Princesa Juliana: El poder de la soberana

Capítulo 20

Una sonrisa difícil de descifrar se posa en los labios del mayor general. Sin embargo, Julia Byington ya no repara en ello. El hombre comprende esto al instante, que aún si desea lanzar el mismo truco, pero de una forma algo distinta, debe esforzarse más porque de lo contrario, no será de utilidad con la muchacha y menos, con los demás jóvenes que parecen estar más activos, pero no de la manera en que él lo deseaba, encerrados en una conversación banal y despreocupada. No, ya no es así, ahora los chicos tienen los sentidos dispuestos hasta para la menor treta.

―Como guste, doceava princesa. Aunque, por favor, recuerde que usted misma ha pedido esto y que mi intención fue ahorrarle un gran número de situaciones molestas ―enuncia, pero con rapidez se encuentra con unos ojos firmes que se reflejan en los demás integrantes del equipo, razón por la que no puede evitar sonreír mientras opta por una postura corporal relajada, pero a la vez, algo intimidante―. Bien, comencemos. Por lo que, si es tan amable, su majestad, podría decirme cómo alguien de su estatus termina postulándose para entrar en una rama de tan poca categoría como la de estrategia.

La joven a la que va dirigida la pregunta traga grueso. Por un segundo, ante ese tono petulante se plantea contraatacar al mencionar que esto no tiene relación a la passionis que debe el hombre evaluar en ella. No obstante, cuando comprende que el cuestionamiento sí está entrelazado, se limita a apretar sus puños y analizar una forma de contestar de manera adecuada. Después de todo, comprende la postura del sujeto, ésa que es existente y latente en la mayoría de los miembros de la organización y que siempre la seguirá como una sombra. Al fin y al cabo, es casi la pregunta del millón, aquello que ni siquiera sus compañeros de equipo se han atrevido a preguntarle.

―Considero que tengo las aptitudes para…

―Un momento. ―La interrumpe el hombre y aunque ninguno de los jóvenes sabe lo que dirá, casi lo pueden sentir―. Antes de que responda, permítame agregar una cosa más―. Ella asiente, aunque de forma mecánica―. ¿Por qué decidió contratar los servicios del teniente coronel Kirchner para guiarla en su carrera de estratega? ¿Qué la hizo tomar esta decisión?

»Porque si no lo sabe, hay muchísimos mejores agentes que él. Existen una cantidad increíble de hombres que podrían cumplir con ese papel a cabalidad. Y, con esto me refiero a que están más capacitados, tienen un mejor carácter, no son bruscos ni sádicos. Asimismo, hay otros cuyos talentos son aprobados y reconocidos por sus propias familias. Con todo, su maestro no cuenta con ello. Por lo que, si me permite decirlo, me parece que erró al escogerlo. ¿Cómo podría ayudarla un chico tan joven? ¿Qué diferencia haría en su entrenamiento un muchacho que es conocido por no tener una vida propia? ¿Qué provecho sacará de alguien que pasa horas con un tonto juego de ajedrez, planeando tácticas que no son más que gambitos que terminan asesinando a una buena parte del equipo que se coloca en su mano? Así que, respóndame, ¿usted quiere ser como él? ¿Desea mandar a las puertas de la muerte a sus subordinados? ¿Planea acaso instaurar un gobierno que siga las mismas pautas?».

Cinco segundos. Los relojes marcan este tiempo y sigue sin haber respuesta de la princesa. Acabado el primer golpe, solo hay silencio. Julia está demasiado enfadada como para decir algo. Es más, su ira es tan grande que siendo la única que quizás podría comprender que el tono utilizado por el mayor general no es otro sino uno ensayado para provocar algún tipo de reacción negativa, no llega a esta conclusión de la manera en que normalmente lo haría por culpa de sus sentimientos. Así que no, ella no está observando detrás de la máscara del sujeto y por ello, nada evita que en las imaginaciones de los demás varones que se encuentran en la oficina, estos lleguen a sentir pesar por su maestro titular.

―¿Qué está tratando de decir? ―Expresa enfadada―. Mi maestro no es…

―Hay muchas cosas que desconoce del teniente coronel Kirchner ―señala el sujeto, enervando más a la muchacha―. Quizás fue atraída por su increíble curriculum, por ese en que se ha esmerado en trabajar desde los nueve años, pero ¿qué le dice que todo lo que está en papel es real? Quizás y, solo quizás, lo único cierto sean sus habilidades como estratega. Por lo cual, esos rumores de que sus destrezas en combate son extraordinarias, talvez sean pura falsa. Con todo, discúlpeme, entiendo que quizás esto último no le interese porque usted lo contrató como estratega, pero en fin, ¿podría darme un par de respuestas?

Más que una réplica normal, Julia quiere hacer otra cosa, puesto que en verdad, odia esto. Le molesta demasiado el tono con que se ha hablado de su maestro, la forma de expresarse de él porque, ¿qué sabe ese sujeto altivo de Erich?

―Es probable que más que tú ―formula Juliana de una manera que no ayuda a su contenedor porque, aunque es doloroso, es cierto. Erich es una interrogante enorme para la doceava―. Pero, él tiene razón. Tú no me has querido escuchar, pero ese niño es débil, oculta su…

La frase es dejada a medias. La muchacha agradece tanto librarse de una molestia, que no medita en la razón de la desaparición de su majestad, pero pronto su pequeño bienestar se tambalea ante algo inesperado.

―Es una fortuna que no tengas tu espada ―habla una voz femenina que sacude a la doceava princesa porque en definitiva, no es la de Juliana sino la de Miu―. Pero conozco tu estupidez. Sé que no te hace falta tu arma para lanzarte contra su yugular como lo hiciste con Antje. Así que, te lo advierto, no lo hagas. No te alteres. Cuando se trata de Erich, no me gusta cómo reaccionas. Toma un segundo para respirar, déjame esto a mí.




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