Princesa Juliana: El despertar de la heredera

Capítulo 18

―¿Está bien, princesa? ¡Abra, por favor!

La voz de una mujer se escucha lejana, casi como si fuera a un kilómetro de distancia, pero por alguna razón, Julia aún es consciente de que tanto la petición que se vuelve cada vez más insistente así como los golpes fuertes en la puerta que separan el baño de su habitación, están relativamente a un paso de ella.

―Su majestad, se lo imploro, abra ―insiste la mujer al otro lado―. Se hace tarde para su cita. No puede estar encerrada para siempre.

Esto último ya no es escuchado por la joven. Ella lo ha ignorado y simplemente, se ha acostado sobre una alfombra con la esperanza de quizás conciliar el sueño que no logró obtener la noche pasada. Así, doblada sobre el tapiz, cierra sus ojos sintiendo que es acunada por Morfeo y cuando le parece que por fin podrá dormitar sin los malditos síntomas de su trastorno, la puerta que es tirada por una fuerte patada, la vuelve a colocar en alarma.

―¿Qué haces? ¿Por qué entras de esa manera?

La mujer hace a un lado el reproche, realiza una reverencia y extiende su mano para darle un celular que al principio, Julia duda en recibir.

―Es el teniente coronel, quiere hablar con usted.

Julia traga grueso porque realmente, se había olvidado de él. Por lo cual, sigue viendo el aparato sin desear contestar, pero los modales que tan bien arraigaron sus padres en ella en sus primeros años de infancia, se lo impiden.

―Buenos…

―Se puede saber por qué te encierras en el baño ―amonesta Erich al otro lado de la línea, sin dejarla terminar su saludo―. Dime, al menos, ¿te has duchado?

―No, yo no… Es que me siento mal. Anoche no…

―Ni si te ocurra darme una excusa. No estoy para eso ―declara y toma una pausa para ordenar―. Coloca el teléfono en altavoz y avísame cuando lo hagas.

Un suspiro de cansancio es dado por la princesa, pero hace según la petición de Erich y no porque sea una tonta dominable sin respeto hacia sí misma, sino porque ha entendido con el poco tiempo que lleva con su maestro, que éste simplemente es así y que una discusión vía telefónica con él no es efectiva. Asimismo, porque ella en esta ocasión, cree que en efecto Kirchner tiene una razón para estar a la ofensiva y es claro, su obvia negativa de cumplimiento al acuerdo antes establecido entre ambos.

―¿Por qué no has cumplido con mi orden? ―Indaga él en cuanto Julia le ha hecho la notificación.

―Lo siento, señor. Como le expliqué, su majestad se encerró y no quería abrir. Ella es la princesa y no puedo…

―¿Y acaso no sabes quién soy yo? ―enuncia él en un tono que hace a la joven castaña temblar―. Comprendo que respetes la autoridad de la princesa, pero si ella se comporta como una niña malcriada, tu deber es hacer oídos sordos a sus palabras y obedecerme a mí que soy tu superior. Así que, limítate a hacer tu trabajo y a tener lista a la doceava en dieciséis minutos porque en cuarenta y cinco, debe estar en el consultorio de su terapeuta. Por lo que, escucha bien, si su majestad no quiere comportarse acorde a su edad, tienes mi permiso para usar la fuerza y obligarla a entrar a la ducha, así tengas que quitarle la ropa de encima.

―¿Qué? ―Exclama la princesa aturdida―. ¡Eso no es posible!

―Lo será sino aprendes a ser madura. Tú eliges. ¿Será a las buenas o a las malas? ―Ella no contesta y prieta sus puños y sus labios―. Y dame tu respuesta ahora, para ir pensando en el castigo que le daré a la señorita Hill.

Los ojos esmeralda de la princesa se posan en la joven que baja su mirada temblando y mentalmente se martiriza porque aunque admite que Erich es algo intimidante y sabe que es posible que no le haga daño, le molesta que la ponga en una posición tan delicada.

―Está bien, lo haré.

―Sabia elección ―habla él ante la respuesta a regañadientes dada por ella―. Una cosa más, Hill. Yo los encontraré en el consultorio. Tardaré un poco por algunos pendientes, pero llegaré. Cuida a la princesa de cerca como lo has hecho en los últimos días. No quiero que se escape en un descuido. La dirección del sitio al que irán se la daré a tu jefe en cuanto se marchen de la casa e igual que ahora, avísame de cualquier inconveniente.

Dicho esto y sin una palabra de cortesía, el joven cuelga la llamada, dejando a su alumna mucho más aturdida por su proceder. Con todo, ella no tarda en despachar a la señorita Hill para alistarse y de esta forma, no tarda en comenzar su tarea no sin antes, meditar profundamente en por qué fue que la colocaron a cargo de Erich y es que para su gusto, fue porque él se demuestra demasiado competente.

Habiendo aplicado champú en su larga cabellera e iniciando a enjabonarse, respira profundo, pensando en lo difícil que Erich le ha hecho la vida, pues lejos de ignorarla como todos y apoyar sus malas decisiones, la ha enfrentado. Y por si fuera poco, también la ha arrinconado. Esto, porque colocando como ejemplo específicamente lo de su acuerdo, ella pensó que podía zafarse de alguna forma de ir con el psicólogo, más él no la ha dejado. Kirchner ha estado detrás de ella en todo momento, adelantándose a cualquier posibilidad de huida como si ésta en verdad existiera y, ha ido tan lejos en la última semana, al redoblar su vigilancia colocando a la señorita Hill como su sombra; siendo esto último, quizás lo peor.




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