Princesa Juliana: El poder de la soberana

Prefacio

No hay palabras para explicar lo que acaba de sentir. Decir que la sensación es parecida a un viaje en caída libre, no le parece que sea la comparación ideal. No, siendo que ella en alguna ocasión se arrojó del doceavo piso de un edificio, entiende que aquello ni siquiera se asemeja, pero ¿qué importa? El asunto es que puede levantar sus manos, que por sí misma es capaz de hacerlo y lo mejor, lo que provoca unos profundos deseos de llorar, es el hecho de que ya no está encerrada, no es la prisionera de nadie.

―Vaya, esto sí que es interesante.

Todos los sentidos de ella se activan al instante ante esa voz la cual se escucha a pocos metros de distancia.

¿Es que acaso la chica es estúpida? Por un segundo, ha olvidado lo que sucede, ha perdido de vista a su objetivo y todo, porque no puede creer que de alguna forma, se haya liberado.

A lo inmediato, Julia tiembla. Sí, no puede mantenerse firme, no como Erich le enseñó y esto, a razón del miedo y el pánico que el joven de cabellos rojos y ojos grises provoca en ella. Aunque claro, además de lo expuesto, hay otras razones más que también son de peso y la obligan a parecerse a la chica escuálida y patética que creyó haber dejado después de dos años de entrenamiento arduo.

―¿Cómo lo lograste? ―Dice con una sonrisa que a Julia le parece enferma―. ¿Cómo es que lo has hecho?

Ella da un paso atrás. Como un animal asustado, mueve su cabeza de un lado a otro, en total desesperación porque en definitiva, no sabe qué hacer, no hay ideas, no hay estrategias, está en blanco. Lo único que traspasa su cabeza, es un serio dolor que le hace querer apretarse esa parte de su cuerpo con fuerza, pero además, unas horribles imágenes de su trauma, que no puede reprimir por mucho esfuerzo puesto en ello.

―¿Sigues ahí? ¿Aún puedes escucharme? ―pronuncia en voz baja el joven, en un susurro cerca de la oreja de Julia―. Ahora lo entiendo, por eso está tan obsesionado contigo.

Un frío horrible acoge a Julia. Ella da un paso adelante y como puede, gira sobre su eje para darle una estocada con su espada al sujeto. Sin embargo, tal y como lo había hecho con anterioridad, el  joven esquiva con tranquilidad su ataque y de igual forma en que lo ha hecho hace un segundo, desaparece de su vista.

¿Cómo es que él se mueve de esa forma? ¿Por qué parece transportarse de un sitio a otro en un pestañeo? ¿Cómo es que Julia ni esa bruja han logrado hacerle un rasguño? Y lo más importante, ¿cómo podrá librarse de él cuando al parecer se ha quedado sin poder psíquico?

Julia tiembla, sus piernas se vuelven blandas y sus manos, que sostienen la espada, apenas pueden ejecutar ese acto.

―Pensé que te merecías algo de crédito, ¿sabes? No dejaste que ella fuera la única que se robara el espectáculo, pero… ¿Te quedarás ahí parada? ―Cuestiona él con una sonrisa ladina―. Por favor, te deshiciste de esa mujer arrogante y, ¿ni siquiera intentarás pelear?

La rubia casi desea darse una bofetada, cortarse con su propia espada o, hacer cualquier otra cosa, con tal de hacer su valentía regresar. Sin embargo, no puede ejecutar nada de eso y tratando de aprovechar cierta adrenalina que siente poseer producto del miedo, da todo de sí para hacer sus piernas funcionar, para volver a sostener su arma y arrojarse contra el hombre. Pese a ello, nada cambia, no aporta nada nuevo en la batalla más que actos infructuosos y en mayor medida patéticos a la par de los realizados en su primera ronda contra él, porque antes, al menos había tenido oportunidad de usar sus poderes.

¿Por qué no puede alcanzarlo? ¿Cómo es que se ha quedado sola? ¿Por qué les ha dado a todos una paliza cuando pareciera que apenas ha usado sus habilidades psíquicas?

El sonido de un bostezo enorme detiene a Julia.

―¡Qué aburrido! ―Suelta el joven, refregándose los ojos―. Bueno, en realidad no lo ha sido tanto. Para ser franco, ha sido interesante estudiarlas a los dos y observar cómo rompen los esquemas, pero… ―Otra sonrisa, una que le pone los pelos de punta a la muchacha, se curva en sus labios―. No tengo evidencia. Así que, diré que tu liberación de ella fue producto de la suerte y siendo así…

La distancia de nuevo es cortada. Ella abre sus ojos con sorpresa y baja su mirada para observar la espada de él, ésa que apenas ha usado en la contienda, atravesando su abdomen.

―¿Qué? Yo…

La sangre con rapidez sube por su garganta. Él la levanta del cuello y con rapidez, extrae su arma de dentro de ella.

―Vivir o morir, lo dejaré a la suerte, querida ―anuncia acariciando con suavidad los labios de ella, antes de arrojarla contra el suelo y mirarla con superioridad―. Creo que ahora también lo entiendo a él. A Kirchner, me refiero. Sufriendo, llorando, eres hermosa. Es casi imposible no enamorarse de ti.

La joven no escucha lo último, le es imposible. Su vista se empieza a nublar mientras llora, por Yerik, Josiah y Miu, los cuales están a su alrededor y quienes no dan señal de vida; pero además, por no haber podido hacer nada para ayudarlos y sobre todo… Lleva su mano a su herida sangrante y antes de perder la conciencia, enuncia el nombre de a quien necesita:

―E… Erich…




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