Princesa Juliana: El poder de la soberana

Capítulo 10

Maestro y alumna intercambian miradas y, contrario al pronóstico de él, ella no se deja llevar por sus ojos mieles desaprobatorios. No, la joven no cambia su decisión, se niega a hacerlo mientras se cruza de brazos y tras un par de segundos, aparta sus orbes de los suyos. Con todo, no es porque haya tirado la toalla, sino para arrojarle en la cara, que es más testaruda de lo que parece.

―Deme un aguachile, por favor ―pide al muchacho encargado de servir en el pequeño kiosko, el cual por cierto, está con la boca casi abierta por el pequeño espectáculo que el maestro y su alumna realizan―. Y, no le haga caso a él, a veces se comporta como un viejo tirano de cincuenta años.

Sin poder evitarlo, el joven se ríe junto a ella, pero con rapidez muda su semblante al observar la mirada asesina que Erich le dedica. Por lo cual, se apresura a servir el platillo hecho a partir de camarón crudo mezclado con jugo de limón, cebolla morada, pimienta, pepino y en este caso, chile verde picado.

―Nixie. ―La llama y aunque ella sonríe porque ese nombre le gusta, niega con vehemencia―. Has comido demasiado. Te dará una indigestión. Detente ahora mismo, o luego te vas a arrepentir.

Julia abre su boca para rebatir el argumento de Erich, pero las interrumpe el joven.

―¿Quiere una chela helada, señorita? Acompañaría bien el aguachile.

―¡No! Ella no toma.

Con una pequeña sonrisa, Julia se encoge de hombros y paga el platillo antes de seguir el recorrido por la universidad. Ahí, camina despacio para tener el tiempo suficiente para pasear su mirada por los puestos, para ver los rostros de las personas, de los hombres y mujeres de edades similares a las de su maestro, que hacen un recorrido como ella y él.

―Mira ―señala una esquina donde se desprende un grato sabor, al tiempo que muerde un pequeño camarón―, ahí hay enchiladas y tacos. Tal vez…

―Suficiente. Has devorado mucha comida europea y asiática. No dejaré que luego de esa bomba de picante, vayas por una enchilada.

―Pero no es para mí. ―Él la mira con incredulidad, por lo que ella agrega―: Es para ti porque no has comido nada y no es justo. Se supone que venimos a divertirnos, comer es parte de ello y tú solo te has limitado a ver todo y…

―No quiero comer ―responde a lo inmediato, pero como la mirada de Julia sigue ahí, llena de preguntas, suelta un suspiro. ―No soy de los que…

―Quizás algo alemán ―interrumpe Julia, terminando su platillo para sujetarlo de la mano, entrelazar sus dedos a los de Erich y como es usual, arrastrarlo con rapidez por el pequeño espacio hacia el rincón europeo donde antes estuvieron―. ¿Qué te parece un Chucrut? En lo particular, no me parece tan atractivo porque son como fideos, pero de col… Como sea, tampoco es un platillo tan germano debido a que también lo sirven en Austria, Suiza y… Tal vez te sientas mejor con algo común. ¿Qué dices? Por ahí debe haber algo así y…

El chico se para en seco. Julia se detiene y lo mira con atención hasta que Erich de nuevo, afianza su mano alrededor de la de ella y con tranquilidad, camina hacia un banco donde toma asiento y la invita a hacer lo mismo.

―No me gusta comer en sitios improvisados. No puedo hacerlo cuando pienso en posibles gérmenes y, antes que digas algo, no soy misofóbico. Simplemente, me gustan las cosas aseadas y no quiero enfermarme.

Los ojos grandes de Julia se posan en Erich, sus largas pestañas se baten con rapidez y de pronto, explota en risas.

―Eres raro ―dice tratando de contenerse―. Eres demasiado peculiar, ¿sabes?

La suave risa de ella continúa, pero tras varios segundos donde aparece la mala cara de Erich, sonríe, se recuesta en su hombro y con la mano aún entrelazada a la del joven, sigue comiendo otro poco de camarón.

De modo que, los minutos pasan. Julia cierra sus ojos un instante porque le gusta la música de fondo. No sabe bien de qué país será originaria, pero le es agradable el sonido de la guitarra.

―¿Lo dirás ya? ―Interviene Erich, interponiéndose entre el sonido del piano que ahora los envuelve―. Tengo que llevarte temprano a tu casa y si no expones en este instante eso que parece que quieres decirme desde que te recogí, luego se nos irá el tiempo en otras cosas y terminarás perdiendo la oportunidad.

Una sonrisa dulce se esboza en los labios de la muchacha que ha terminado su casi quinto aperitivo. Y es que, pese a todo, le gusta esto de Erich, que él sea tan perspicaz, que no deje pasar nada y sea capaz de leerla. Por ello, toma un poco de las energías recargadas durante una velada que le ha parecido encantadora, porque en honor a la verdad, ha adorado la última hora y media, ésa donde ha paseado sin parar con su maestro, hablando de cosas triviales, burlándose de tonterías. En resumen, comportándose como una joven normal, una la cual no tiene que lidiar con una organización secreta de gente con poderes psíquicos ni tampoco con una princesa fastidiosa dentro de ella. Así, sonríe y toma valor para ir por lo pesado primero.

―A mi madre no le agradas ―suelta de tajo, sin ningún tipo de preparativo previo―. Pero eso ya lo debes saber. Después de todo, es imposible no verlo. Mis hermanos lo han observado y yo, obvio que sí, solo que no lo había dicho en voz alta. Con todo, esto no es el punto sino… ―Traga grueso, la garganta le duele―. Me prohibió salir contigo y enfadada, le dije que no la obedecería y haría lo que quisiera, pero… Hoy no me escapé, lo juro. ―Ríe sola y no sabe ni cómo logra hacerlo―. Papá me dio permiso.




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