Princesa Juliana: El poder de la soberana

Capítulo 12

―Sí, señora Kirchner ―habla la princesa con su interlocutora, con una gran sonrisa―. No se preocupe. Todo está bien con Erich―. Toma una pausa y ríe por lo bajo―. No, no estamos enfadados. Me llevo bien, de maravilla con él y en efecto, se disculpó conmigo y… No fue la mejor disculpa del mundo, pero la acepté.

Los ojos verdes de la doceava centellan y él solo toma su mano y aparta la mirada.

―Corta ya, Nixie.

―Puede estar tranquila, se lo aseguro. ―Sigue ella conversando, desviando su atención de la incomodidad de su maestro la cual puede entreverse en una petición exagerada en cuanto a nivel de ansiedad mostrado, que casi le parece graciosa―. No, cálmese, por favor. Conozco a Erich, entiendo sus límites y cómo puede ser de malhumorado en ocasiones. No se disculpe por él, pues como he dicho, ya estamos en buenos términos de nuevo. Así que… ―Sonríe más, aunque no lo creía posible y luego muerde sus labios―. A mí también me gustaría verla de nuevo, pero tengo muchas asignaciones. Sin embargo, será pronto, lo prometo. Pase buen día, salude a Viveka de mi parte y… Le paso a su bebé.

Julia le devuelve el celular a Erich. Posterior, sin poder reprimirse, lleva sus manos a su boca y se inclina sobre el asiento, para evitar que Leyna Kirchner escuche su risa. Con todo, quien puede observarla y oírla es su maestro, quien de inmediato, voltea su mirada hacia la ventana contraria de la limosina, con el objetivo de que la doceava princesa, no vea su vergüenza. Y, es que no hay necesidad de que se observe a un espejo para saber que está rojo de pena. La forma en que siente arder su cara, es suficiente para entender lo que le sucede.

―Luego hablamos mamá ―dice él con enfado―. Buen día, dale saludos a mi papá.

Contando hasta el número diez para encontrar su punto de calma, un regreso a su normalidad, Erich logra su cometido y gira su rostro hacia Julia quien al instante deja de reír, se sienta de forma correcta en su lugar, cruza las bonitas piernas que se pueden observar gracias a su falda y acto seguido, mueve un poco su pecho hacia adelante, mostrando orgullo.

―En un par de meses cumpliré diecisiete y, hace mucho, pero mucho tiempo, mis padres dejaron de llamarme bebé ―presume con orgullo, incluso tocándose el cabello―. A pesar de todo, soy una chica grande y… ¿En serio la señora Kirchner te llama así? Porque, sabía que te adoraba, pero… ¿No te ha visto? Eres casi mayor de edad.

Ella no lo evita. Otra ronda de risas explota, saliendo de su boca.

―Vamos, ríe. Verás que no es tan gracioso, cuando algún día, tu madre o alguno de tus familiares te ponga en ridículo con la persona que… ―Erich se muerde la lengua. Claro que lo hace. ¿Cómo no hacerlo? Casi dice una idiotez que ni siquiera sabe por qué la diría estando en su sano juicio―. Como sea, mejor sigue con lo que estabas haciendo.

Una última y dulce es risa es dada por Julia, antes que con ojos alegres, vuelva a su tarea, a escoger libros de diferentes especialidades militares, que la ayuden a estudiar y decidirse por un rama en concreto. Así, mientras cliquea lo que sus agentes deberán llevarle con suma urgencia hoy a su casa, sonríe mucho más. ¿Por qué lo hace? Porque está feliz. Erich la hace irradiar alegría y aunque está a punto de enfrentarse a algo grande, sabe que podrá hacerlo. Y es que, la fortaleza la tiene de nuevo. El periodo de bajón mental ha terminado. Solo necesitaba a su maestro, un par de palabras suyas, un recordatorio de su labor además de un buen descanso, para inyectarse valor y energía nueva.

―¿Estás bien?

La muchacha contesta sonriente y eso le quita algo de carga a Erich. Esto, porque aunque no lo vaya a enunciar, le gusta observar a Julia así: radiante, dulce y feliz. La chica triste, con mirada perdida y llorona, no le convence, mucho menos, la que se sale de sus límites y resulta algo amenazante. Así que, si le dieran a escoger…

―Te regreso tu pregunta ―dice de repente ella―. ¿Estás bien?

―Sí ―responde con rapidez porque no puede hablar con la verdad, no es conveniente declarar sus estúpidos pensamientos―. ¿Todo bien contigo? ¿Estás preparada?

―Por supuesto. Mi cabeza ya no duele. Pienso como es debido. A veces, mi corazón se me descontrola, pero ya que el cardiólogo dijo que tengo un órgano muy sano, estoy bien. Por lo demás, puedo hacerlo. Creo que ya comprendí cómo manejarlos.

―¿Segura? ―Ella mueve su cabeza de arriba abajo, antes de darle un beso en la mejilla―. ¿Y la princesa?

La mirada de Julia se ensombrece un momento y Erich, casi quiere colgarse. Es obvio, sus besos de niña buena, esos que están llenos de inocencia, invocan su lado falto de entendimiento.

―Desaparecida del radar o… Eso es lo que creo ―dice con cierta tristeza―. No ha hablado conmigo desde el día que salimos juntos y es una lástima. ―Nota la mirada de incredulidad de Erich y con una sonrisa que no alcanza a las anteriores, agrega―: No me estoy volviendo masoquista. El punto es que… Pensé que estaba cerca de algo, pero su desaparición me ha dejado sin nada.

―¿A qué te refieres?

―Nada, olvídalo. Una mala hipótesis mía, pero supongo que es mejor, gracias a la pausa brindada, me siento bien. Bastante mejorada, a decir verdad ―expone, posando de nuevo sus ojos en la Tablet y al encontrar un par de ejemplares acerca del quehacer de los estrategas, dentro de la organización, voltea hacia Erich y lo mira con cierta mirada de admiración y ensueño, antes de escoger los libros―. Pero ahora que lo pienso, los ejercicios de relajación también me han favorecido. Incluso, éstos también han aportado como una especie de entrenamiento y si sumo a todo lo anterior, que he tenido tiempo para hacer una pequeña lluvia de ideas que me está sirviendo para hacer una imagen mental de las técnicas que debo inventar... No puedo creerlo, te debo otra.




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