Princesa Juliana: El despertar de la heredera

Capítulo 14

Es sábado por la mañana y, aunque en la mesa se haya una laptop con varias carpetas de trabajo por hacer, Erich planea salir un rato para quitarse todo el estrés de encima. Después de todo, si en los últimos días ya ha postergado sus estudios por culpa de la princesa y su equipo, ¿por qué no aplazar esto por otro tiempo y más cuando se trata de algo para él?

De esta forma, convencido de que es lo mejor para quitarse el nudo que tiene en el cuello, Kirchner cierra la puerta de su apartamento y se dirige al estacionamiento del edificio donde habita para buscar su automóvil. Y en cuanto sube a él, sujeta su celular y coloca la dirección del sitio que visitará en el GPS.

Mientras el joven maneja por las transitadas carreteras, no puede evitar pensar en lo difícil que se ha vuelto su vida. Él ya tenía todo planeado; Erich había logrado ingresar en una de las mejores universidades de Alemania y en este punto, tendría dos semanas de clases en la carrera que había escogido. Para él, aunque su trabajo como agente de estrategia de la organización Juliana era demandante, estaba seguro de que podría equilibrar sus labores y así, en un par de años, podría graduarse y seguir con sus planes, más ahora… Le parece una pesadilla el estar al otro lado del mundo, el ser obligado a asistir a una universidad cercana a su nuevo domicilio, el tener en su mano una larga lista de asignaciones retrasadas (pues en este país el periodo escolar inició hace un mes y medio) y para empeorar, el haber tenido que cambiar su trabajo por uno que detesta. Lo único favorable que puede verle a todo, es su salario y el departamento acorde a su gusto.

El teniente coronel respira profundo al pasar una intersección.

En definitiva, aunque al principio pensó que el doceavo contenedor resultaría en una maldición para él, ahora sabe que se equivocó pues el problema ya no es sólo ella sino también sus demás estudiantes. Al fin y al cabo, si no es Julia con sus crisis mentales, son los demás con sus riñas y, si no es la princesa y sus faltas de respeto, son Yerik y Miu con sus comentarios en contra de él. Sea como sea, son un dolor de cabeza. Sin embargo, uno de ellos cruzó los límites cuando con su acto del día anterior, lo obligó a salir corriendo de la universidad para atender la emergencia que provocó.

A tiempo, ayudándolo a dejar momentáneamente a un lado su último problema, Erich llega al lugar que encontró en internet y que le pareció agradable para pasar un rato ameno. Así, aparca su vehículo y entra a la única librería cafetería que halló cercana.

En cuanto abre la puerta del local, el joven sonríe al apreciar el exquisito olor a café, pero sobre todo, al escuchar la agradable música clásica que inunda el sitio. Seducido por esto, Kirchner camina despacio en tanto echa un vistazo alrededor. De esta manera, visualiza las estanterías llenas de libros, las repisas con luces para enmarcar aquellos textos de temporada, algunas mesas con revistas y las dos áreas preparadas para clientes de diferentes gustos: La cercana al balcón que tiene mesas y sillas de madera para cuatro personas que es ideal para aquellos que aman la compañía numerosa y, el espacio al fondo con cómodos sillones y pequeñas mesas de centro para una o dos personas.

Habiendo determinado con rapidez, el área al que pertenecer, Erich se dirige al balcón para realizar sus pedidos. Y ahí, realiza una fila para ser atendido, situándose detrás de una joven con cabellos lisos, largos y negros que casi le llegan a su cintura.

Con calma, Erich espera que uno a uno, pasen las cinco personas que están delante de él y no se molesta por el tiempo que se toman los individuos debido a lo agradable del sitio y porque esto le provee del espacio suficiente para meditar en qué tipo de café solicitar y por qué libro preguntar. No obstante, aunque él se encuentra absorto en ello, la voz femenina de la chica de delante, lo saca de su ensimismamiento:

―Buenos días, Luisa. ¿Tienes lo que te pedí?

Erich no quiere darle crédito a lo primero que viene a su mente. ¿Será posible que tanto trabajo lo esté afectando más de lo que cree? Porque aunque sólo ha estado con ella por una semana, él está casi seguro que ese timbre de voz es el de la doceava princesa.

―Por supuesto, señorita ―declara la joven que sirve como camarera―. Puede dirigirse al tercer estante de la derecha. Yo le llevaré lo acordado y… ¿Quiere lo mismo de siempre?

La joven asiente y Erich, tratando de convencerse de que aquello ha sido producto de su imaginación, observa detenidamente cada facción de la doncella en tanto ella da media vuelta para marchar al sitio indicado. Por lo que, en cuestión de segundos, detalla con precisión su nariz respingona, sus labios finos sonrosados y aún, sobre los lentes de marco rojo que trae puestos, sus ojos negros y sus largas pestañas.

―Siguiente, por favor ―indica la otra joven a Erich en tanto ríe por lo bajo.

―Buenos días. ―Saluda él un tanto avergonzado de que alguien se haya percatado de la forma en que miraba a la muchacha.

―Buenos días. Bienvenido a «Sweet moment». ¿Es su primera vez aquí?

―Sí.

―Excelente. Mi nombre es Luisa y espero que su estadía sea grata y nos visite con frecuencia ―dice ella con una sonrisa y señalando el letrero que está atrás suyo, pregunta―: ¿Qué desea probar?

―Un café vienés ―responde él con simpleza.




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