Princesa Juliana: El despertar de la heredera

Capítulo 30

En cuanto la muchacha se sitúa frente al grupo, el agua que estaba contenida en un galón, le es arrojada encima.

―Al menos, deberías dejar que salude a todos antes de bañarme, ¿no crees? ―expone Julia con una sonrisa a pesar de estar mojada de pies a cabeza―. ¿Alguna vez has pensado en que la hidroquinesis te quedaría como anillo al dedo?

―¿Por qué vienes tarde? Te hemos estado esperando desde hace quince minutos.

―Me perdí, lo siento ―anuncia y recibe la mirada mordaz de Erich además de los aires nerviosos de sus dos amigos―. Sucede que cuando te pedí la dirección de manera personal, fue porque quería hacer algo más que subir a mi automóvil y ser traída aquí. Por lo cual, mi idea original era la de dirigir al señor Gardner mientras conducía, más al parecer, soy mala en eso. No pregunten cómo, pero terminamos en una dirección demasiado opuesta.

Erich cruza sus piernas, mientras piensa en si arrojarle otra botella de agua o no. Sin embargo, se limita a suspirar, colocarse unos audífonos y girar su silla hacia las pantallas.

―Esta es la última vez que te permito…

―¿Utilizarás todo esto en la misión? ¿Puedo sentarme? ¿Puedo tocar? ¿Te importaría si pruebo un par de comandos y esas cosas? ―Pregunta ella emocionadísima por la increíble máquina que está frente a sus ojos, de la cual se desprenden un gran número de pantallas táctiles que se sitúan a lo largo del camión furgón en que se inician a movilizar―. ¿Esto será para el monitoreo o también lo utilizarás para hackear o algo parecido? ¿Puedo echarle un vistazo a los drones? ¿Los podría manejar por un rato? ¿Qué dices? Quiero ayudar.

―No ―responde él cortante, alejándola de los teclados con su poder psíquico― y menos, porque me estás fastidiando con tu verborrea.

―Está bien, no sigo molestando ―dice ella con un tono bajo, dando un par de pasos atrás por cuenta propia―, pero, ¿has traído algo para que yo desayune? Muero de hambre.

Un sinnúmero de maldiciones son proferidas por el maestro al ver el rostro tierno y los ojos de perrito que Julia le hace. Y es que, aunque le parece bueno no verla tan abatida como antes producto a que ella ha mostrado mejoría en su estado mental, no le está gustando el que en su ánimo cambiado, la joven haya notado la cierta debilidad que él tiene hacia los rostros suplicantes y tiernos.

―Lo único que puedo ofrecerte es un postre. Así que, ten los cookies de chocolate con helado y concéntrate.

―Ok, muchas gracias, teniente coronel Kirchner. ―Hace un saludo militar en modo de juego, sujeta la bolsa de galletas que él ha arrojado y se acerca a sus compañeros―. ¿Quieren probar? Vamos, tomen un poco chicos, deben estar riquísimas. ¡Ah! Y la invitación es también para usted, señora asesora y por supuesto, para el joven de los controles.

La princesa se dirige a cada personaje para convidar un poco de su dádiva y cuando por fin ha repartido el contenido de la bolsa e introduce su mano para sacar su parte, hace una mueca de tristeza y da un paso adelante rumbo a Erich.

―Ni se te ocurra ―brama él―. ¿Para qué demonios repartes lo que te doy? Asume las consecuencias. No tengo más para ti.

―Tirano ―pronuncia la princesa en voz baja, chasqueando la lengua.

Kirchner gira su silla para ver a Julia llevarse una de sus exquisitas creaciones a la boca mientras desvía enfadada su vista de él. Y, cuando está a punto de darle una reprimenda, sus ojos se quedan fijos en las manos de ella, que desde cierta distancia pueden distinguirse bastante lastimadas. Esto, a Erich le resulta contrario a la primera vez en que él estrechó su mano, pues en aquel momento recuerda que Julia tenía sus palmas tan suaves y tersas como la piel de un bebé, más ahora, aunque no ha vuelto a tocarla, puede imaginarse que están ásperas debido al gran trabajo que ha tenido el último mes con la espada. Por consiguiente, hace una anotación en su mente la cual es…

―Erich ―llama la doctora Metzler, que tal y como mencionó Julia, está trabajando de incógnito, como una asesora, para que los demás muchachos no sospechen―, me alegra que ustedes dos se lleven tan bien. Con todo, las pantallas demuestran demasiados mensajes de tus squad que piden órdenes exactas.

―Sí… bueno, aún estamos en el horario establecido. ―Mentira, el joven oficial tiene once minutos y treinta segundos de retraso. Es decir, aunque no lo aparente, se siente al borde del colapso por tremendo yerro―. Soldado, enlace la comunicación con los sargentos.

El joven que ronda la edad de Erich, asiente y mueve sus dedos con rapidez por el teclado.

―Adelante ―anuncia la psicóloga, tomando asiento en una esquina―, te cedo los derechos para dar la introducción de mi tarea.

―Como saben, hoy están en servicio ―informa Kirchner a los cuatro muchachos mientras las pantallas a su espalda, reproducen imágenes del que se convertirá en el campo de batalla―. Por esta hora, no soy su maestro sino su oficial al mando. Por tal razón, seré incluso más estricto respecto a su evaluación. Así que, no crean que por esta misión obtendrán puntos de forma fácil; tendrán que ganárselos como cualquier otro y espero que se esmeren en ello porque como saben, es su primera tarea de rango alto y de esto, dependen sus futuros en la organización. Como se puede entender, en este punto, ya no son niñerías como ayudar a oficiales con papeleos sino que es el mundo real, donde si quieren sobrevivir, deben pelear.




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