Princesa Juliana: El poder de la soberana

Capítulo 21

Una ronda de amonestaciones es lo que lanza Erich a sus alumnos, con absoluta molestia y poca paciencia. Su enojo es evidente y como tiene razón en la mayoría de lo expuesto, los jóvenes no rebaten, no muestran ni un ápice de contradicción, sino que comprendiendo que son culpables, bajan sus cabezas y siguen escuchando a regañadientes el llamado de atención. Esto, porque la mayoría, incluso la rebelde de Miu, admite que es un error no haber culminado en tiempo record, una tarea donde se les habrían brindado las pautas necesarias para salir airosos con rapidez.

―¿Y tú? ¿No me contestarás? ―Señala el joven maestro frunciéndole el ceño a su pupila―. Eres la estratega, el pilar de estos idiotas, ¿también caíste en la trampa?

―No… ―contesta ella, llevando su mano a su mentón―. ¿En serio es tu papá?

Josiah ríe con nerviosismo, Yerik solo niega y suspira. Por su parte, Miu eleva sus ojos al cielo de la misma forma en que lo hace Erich, pero la diferencia, es que éste último no sabe si tomar todos los líquidos restantes del carro de comida y dejarlos caer sobre la distraída muchacha que lo está enervando como nunca o, elevarla por los aires hasta hacerla vomitar.

―No has escuchado nada de lo que he dicho, ¿cierto? ―Ella no contesta, sino que alterna la mirada entre padre e hijo―. Sí, es mi padre. ¿No te suena el título y nombre de mayor general Roland Kirchner? ―La doceava niega y él la mira con mayor enfado―. No estudiaste lo que te pedí, no me obedeciste y… ¿Sabes la diferencia entre una orden y una recomendación? Lo de analizar los puestos de la milicia y las personas en ellos fue una orden. ¿Es que no me oyes con atención? Fui muy explícito cuando…

El sermón se reanuda, pero de forma exclusiva para la doceava princesa. Por lo cual, los demás tratan de hacerse a un lado y, aprovechando esto, Miu observa a Roland Kirchner, el primer candidato a la sucesión del liderazgo de la primera familia protectora con cierta molestia.

―¿Puedo retractarme de mi decisión de jurarle lealtad? ¡Es una estúpida insufrible!

El hombre ríe, de esa forma tan jovial y atractiva que, sumado a un análisis exhaustivo de lo vivido previamente, a Julia no le queda ningún tipo de dudas acerca de la identidad del sujeto y su lazo consanguíneo con su maestro.

―No, no se puede ―responde él a Miu antes de levantarse de su silla, caminar hacia su hijo y colocar su mano en su hombro para decirle―: ¿Por qué no dejas la amonestación para después, Erich? Aún no he dado mi veredicto acerca de esta prueba.

Con un asentimiento lento, pero lleno de respeto, Erich cierra su boca y ante ello, sus alumnos casi se caen de espaldas porque jamás habían visto semejante acatamiento en su maestro. Sin embargo, no dicen nada. Nadie quiere tentar a la suerte.

―Antes de mi fallo, me gustaría dedicar un par de palabras, ¿puedo? ―Solicita el entrevistador y ahí, incluso Julia se coloca derecha, deja la nube de sus pensamientos y asiente―. Primero, les pido disculpas por no presentarme como debía, pero… Se supone que soy una figura pública tanto por mi historial como agente, así como por haber sido el padre de la onceava. Así que… ―Se encoge de hombros y mira con sus ojos verdes a Julia, con una tristeza, que a ella no le pasa desapercibida la cual, de forma extraña, le vuelve a provocar por unos segundos, un horrible dolor de cabeza y la aparición del cúmulo extraño de voces y ruidos que la perturban―. Lamento las molestias, pensé que usted también había escuchado de mí, pero ahora comprendo que fue un error de mi parte el hacer una conclusión apresurada de sus conocimientos. Por lo cual, permítame presentarme de forma adecuada, su majestad.

Un paso adelante, seguida de una profunda reverencia es lo que realiza el hombre.

―Mi nombre es Roland Kirchner y para mí, es un honor estar a sus servicios.

Aquí, es donde se supone que Julia debe pedirle al señor Kirchner que se levante. Sin embargo, ella no lo hace, no brinda ninguna orden, por el contrario, enmudece y se limita a fijar sus ojos en el hombre. De inmediato, los presentes notan la enorme diferencia en la muchacha, ésa que nunca ha tardado más de tres segundos en pedir la detención de las reverencias por parecerles vanas. Por lo cual, todos voltean a verla y en mayor medida Erich, que quizás es el que tiene la mayor interrogante en su cabeza al ser ignorante de lo sucedido en la oficina. Por tal razón, ni él ni los compañeros de la doceava, los cuales aún les falta por conocer a la joven, no comprenden que ella se haya algo molesta con Roland, por esa forma en que habló de su propio hijo, como si lo despreciara.

―¿Por qué se dirigió…?

―La estaba probando ―interrumpe él, aun reverenciándola, entendiendo la pregunta que haría―. De nuevo, excúseme por mi grosería. Pido disculpas por interrumpirla y, sobre todo, por analizar sus límites. Quisiera decir que todo se debió a la tarea que me ordenaron, pero la verdad es que quise comprender un par de cosas. Averigüé por mis propios medios que tiene cierta debilidad y…

―No es una debilidad.

―Podría serlo ―expresa con abatimiento, pero como su intención no es discutir con ella ni ser malinterpretado, agrega―: Nada de lo expuesto correspondía a mis verdaderos sentimientos.

―¿Ninguna cosa? ―Él asiente y su mirada, Julia trata de interpretarla―. ¿Está seguro?

El hombre brinda otro asentimiento y por ello, todo se reduce a creer o no hacerlo. Pero tras meditarlo un poco, luego de tratar de leer la expresión del hombre y la de Erich, además de la posible relación que mantienen ambos, la cual no parece tan tensa como la mantenida por su maestro con Antje, ella hace un gesto con su mano para cortar la reverencia.




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