Princesa Juliana: El poder de la soberana

Capítulo 30

El temblor se apodera ella. Ahí, con sus rodillas y piernas apoyadas en el vacío, tirita. Y es que, quizás no lo recuerde, puede que muchas situaciones se coloquen en contra para que sus memorias vuelvan, tal vez una de las razones sea la conmoción de muchos sucesos crudos cayendo uno sobre otro los cuales no le permiten comprender donde se encuentra, pero en el fondo, Julia lo sabe. Sin lugar a dudas, su ser reacciona ante el lugar y por ello, la doceava apenas puede mantener la cordura.

―No, no otra vez, por favor.

Unos pasos se oyen lejanos. ¿Acaso es el sonido de unos tacones? Sí, lo son y Julia lo sabe a medida que se acerca la dueña de ese fino e imperioso caminar. Y, aunque la doceava desea cerrar sus ojos para no observar a quien se posa frente a ella, no puede hacerlo. Lo máximo que realiza es bajar la mirada, pero eso no evita que, en su campo de visión, justo cuando un reflector aparece, llegue a atisbar el borde de una saya elegante, voluminosa, de un color rojo predominante, sobre un dorado de preciosa textura.

―¡Aléjate de mí, bruja! ¡No te atrevas a tocarme!

Julia la ha reconocido de inmediato. ¿Cómo no podría hacerlo? ¿Quién más usaría un vestido de otra época? ¿Quién sería la dueña de esas facciones tan femeninas y delicadas, de esa elegancia de otro mundo, de la mirada llena de asco y reprobación? Es ella, por supuesto, la auténtica princesa, la soberana y, aunque la doceava entiende que no debería llamarla como lo ha hecho y menos, levantarle la voz, no puede contenerse. Como nunca, Byington tiene miedo. Si antes, pensaba que tenía problemas, ahora está peor porque, en definitiva, este no es su mundo, no es su territorio sino el de su enemiga.

Pero, ¿cómo reacciona Su majestad ante la clara falta de respeto? Con una mirada mordaz, pero esto no es un problema. Miradas de ira, de odio, de repulsión o cualquier otra peor, no significan ninguna dificultad para alguien que está acostumbrada a estos actos. Por lo cual, la situación explota en el momento en que algo que se arrastra en algún lugar del sitio, se escucha.

―Este será tu castigo.

Una mano fuerte, pero extrañamente también fina, sujeta a Julia del cuello. Y, antes que ésta pueda reaccionar, se queda estupefacta al mirar a lo lejos, una serie de cadenas gruesas que, a toda velocidad, se acercan a ella.

―Suél… Suéltame ―pide la doceava pateando, tratando de llevar una de sus manos a la muñeca de Juliana, pero no lo logra―. Bruja… Suél…

―Como quieras. ―Una sonrisa, llena de placer es lo que esboza Juliana y tras esto, con su mano aún en el delicado cuello de la doceava, arroja a su contenedor hacia los eslabones que están a punto de arrojarse a ellas―. Es momento que me brindes lo que es mío.

La doceava ni siquiera tiempo de rebatir. Los eslabones la aprisionan, se envuelven alrededor de ella a manera de serpientes y, aunque ésta trata de resistirse, a pesar de que mueve sus hombros, los pies y el tronco, lo único que logra es que la cadena se pegue a ella con mayor ahínco. Con todo, ¿se dejará vencer? No, pese a que el dolor es grande, que su interior quema como si brazas la estuvieran cociendo por dentro y, aunque su vista empieza a apagarse y siente deseos de bajar la cabeza y dejarse llevar por el entumecimiento que poco a poco le sobreviene, sigue moviéndose.

―Sí que eres terca ―enuncia la princesa fijando sus ojos verdes en los negros de Julia―. Duérmete, déjame esto a mí. Si lo haces, te otorgaré un favor por tus servicios.

La pelinegra muerde sus labios y niega. Ella sigue intentando zafarse. Sabe lo que esto significa, extrañamente lo conoce y por ello, sigue insistiendo.

―Suéltame, ahora. Vete, este es mi cuerpo, tramposa. ¿No sabes contar? No he llegado ni a los veintiún años. A mí no me harás lo mismo que a la onceava. Yo no soy Daina Kirchner. No soy tu títere.

Y ahí está, una sonrisa de suficiencia que a Julia le causa asco. No obstante, esto no la doblega, sino que, al también observar algo que es una alarma extraña en su mente, continúa con aquel acto que parece insensato, por ser infructuoso. De modo que, al surgir de la nada otro reflector en escena y luego, un telón rojo que se abre con elegancia, sus movimientos de búsqueda de liberación, se vuelven más erráticos. ¿Por qué? La doceava no lo comprende, pero su desesperación crece a cada segundo y esto empeora, cuando una neblina espesa y blanca toma una parte del sitio donde se halla.

¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué todo estalla en la mente de Julia? No hay explicación, así como para tampoco, la aparición de un número mayor de cadenas que se aproximan a la princesa.

―Tonterías.

No hay otras palabras. Ha bastado con un simple vocablo además de un leve fruncimiento de ceño para que los eslabones se evaporen, dejando como único rastro de su existencia, unos destellos de luz que bailan en medio de la oscuridad.

―Libérame. Tú puedes hacerlo. Hazlo ahora.

―¿Por qué lo haría? Eres una vasalla inútil y tonta. Jamás cambiarás.

Petición estúpida. Razonamiento idiota. Julia se tiene merecida la contestación arrogante, pero no dice nada. Ella no puede emitir palabra. Simplemente, su lengua está muy adormecida y pesada, de la misma manera en que están sus pensamientos. Pese a ello, su silencio también es debido a aquello que se vislumbra a través de la neblina.




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