Princesa Juliana: El despertar de la heredera

Capítulo 31

―¿Nerviosa? ―Ella asiente mientras entrelaza sus manos―. El otro día no estabas así. Es más, te mirabas bastante bien a pesar de las armas, la sangre y los muertos de alrededor. ¿Acaso aprendiste a actuar?

―No, estuve convenciéndome de que era una película ―contesta Julia viéndolo a los ojos―. Eso me ayudó un poco. Además, no es como si hubiese tomado un arma. Y por otro lado, había otro par de asuntos que me distrajeron como el sistema de computadoras y ver lo que hiciste como estratega. Es decir, me llamó la atención que emplearas una jugada de ajedrez a la táctica de la misión, porque eso era un gambito englund, ¿verdad?

Erich la mira con incredulidad porque si bien es cierto que él se ha tomado el tiempo de enseñarle un poco de su juego favorito, no pensó que ella haría semejante descubrimiento. Después de todo, para cualquiera debería ser difícil entrever aquello. Con todo, ¿por qué es que aún sigue sorprendiéndose? Ella ha mostrado tener demasiados ases bajo la manga como para que uno más, lo tome desprevenido.

―Sí, así es. Con una pequeña variación, claro está, pero… Pensé que tantas derrotas no habían hecho la diferencia en ti.

―Presumido ―espeta la princesa girando su rostro―, algún día te ganaré.

Erich se ríe por lo bajo porque no cree que ese instante llegue, pero esa linda sonrisa que a Julia la hace volver de nuevo su mirada a él, se desvanece con rapidez porque a lo lejos, Kirchner se percata de la llegada de sus alumnos.

―Toma, esto es tuyo ―dice entregándole una caja a Julia, con cierta torpeza y rudeza.

―¡Chocolates! ―Celebra ella cuando el pequeño cuadrado negro ha sido depositado en sus manos, pero cuando lo abre y nota el contenido de éste, sus ojos verdes resplandecen―. ¿Guantes? ¿Para mí? ―Como una niña, tira el envoltorio y se coloca el par de prendas de medio dedo en sus manos―. Gracias, me quedan perfectos, son suaves y de mi color favorito.

Antes de que Erich se plantee decir algo, Julia lo deja boquiabierto porque pone en práctica, algo en lo que ha estado trabajando en sesiones con su familia, pero que no debería ser para él. Aun así, quizás por su nivel de alegría al recibir la primera dádiva de quien se ha vuelto un gran amigo, la doncella se acerca a su maestro, se pone de puntillas, sitúa sus manos sobre sus hombros y deposita un casto, pero tierno beso en la mejilla de Kirchner. Seguidamente, ignorante del desastre de emociones que provoca en el alemán, la señorita se aparta de su lado en tanto mira con devoción su preciado obsequio.

Si Kirchner hubiera sabido que ella haría eso, en definitiva, el pensamiento de que un par de guantes le vendrían bien para que sus palmas no se destrozaran más, lo habría anulado. Y, no es que la sensación de sus labios sobre su piel le fuera desagradable, sino que ahí surge el problema: Él ha sentido algo extraño, confortable y dulce que por un segundo, ha deseado que se prolongue y no sea solo cuestión de un roce.

―¿Estás enfermo? Porque esa cara de idiota, es nueva.

La intervención de Yerik lo vuelve a la realidad y le provee de la excusa perfecta, para desatar la peculiar emoción que Julia ha provocado en él y transformarla en ira. Así pues, en esta ocasión no le arroja agua al joven como ya es habitual, sino que le tira una silla plegable directo al rostro.

―¿Qué te pasa? ―Reclama Josiah cuando su amigo ha logrado esquivar el ataque―. Esta vez sí te has pasado, casi lo matas.

―Hill ―pronuncia Erich, ignorando a los jóvenes y viendo lo que la mujer ha traído junto a la psicóloga―, no pierdas tiempo y entrega la espada a su majestad.

La orden hace que Julia olvide su felicidad y trague grueso, algo que no pasa desapercibido por los demás y por la doctora, que de nuevo, está ahí para supervisarla.

Julia respira profundo para soportar el deseo de salir corriendo al ver cómo Hill hace una reverencia, se inclina para colocar una de sus rodillas en el suelo mientras levanta por encima de su cabeza la espada de la princesa Juliana. Sí, la original, la que todos los contenedores de su poder deben usar de forma indiscutible. Con todo, más que lo anterior, lo que aterra a la doceava es poseer esa arma. El ligero malestar sentido en la misión contra la Insurrección y tal como lo mencionó a Erich, no es nada comparado con esto y más, porque uno de sus mayores detonante es la hoja que está frente a ella porque después de todo, un objeto similar fue lo que ella usó hace varios años para acabar con la vida de muchas personas. Por lo cual, esas imágenes son las que vienen a su mente con fuerza para estremecerla.

No obstante, aunque los ojos ahora verdes de la princesa se llenan de lágrimas, trata de consolarse a sí misma con diferentes pensamientos. Uno de ellos, es que puede hacerlo, que no es nada nuevo y que ha estado practicando con un arma de madera, por lo que debe ser sencillo. Su otra reflexión, es diferente pero igual de efectiva, pues se centra en que debe formar una coraza a razón de la cercanía de sus amigos. Por ello, no tarda en colocar sus manos sobre la vaina.

―Aún faltan un par de minutos para que los invitados lleguen. ¿Por qué no terminan de prepararse? ―Esto, Erich lo dirige a los jóvenes que aunque no se muestran contentos, tras una mirada asesina de su maestro, se retiran a lo suyo. Posterior, al quedar un círculo más íntimo, él con voz fría, da la orden necesaria para la situación―: Desenváinala.




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