Princesa Juliana: El despertar de la heredera

Capítulo 8

Habiendo recibido el mensaje con la ubicación de Julia por parte de Redford, Erich toma un desvío de la carretera para aproximarse al sitio indicado. Él pisa el acelerador con irritación pues cuando el director de la academia Juliana lo llamó en el momento en que estaba con la doctora Serkin, no pensó que la situación fuera grave. Después de todo, él le informó que su estudiante no había asistido a una clase y eso para Erich no representaba una problemática pues a pesar de que solo a ella se le exige asistir a todos los componentes, cree que una charla simple con ella hubiese bastado para solucionarlo todo. Sin embargo, ahora se haya con la noticia de que la princesa se ha escapado de la institución escolar y eso, le da otro giro a las cosas.

Erich no puede evitar sentirse enfadado. En primer lugar, con el director Redford ya que le notificó de la huida de Julia y de su localización por un mensaje de texto cuando no era el medio ideal para brindar un dato de esa índole, lo que le hace pensar que el director le resta importancia a los actos de la joven. Además, odia que el hombre no se atreviera a enfrentarle directamente luego del grave error cometido al no vigilar a la princesa. En segundo lugar, se siente disgustado con Julia porque la considera una irresponsable al salir del que es el lugar más seguro para ella y porque a conciencia, se está exponiendo al peligro de encontrarse con un agente de la Insurrección que le pueda hacer daño. Por si fuera poco, si aún no sucediera lo anterior gracias al aparato de encubrimiento de poder psíquico, pareciera que ella no meditara en que corre el peligro de sufrir un intento de robo o hasta una violación, porque ni siquiera sabe defenderse del ataque más simple.

El enojo del teniente coronel se acrecienta y mientras conduce, trata de serenarse para no cometer un error cuando tenga a Julia de frente. Él sabe que no le puede ni elevar la voz ni insultarla, aunque ella esté poniendo su vida en juego y por ello, medita internamente y trata de racionalizar el actuar de la princesa en base a lo conversado con la doctora Serkin porque si lo hace, la parte racional de su cerebro le dice que ella no tiene toda la culpa y que debe mostrarse lo más tranquilo y caballeroso que pueda, aunque por dentro esté por reventar.

Respira profundo y Kirchner trata de seguir abogando por Julia cuando le faltan tres calles, según lo que le indica el GPS, para llegar al establecimiento de comida. Unos segundos después, el mismo dispositivo le indica su arribo y se estaciona en la entrada del local sin importarle que una señal de tráfico le revele su mal aparco.

En cuanto abre la puerta de su lujoso automóvil, observa a una joven de rubios cabellos que sale corriendo de la pizzería y no tarda en percatarse por las facciones de la muchacha y su ropa, que se trata de su alumna.

Antes que él rodee su vehículo para ir por ella, se percata de que la princesa cae al suelo de rodillas y por ello, corre con premura. Lo primero que hace el maestro es tomarla de los hombros y ante su contacto, ella levanta su rostro y sus miradas se encuentran.

―¿Qué haces aquí? ―dice ella agitada, con la voz entrecortada y desviando su mirada a todos lados―. ¿Dónde está el señor Gardner? Le envié un mensaje para que viniera por mí. ¿Dónde está mi chofer? Yo no te quiero a ti.

Julia trata de retroceder. Las palabras que ha dicho pueden ser groseras, pero ciertas. Ha tenido un día horrible y encontrarse con su maestro no lo mejora pues su deseo no era verlo a la cara y menos, luego de su último encuentro donde él observó una de sus crisis. Con esta serían dos veces que él la encuentra mal y no se puede permitir eso ya que nunca se ha mostrado de esa forma ni ante sus padres. En este instante, no sabe cómo comportarse con él ni cómo explicar lo que le sucede si es que él quiere empezar con un interrogatorio.

Por su parte, él no le contesta de ninguna forma porque no quiere ser demasiado grosero y desvía su mirada para respirar profundo. No obstante, cuando hace esta acción, se percata del líquido carmesí que brota de la mano de la muchacha por lo que se queda petrificado al recordar lo que la especialista en psiquiatría le mencionó acerca de conductas autodestructivas y analiza, que ésta pueda ser talvez su primer acción contra su propia humanidad.

Unos murmullos se empiezan a escuchar y desvían la atención de los dos jóvenes, pero es Erich quien al observar que varias personas se acercan a ellos con curiosidad, toma una decisión acorde al momento.

―Vámonos. Al parecer, no puedes pasar desapercibida ―expresa al tiempo en que la ayuda a ponerse de pie.

Aún con la mirada de los curiosos y de la joven mesera que atendió a Julia la cual sale acompañada de un hombre de complexión robusta vestido de cocinero que probablemente sea el dueño del local, Erich coloca su brazo alrededor de Julia y la atrae a su cuerpo para servirle como apoyo al caminar ya que ella se muestra temblorosa. Situándola en el asiento del copiloto, a continuación, apresurado como nunca antes en su vida, sube al automóvil de color negro y enciende el motor para huir a toda velocidad.

El joven agente trata de alejarse de la escena todo lo posible y aunque está ocupado conduciendo, también echa vistazos a la muchacha de vez en cuando para observar la evolución de su estado. Ahí, es cuando advierte que está envuelto en la peor de todas las situaciones porque contando con el pedazo de vidrio incrustado en la mano de la chica y la sangre que sale a borbotones la cual puede llevar a Julia a una hemorragia, además, la princesa sigue temblando y las lágrimas salen de sus ojos. De lo último, Erich no sabe si es por el dolor físico o por el psicológico.




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