―Buenos días. ¿Está disponible la doctora Serkin?
Ni el saludo ni la indagación de Erich son respondidas por la jovencita de cabellos marrones, secretaria de la profesional en psiquiatría a quien Kirchner busca, porque está ocupada con su celular.
―¿La doctora puede recibirme? ―indaga nuevamente, enfadado por ser ignorado.
―Qué molesto ―murmura la oficinista y pregunta en voz alta, dejando apreciar un leve tono de fastidio―: ¿Tiene una cita?
―Sí, hablé con ella anoche y me dijo que me presentara a esta hora.
La mujer suelta un suspiro y guarda su teléfono para observar por primera vez al muchacho. Ella no puede evitar que su cara se torne rojiza al distinguir el atractivo del hombre que tiene frente a sí y que claramente es de su tipo y a su opinión, el de cualquier otra mujer: un varón alto, delgado, no tan fornido como un fisicoculturista pero con los músculos bien delineados como para verse bien, con ojos grandes y de un hermoso color miel combinados con unos cabellos castaños y rizados que lo pueden hacer destacar entre una multitud. En resumen, ella lo compara con un dios griego porque medirlo con un modelo de revista, juzga insuficiente.
―Le pido que perdone mi anterior comportamiento. No tiene idea de las cosas que tengo que soportar en este sitio ―dice con una sonrisa para quedar bien con él―. Lo buscaré de inmediato en la agenda. ¿Cuál es su nombre?
―Erich Kirchner.
La respuesta dada con simpleza por él, no es de impresionar, pero la joven demuestra una expresión de euforia que mantiene mientras busca la fecha presente y la hora que transcurre, en un libro que tiene a su par.
―Aquí está. ―Señala entusiasmada una parte del texto―. Ahora que me acuerdo, mi tía me dijo ―habla elevando el tono al mencionar el parentesco, para aclararle a Erich que no es una simple empleada― que lo inscribiera en el lugar de la cita que ayer cancelaron de forma repentina.
Kirchner no emite oración. La observa con cierto hastío. Lo que pide internamente es que la muchacha le permita entrar al consultorio para no tener que seguir escuchando su inútil coquetería barata.
―¿Puedo pasar?
―Lo siento, pero no puede. Mi tía aún está atendiendo a una señora, pero tranquilícese, no le faltará mucho para terminar. Si gusta, puede sentarse mientras espera.
Sin otro camino, Erich se dedica a tomar asiento en un sofá de color beige que se sitúa en una esquina del cuarto y no, en el que señala la mujer que está contiguo a su escritorio.
Para pasar el rato, el joven echa un vistazo a unas revistas colocadas en un estante y en tanto se da a la tarea de escoger una, advierte que la secretaria termina de retocar su maquillaje y se aproxima contoneando sus caderas.
―¿Le gustaría tomar un vaso con agua o alguna otra cosa? ―pronuncia zalamera y añade con un doble sentido―: Me encantaría complacerlo.
―No, gracias.
El desinterés de Erich hacia ella no es percibido por la muchacha quien sin esperar una invitación, se sienta a su lado.
―Es usted alemán, ¿no? ¿De qué parte?
―De Berlín.
―¡Berlín! ¡Qué maravilla! Siempre he querido visitar Berlín…
Y en seguida, inician los mil y un comentarios y preguntas con verborrea a los cuales Erich no se molesta en responder, pues si hay algo en su lista de cosas que odia, son las mujeres que hablan sin parar, que se ofrecen a un hombre sin conocerlo y que así, demuestran el poco respeto que se tienen a sí mismas.
―A propósito, ¿la cita es para ti o para alguna otra persona?
El monólogo de la joven que se asemeja a un huracán, se detiene ante una pequeña indagación que tiene un gran peso. Lo cierto es que se había tardado mucho. Con la forma de pensar superficial con la que se ha presentado, Erich esperaba que en algún instante, reparara en la posibilidad de que al él estar allí, fuera otro de los muchos pacientes con un determinado problema mental y quisiera garantizar su estado psíquico. No obstante, esto no significa que Kirchner vaya a aceptar una enfermedad para quitársela de encima. No, lo aseveración que dará a continuación es otra; una que le ha funcionado convenientemente con la mayoría de mujeres. Por supuesto, con aquellas que tilda de decentes, con principios y valores cimentados en una fuerte roca.
―No, no es para mí. En realidad, tampoco es una cita médica ―contesta con cortesía, a lo que la mujer respira aliviada. Luego, Kirchner le sonríe falsamente―. Quiero pedirle un consejo a la doctora para tratar a mi novia.
Sin más, la joven se levanta y regresa a su escritorio, haciendo que Erich celebre su victoria en sus pensamientos y se concentre de nuevo, en una de las revistas de salud.
Tal vez, respecto al hecho anterior, la salida que buscó el agente no sea agradable para un número considerable de personas. Declararle a la muchacha que el interés no era recíproco, era mejor opción que mentir. Sin embargo, teniendo en cuenta lo directo que puede ser Erich hasta el punto de ser grosero inconscientemente, él prefiere exponer falsas relaciones amorosas las cuales nunca ha tenido ni desea tener en un largo tiempo, antes que herir a las mujeres. Esto, porque a pesar de todo, fue criado para que respetara a las féminas como a un vaso frágil.
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Editado: 31.12.2022