Princesa Juliana: El poder de la soberana

Capítulo 31

Hay un enorme silencio en la sala de observación. Nadie es capaz de decir nada, de pronunciar palabra alguna. Es más, la presión es tanta, que muchos han contenido el aliento mientras otros, con verdadero pasmo, han llevado sus manos a sus bocas para ahogar una exclamación.

¡Qué gran cambio ha dado el ambiente! Sin lugar a dudas, ha sido una vuelta completa en la rueda emocional humana. Después de todo, hasta hace un minuto y medio, diversos agentes de diferentes rangos, corrían de un lado a otro, se movían con desesperación por diferentes habitaciones llevando una noticia de índole gigantesca a los altos mandos mientras otros cuantos, movían sus dedos sobre los teclados digitales, para encontrar una solución al problema creciente, pero ahora, la transformación de la situación es increíble.

Erich fija sus ojos dorados en la pantalla frente a él, sin poder creer lo que observa. Y es que, esta noche, su yerro ha sido bajar la guardia. Tras pasar dos días seguidos en la sala de maestros monitoreando el progreso de los reclutas a nivel general y de forma específica el de sus alumnos, decidió que debía dar ejemplo a los Byington e infundirles confianza, al tomarse un descanso e irse a dormir a una de las habitaciones del castillo de la princesa Juliana, puesto que no había ningún problema en el avance del examen. Sin embargo, ahora comprende lo equivocado de su acto. Esto, porque nunca debió fiarse de las diez batallas ganadas por sus alumnos y por éstas, alejarse de la sala ya que… No, no es así. Kirchner está volviendo a equivocarse. ¿A quién engaña? Estando tan lejos de Nixie, él no habría marcado la diferencia.

Así pues, la desesperación de hace cuarenta y cinco minutos, para Erich ahora es una tontería. Sí, el corazón casi se le salió de lugar cuando un subordinado de su padre llegó a su habitación para informarle de la pérdida de contacto con el equipo de Julia en medio de una batalla, pero nunca pensó que todo iría tan mal. Perder el audio colocado en el bosque, así como el video, a veces es normal, más cuando se toma en cuenta que el idiota de Josiah no usó bien sus poderes y causó un cortocircuito en los aparatos electrónicos dispuestos en la zona de acción. Con todo, en su mente disminuyó la gravedad del asunto. Así, después de vestirse de forma adecuada para regresar a la sala de observación, ideó su mantra personal para tranquilizarse, uno que ha consistido en repetir hasta el cansancio, que sus tontos alumnos estarían bien, que Nixie y su cerebro harían un buen trabajo, de modo que, al enviar otro equipo de vigilancia, se encontraría con sus estudiantes sanos y salvos, pero la triste verdad es otra, una diferente y la cual se niega a creer.

¿Por qué de entre todas las personas que sus alumnos tendrían que enfrentar ha salido una tan enferma? ¿Por qué han cruzado caminos con un psicópata que no dudó en asesinar a sus propios compañeros de equipo además de a varios reclutas de una forma tan repugnante?

El teniente coronel Kirchner mueve su cabeza de un lado a otro porque, lo anterior no es el punto más importante. Claro que no. Aquí, lo trascendental es la doceava, la espada con la que ese pelirrojo maldito ha atravesado su humanidad, el enorme charco de sangre que empieza a formarse alrededor de su cuerpo y, por otro lado, el estado de sus compañeros de equipo que no parece mejor al de ella. Lo demás, es insignificante y después podrá pensar en cómo solucionarlo. Ahora, todo se reduce a tomar medidas adecuadas.

―Kira ―llama a la fémina que se encuentra a la par y que, con su voz, casi ha soltado un grito―, toma lo mejor en medicinas que tengas y, me refiero a frascos sanadores, nanotecnología o lo que sea. Además, invoca a la unidad especializada de médicos que escogiste para el examen y acompáñenme, iremos…

―Erich ―dice de repente una voz, interrumpiéndolo―. Lo siento, pero este examen está bajo mi jurisdicción y tú conoces las reglas. No puedes moverte en medio de la examinación.

La mirada mordaz de Erich aparece. Todos en la sala se congelan. El hombre que va vestido de ropa femenina da un paso adelante, pese a que, por un segundo, parece querer retroceder, darle la autorización y quizás, acompañarlo.

―No me interesa tu jurisdicción, Baran y tampoco las reglas. Cuatro reclutas de clase alta están en mal estado. Tres de ellos son candidatos de primera mano a ser los próximos líderes de sus familias y la princesa… ―La voz se le corta, claro que lo hace a causa de que tiene los pensamientos y emociones al límite―. Su herida es de consideración. Ella es la doceava y se está desangrando. Si no se le atiende pronto… ―Niega, no quiere terminar la oración y por ello, añade otra―: Yerik está ahí. Piensa en él, ¿no es tu…?

La puerta de la sala se abre de repente. Si antes, el personal estaba atónito al escuchar la escena pintada, una que ha lucido tan irreal, ahora se hayan estupefactos. ¿Por qué? Simple, una cosa es contemplar algo que tiene cierta lógica como lo es escuchar a Erich argumentar a favor de enviar una comitiva de salvamento para sus estudiantes que representan a la flor y nata de la organización y otra, vislumbrar la entrada gloriosa de seis de los siete líderes de las familias protectoras, así como de agentes de renombre como Luke Dalley, Devdan Shah y Roland Kirchner que los acompañan y, de una mujer hermosa, de contextura fuerte, pero de sonrisa divertida que se acerca con algo de cautela.

―¿Qué es esto? ―Habla Devdan, acercándose de forma sorpresiva a las pantallas, observando cómo el cabello rubio empieza a cambiar de tono para convertirse en negro―. Se está muriendo. ¿Enviaron a un equipo especial por su majestad?




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