.
—Señora ¿ese hombre le hizo eso? —le señala la cara llena de moretones y sangre.
—Usted oficial sabe que a veces las esposas no quieren cumplir con su deber, usted lo sabe…