Princesa Juliana: El despertar de la heredera

Capítulo 20

―Afortunadamente, su majestad, logramos actuar en el momento exacto ―declara el médico con una Tablet entre las manos―. La aplicación en su cuerpo de la nanotecnología que ha desarrollado la primera familia, ha resultado de maravilla y por ello, los daños sufridos por el traumatismo cerrado han sido mínimos y sin ningún tipo de complicación. De esta forma, incluso evitamos la realización de una cirugía que comprometiera su bienestar.

El galeno toma una pausa, esperando una respuesta de Julia que yace en la cama. Con todo, no la obtiene porque ella continúa con los ojos negros puestos en el cielorraso, sin prestarle el mínimo de atención.

―Princesa, ¿necesita que la ayude con algo? ―Ahora quien le habla es una joven enfermera―. Si gusta, puedo acomodar su almohada o hacer cualquier otra cosa por usted.

El silencio continúa y los dos profesionales intercambian miradas.

―Llamaré a la doctora Serkin. A lo mejor ella, pueda hacerla reaccionar.

Sin decir más y habiendo hecho todo lo que ha estado en sus manos, el doctor se retira y quien queda a cargo de servir a la doceava es la enfermera, la cual se mantiene a su lado lista para recibir cualquier orden. Una, que ciertamente no parece estar cercana de darse y tras llegar la profesional a esta conclusión, además de por el hecho de sentir una horrible presión proveniente de la incómoda afonía, tras casi medio cuarto de hora, decide seguir dialogando a pesar de no contar con un interlocutor.

―Que el doctor no me escuche pero, ¿sabe? Lo que hizo la diferencia para usted, más que los nano robots, fue la intervención oportuna del señorito Erich ―expone mientras abre la ventana de la habitación, soltando un pequeño suspiro al mencionar el nombre del teniente coronel―. No tiene idea de lo que me hubiese gustado a mí, ser salvada de la muerte por él.

Desde que despertó, esta es la primera ocasión en que Julia muestra una reacción la cual es sin lugar a dudas, apretar las sábanas blancas de la cama con ira.

―Vete, quiero descansar.

El bramido de la doncella, provoca que un escalofrío atraviese el cuerpo de la mujer de pies a cabeza y por ello, sin esperar otra palabra de por medio, ésta sale corriendo.

Viéndose de nuevo sola, Julia cierra sus ojos y muerde sus labios.

Aunque los profesionales a cargo de la salud de Julia hubieran apostado a que ella no los escuchaba y pese a que en parte esto es cierto, también es verdadero afirmar que ocasionalmente, una que otra palabra llegó a sus oídos. Por lo tanto, la princesa es cien por ciento consciente de que tanto sus padres como sus hermanos siguen vivos, que los primeros tienen algunas heridas y los últimos apenas corrieron con suerte. Así pues, ella conoce que Anne tiene el cuello bastante lastimado y que los huesos de la pierna de Adrián se rompieron. Y, aunque esto debería ser motivo de alivio para ella, el conocimiento de los datos anteriores solo ha acrecentado el dolor y la frustración que la embargan.

La culpa, tan típica del trastorno psicológico de la doceava, la avasalla como una ráfaga de balas. Ella no puede ver nada positivo porque en cambio, lo negativo la carcome. De nada le sirve saber que sus familiares están vivos cuando está al tanto de que nada les hubiera pasado de no ser por ella. Al fin y al cabo, aunque le repitan infinidad de veces que no tiene la culpa, la objetiva realidad no cambia: si Julia no existiera, sus progenitores y Anne quizás estarían ahora mismo en algún campo de fútbol de la ciudad, viendo a Adrián correr detrás de una pelota y no, sufriendo dolores de unas heridas provocadas por unos locos asesinos.

Una lágrima se escapa de los ojos de Julia.

Durante muchos años, ella ha estado tratando de no pensar en ello, pero ya no es capaz de detener ése pensamiento. Es más, la princesa cree que su enfado anterior con la enfermera, se debe a que ahora como nunca antes, siente que lo que se merece es la muerte. En resumen, Julia no ha deseado un salvador, un héroe o algo parecido porque la expiración, se le hace un dulce deseable y la mejor escapatoria para la penitencia autoimpuesta que actualmente no desea seguir llevando a cuestas. Como resultado, en el instante en que ella gira su cabeza, la ventana que la enfermera dejó abierta se presenta ante sus ojos como un esplendoroso ángel oscuro.

Aquello no sabe cómo explicarlo, pero pese al dolor que tiene en diferentes partes de su cuerpo por la paliza que le propinaron, Julia se las ingenia para caminar hacia la salida de sus problemas. Así, con pasos lentos y punzantes, aun sabiendo lo que le espera, marcha siendo atraída cual hombre por una sirena porque, ¿qué otra cosa puede hacer? No puede sostener un arma para dispararse a sí misma, tampoco puede cortarse las venas con un cuchillo y mucho menos, se imagina tomando más de veinte pastillas o colocándose una soga en el cuello. Por lo cual, esta es su única alternativa, puesto a que la última opción que es esperar a ser asesinada por la Insurrección, no considera que llegue a darse pronto. No, eso no lo cree cercano ya que su inutilidad no ha sido motivo para que la organización deje que le den caza, por lo que no puede recostarse en esa esperanza.

Total y completamente decidida, la princesa se sostiene de la parte lateral de la ventana y con un sagaz movimiento que le hace sentir un inmenso dolor en las costillas, se impulsa hacia arriba para que sus dos pies se sitúen en el borde del precipicio. Allí, con una brisa fresca que golpea su rostro, lejos de sentir miedo, una calma llena su ser. Ella no medita en la altura; no muestra un atisbo de temor por la cantidad de pisos que la separan de la tierra firme. Julia solo quiere dejar de sufrir y según su juicio, lo hará en aproximadamente un segundo.




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