Viendo su reflejo en el cristal, Julia se observa y distingue que su cuerpo delgado tiembla.
Hace ya algún periodo de tiempo que no se sentía tan mal, pero ésta vez no lo puede evitar ni con todos los ejercicios que su psicóloga le ha enseñado.
La doceava está en pánico, su mente grita que debe huir, que tiene que correr lo más lejos que pueda. Sin embargo, la otra parte de su conciencia y que parece inteligente, le señala que debe hacer lo que ella misma solicitó porque nadie la ha obligado, la decisión salió luego de semanas de terapia, de casi dos meses y medio de luchar y, por lo tanto, a como lo ha hecho hasta ahora, debe recobrar las fuerzas para enfrentarse al mayor de sus miedos. Después de todo, si logra salir vencedora de la reunión que ha programado, en su opinión, los pasos que le quedan por caminar, serán menos dificultosos. En resumen, si en verdad planea recuperarse y lograr sus objetivos, debe hacer esto a como dé lugar. Con todo, el problema es, que no cree poder levantarse del asiento porque siente que está amarrada con grilletes.
―¿No te parece interesante? ―Escucha que Erich interroga en voz baja y al instante, voltea a verlo―. No es mi tipo de lectura, pero como suelo probar géneros diferentes de forma ocasional… Creo que le daré una oportunidad.
Al principio, Julia mira a su maestro con una enorme interrogante, pues no tiene ni la más mínima idea de lo que se refiere. No obstante, cuando éste levanta la revista que tiene en sus manos y le señala cierto apartado, obtiene una idea que aunque no es concreta, le sirve en algo para determinar una parte de su pregunta.
―¿El caso de David Reimer? ―Cuestiona y Erich asiente―. Sí, supongo. La semana pasada leí esa revista y en efecto, es interesante.
―¿Te gustaría leerlo conmigo?
―Acabo de decir que lo leí la semana pasada y…
―No el artículo, me refiero al libro ―expone cruzándose de piernas, sin molestarse en meditar, en la mirada que Caroline le dedica―. ¿Sabes que hay un libro? Como lo hizo la naturaleza: el niño que fue criado como niña; ése es el título que lleva la publicación.
Los ojos verdes de la doceava se encienden de la emoción. En honor a la verdad, el caso de un hombre que perdió el pene en una fallida circuncisión a los ocho meses y donde se toca la polémica temática de la reasignación de género, se le hace interesantísimo. Por lo cual, ella no repara en las intenciones de Erich, quien a pesar de que la lectura del libro no se le antoja tanto, ha sacado a relucir aquello para ayudarla. Y es que, al estar sentado a su par en espera de que la doctora Metzler atienda a ella y su familia, le ha permitido entrever el pánico en Julia; uno del que con sagacidad, se ha encargado ya que el nivel de preocupación de la princesa, ha disminuido de forma considerable.
―No lo sabía, pero siendo así, leámoslo juntos en tu oficina y cuando terminemos, ¿lo debatimos con un par de chocolates de por medio?
―¿Por qué no? Quiero probar una receta que encontré por ahí.
―Perfecto, pero no se te ocurra postergarlo por tus clases. Recuerda, es una cita.
Por un segundo, Kirchner se queda congelado por la palabra «cita», pues ésta realmente lo saca de su balance. No obstante, se recupera rápido y la estupefacción sufrida por él es trasladada a Julia, pero por un motivo diferente como lo es, el sentir una especie de corriente eléctrica que atraviesa su cerebro y la cual es producto de su entrenamiento con Luke Dalley, respecto a la percepción psíquica. Quizás aún es una novata en ello, pues todavía no es capaz de diferenciar a las personas por su fluido psíquico, pero al menos, ya puede percibir individuos cercanos. Es por ello, que aunque no puede distinguir el fluido de la doctora Metzler, puede estar segura que es ella, quien se acerca a la sala de espera.
―Buenos días. Me alegra que como siempre, lleguen temprano ―dice Gretchen sonriente, luego de que se despide de un paciente―. Pasen adelante, por favor.
Los padres de Julia y sus hermanos se levantan para entrar al consultorio y como siempre, es la doceava, la única que se toma su tiempo. Así, ella primero se acomoda la falda negra de talla alta que lleva puesta, da una última bocanada de aire y con la percepción de que la cerámica del pasillo se balancea de un lado a otro, da dos pasos temblorosos hacia adelante.
―Julia ―llama Erich y ella se detiene―, si por los nervios te caes al piso como una estúpida, no creas que voy a levantarte. Eres suficiente grande para hacerlo sola.
Bajando un poco su rostro, ella aprieta sus labios por la alegría porque aunque las palabras de Kirchner pueden parecer algo duras, la doceava comprende el significado detrás de ellas, por el tono de voz que él ha usado. Por lo cual, voltea un poco y le sonríe con ternura en tanto con los pasos firmes que solo una mujer fuerte puede dar, camina hacia la puerta del consultorio donde se mantiene la psicóloga en su espera.
―¿Cómo estás, Julia? Te ves hermosa. ¿Tú misma buscaste tu atuendo?
―Estoy bien, gracias por preguntar y también por el cumplido. Me alegra verla, doctora Metzler. ―La psicóloga le devuelve una sonrisa en tanto ve a Erich adelantarse, pero más que por el saludo, por el pequeño cambio de su paciente―. Y respecto a lo otro, sí. ¿Le gusta?
―Por supuesto, te ves adorable. Aunque, lo que siempre me encantan son tus botas. Tienes un excelente gusto ―expresa señalando los bellos botines negros y, a razón de probar su talante, añade―: Y, ¿te sientes preparada?
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Editado: 31.12.2022