Princesa Juliana: El poder de la soberana

Capítulo 18

El tiempo es efímero, es algo fugaz y sorprendente. Un día estás en un determinado espacio, en un momento y si pierdes de vista lo que tienes al frente, si cierras los ojos, puedes encontrarte en un punto tan contrario que puede dejarte pasmado. El asunto es increíble. Las horas, los días, las semanas e incluso los meses, pueden llegar a convertirse en algo tan breve como un suspiro. Y, todo esto, la complejidad del espacio de un mundo giratorio que no ha parado en miles de millones de años, ése que comparado a la estancia perecedera de un simple humano, es casi eterno, es comprendido por la doceava princesa Juliana.

Ahí, trotando, haciendo el recorrido al que ya se ha acostumbrado, Julia sonríe por muchas razones, pero más que nada, por la belleza de lo que le ha parecido, el transcurso de un pequeño y dulce sueño nocturno. Y es que, bien podría ser ayer el día en que se encerró en la oficina de Erich, con el corazón latiéndole a prisa, por el miedo de que al final de su discurso, él siguiera negándose a entrenarla. Sin embargo, el asunto es que eso fue hace seis meses, para ser precisos y ella no podría estar más encantada con su maestro.

―¿No te da miedo, Julia? ―Pregunta de repente Anne, quien ya lleva un tiempo saliendo a ejercitarse con su hermana mayor y, cuando éste le regresa una mirada perdida, la muchacha agrega―: Me refiero a Erich. Tus guardas tiemblan cuando él se acerca.

―Sí ―secunda Adrián, el pequeño que recientemente se ha añadido al dúo de deportistas madrugadoras que salen antes del alba―. Hill es la que le tiene más pavor. A veces, pienso que se hará pis por el pánico.

Los hermanos Byington ríen. Los tres lo hacen porque evocar la escena de Erich acercándose a la endeble Hill para darle un sermón espantoso por los errores habituales de la joven, es gracioso. Aunque, claro está, que para la mujer aquello no es nada divertido, sino que por el contrario, es un verdadero tormento.

―No, no me da miedo ―contesta por fin Julia con una sonrisa, mientras observa a ambos lados de la calle, antes de cruzar junto a sus hermanos―. Erich es bueno. No lo parece y, admito que más que nada, da la imagen de ser un ogro por su terrible carácter. Pero, por dentro, es muy bueno. Es más, conmigo es lindo.

Los chicos más jóvenes se detienen y voltean para observarse el uno al otro. Al notar esto, Julia se da cuenta de su error, siente vergüenza, pero sigue corriendo, pensando en que quizás esto hará callar a sus hermanos y, no se equivoca al tener este pensamiento porque los muchachos actúan normales, como si nunca hubiesen escuchado algo semejante. De modo que, el recorrido sigue por las calles de la ciudad y no es hasta que Anne vuelve a abrir su boca, que la afonía desaparece.

―Supongo que, al menos contigo debe ser cortés, ¿no? Digo, no creo que tú seas masoquista. Si te tratara mal, te alejarías de él. ―Julia asiente, porque tiene razón. Ella quiere a Erich porque con todo y sus arrebatos extraños ocasionales donde la ha hecho llorar, a su lado siente una rara paz y tranquilidad que con nadie más ha obtenido―. Y, por otro lado, tal vez su exterior no sea tan contrario a su interior.

―¿A qué te refieres? ―Interviene Adrián, robándole la pregunta a su hermana mayor.

―Es atractivo, supongo ―señala algo dubitativa―. Creo que eso es lo que diría la mayoría de las chicas de mi edad y las de Julia. Pero, yo no sé de eso. Aunque, admito que es bien parecido. Tiene unos ojos preciosos. Nunca había visto unos así. Me gustaría fotografiarlos a contraluz. ¿Crees que me deje hacerlo, hermana?

La doceava guarda silencio. Ella sigue corriendo mientras sopesa las palabras de Anne porque, no las comprende. Hay una especie de enredo en su cabeza, como un ruido externo, que no le permite emitir un juicio claro acerca de lo escuchado. ¿Estará actuando de nuevo Juliana en su contenedor? No, pero a Julia le parece que es eso porque por un segundo, siente su cabeza enorme, como si le fuese a explotar.

―No lo sé.

Una respuesta floja, esta es la de Julia, pero esto no es lo sorprendente, sino que la contestación ni siquiera va dirigida a la pregunta hecha. Con todo, nadie comprende esto. Aunque, sí, el ambiente extraño. Por lo cual, es como siempre Adrián, el que intuye el suceso y se dispone a efectuar algo al respecto.

―Julia, ¿cuándo te darán los resultados de la primera fase del examen de especialización?

La telaraña con que la doceava parecía tener enmarañados los pensamientos, se evapora. De nuevo, su funcionamiento cerebral es normal y por ello, sonríe. Por supuesto que lo hace al recordar lo sucedido hace cinco días cuando se presentó en la academia para por todo un día, dedicarse a responder cada pregunta de un examen tan duro, que podría intimidar a cualquiera, menos a ella.

―Hoy.

Por segunda ocasión, los hermanos de Julia se detienen. No por el cansancio de recorrer unos diez kilómetros de distancia. No, lo hacen por la sorpresa de que su hermana no lo haya mencionado con anterioridad.

―¿Hoy? ―Cuestiona el chico de cabellos negros, aumentando el ritmo para alcanzar de nuevo a Julia―. ¿Por qué no lo has dicho? ¿Ya lo publicaron?

―No, quería esperar para que fuera una sorpresa y me parece que no. Según los directivos, no saldrían hasta las siete de la mañana, justo a la hora que llegaremos a casa.

―¿Crees que aprobaste? ―Adrián empuja a Anne y le clava una mirada de enfado por la cual ella traga grueso―. Lo siento, pero es que… Mamá y tú lo expusieron como un imposible y perdón, más yo no soy un genio y es normal que…




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