El teniente coronel, Erich Kirchner, analiza la obvia subestimación de la joven con el título de doceava princesa Juliana hacia su persona. Él no es ningún tonto y sabe que no es la primera dentro de la organización que al verlo, tiene ese tipo de pensamientos. Pese a ello, nadie se había atrevido a exteriorizarlo de forma tan directa y menos, en el primer encuentro. Lo más cercano, sólo le ha ocurrido con dos personas y ellos, demostraron su inconformidad con actitudes y no, con palabras.
Y aunque lo normal sería que el maestro estuviera sorprendido y no supiera qué hacer con la actitud de su alumna, su rostro muestra enfado y no por el menosprecio, sino por quien fue dicho. Pero, ¿qué hacer? ¿Qué le es conveniente?
―Ignoraré esto ―anuncia al concluir que es lo más beneficioso y agrega―: Es la primera y última vez, que perdono este tipo de faltas. A cambio, entra al cuarto y haz lo que te ordené.
Ante esta gran noticia, Sóbolev y Grimaldi quitan sus manos de la boca de su compañera al tiempo que sueltan un suspiro de alivio. La tensión se quita de sus hombros pero, poco a poco vuelve a aparecer, a medida que pasa el tiempo y la princesa no mueve ni uno sólo de sus pies para dirigirse al sitio indicado.
De inmediato, Yerik saca una conclusión perfecta, pues la razón por la cual ella no ejecuta la acción es porque no escuchó lo que Erich demandó y por consiguiente, no entiende a lo que se refiere.
―Quiere que ingreses a la cámara y muestres tus habilidades de combate por medio del simulador ―susurra el joven en el oído de la princesa.
Cuando el cerebro de la doceava procesa esta nueva información, su alarma mental resuena. Las manos le empiezan a sudar y una sensación extraña, le hacen querer huir. Sin embargo, no lo hace, pues esto sería visto como un acto de rebeldía que Keith Dalley no pasaría desapercibido. Y, Julia entiende que ya no puede tentar a la suerte. Ya ha pasado el límite de faltas permitidas con su comentario carente de cualquier mala intención que al final resultó malinterpretado e inapropiado.
Aunque Su majestad, tiene en claro que debe escaparse de problemas con el líder de su familia y comenzar a entrenar para ser una buena recluta, desea a toda costa evitar una de sus «crisis», al menos por el momento. Así que, no le queda más opción que valerse de algo que al parecer su oficial a cargo desconoce y que sería una vergüenza para cualquier otra persona, menos para ella.
―No puedo ―pronuncia obteniendo la atención de todos los presentes―. No he aprendido a usar mis poderes.
―¿Disculpa? ―Pregunta Erich desconcertado―. ¿Qué has dicho?
―No sé usar ningún tipo de arma ―contesta detallando más su situación―. Y, no aprendí a emplear mi ergoquinesis.
Los tres jóvenes varones enmudecen ante la revelación de la única mujer del equipo. Sus compañeros, la observan sin saber qué decir, pero plenamente convencidos de que ella no pretende hacer una broma, mintiendo con algo tan delicado. Tampoco se trata de un acto de provocación hacia su mentor, pues ella no es así. Entonces, ¿por qué declarar eso justo en este instante? Y lo peor, ¿por qué no se los dijo a ellos antes si llevan tantos años estando juntos?
A los reclutas, no se les ocurre ninguna respuesta ante su primer cuestionamiento. Pero respecto al segundo, lo posible es que haya sido por temor de recibir rechazo por parte de los únicos que se han acercado a ella sin codicia e hipocresía. Porque, ¿qué otra cosa puede ser? Después de todo, aunque la mayoría de alumnos en la academia han realizado juicios de valor negativos respecto a su completa ausencia a las prácticas militares y sus poderes desconocidos alegando lo que ella ha declarado, Josiah y Yerik se han mantenido firmes en defenderla. No obstante, no se percataron que en el proceso, se estaban poniendo una venda en los ojos ante lo que era tan claro como un manantial de aguas puras.
Por otra parte, mientras los muchachos siguen absortos en sus reflexiones, Erich trata de controlar su enfado el cual es tan grande que si no se calma, explotará y perderá su profesionalidad. Por ello, lleva sus manos hacia su corbata negra para aflojar el nudo y respira profundo para sosegarse.
Posterior, el joven fija su mirada en ella y al igual que sus alumnos, tampoco ve un vestigio que le indique que las palabras de la doncella son mentira y eso, lo lleva a irritarse con el consejo en general, pero en mayor medida, con los líderes de la primera y séptima familia. Esto, porque estuvo reunido con ellos anteriormente y no le hablaron acerca de ese detalle. Un pormenor, que lo ha hecho quedar como un idiota, pero que al fin y al cabo, lo ha llevado a entender por qué los datos militares de ella los consideraba adornados. En concreto, demasiados perfectos para ser ciertos.
Con lo acaecido, lo único que desea Kirchner es salir y abandonar este trabajo que ha postergado desde hace un decenio, cuando por primera vez fue candidato a ser el maestro titular de la princesa. Pese a esto, no puede huir pues a diferencia de aquel tiempo en que la benevolencia lo arrulló entre sus brazos al perder la votación y ser elegido para ese cargo Dan Gasser, hace dos días ganó el plebiscito y está atado de pies y manos al tratarse de una orden directa del consejo. Sin embargo, ganas no le faltan de renunciar y menos, cuando la docencia no le agrada por completo (aunque en algún momento tendría que encargarse de enseñar a algún grupo porque las leyes de la organización así lo demandan) y lo único que ha pedido en sus diecinueve años de vida es nunca cruzar sus caminos con el doceavo contenedor de la princesa Juliana.
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Editado: 31.12.2022