Princesa Juliana: El poder de la soberana

Capítulo 33

Las diferentes tonalidades de los iris de Josiah, Yerik y Miu, se posan sobre la princesa mientras tratan de analizar si lo que dice es producto de una mente delirante o, por el contrario, de una bien asentada. Y, aunque lo último proferido por ella es signo clave de que su habilidad está ahí, que no hay locura de por medio, los varones casi piden que lo de la doceava sea una tontería momentánea.

―Dame un segundo ―anuncia Uchida, mientras se acerca a la doceava y coloca su mano sobre la frente de la muchacha―. No tienes fiebre. En realidad, estás bastante fresca. Aunque, bien podría ser por el agua que has desperdiciado ―dice mostrando de nuevo su descontento por lo realizado―. De todas formas, ¿por qué no te acuestas de nuevo y descansas? Toma, ponte el oxígeno. Quizás no lo comprendas bien porque hemos pasado por algo que ninguno esperaba y por ello, aún te cueste ver la realidad, pero tú estuviste grave. Tienes un par de costillas rotas, los pulmones algo dañados y una mano con dedos casi destrozados. En resumen, es una suerte que sobrevivieras, que no terminaras con un órgano vital perforado por la espada con la que te atacaron o bien, por acción de tus costillas fracturadas. Es un milagro asimismo el que no te hayas ahogado con tu propia sangre y más aún, el que puedas respirar y tengas fuerzas para levantarte. Así que, no seas idiota y haz que esa cabeza tonta, se ubique.

A lo mejor, Miu tiene razón. Tal vez el estado de Julia es complicado y eso explicaría por qué con facilidad la japonesa la lleva de vuelta al suelo y la obliga a colocarse la mascarilla con oxígeno sobre su nariz y boca. Sin embargo, sea como sea, la doceava no se haya tan mal. Claro que no. No puede explicarlo porque admite que suena a alucinación, pero hay algo que la hace sentir confiada en que con la idea que tiene rondando sus pensamientos, podría recuperarse para volver a un estado de productividad absoluta. El problema, es que las palabras para exponer la sensación de cierto bienestar que la inunda, de una especie de libertad y ligereza en su ser, no las encuentra.

―Lo escuché de mi abuelo ―musita Josiah, tomando la mano de Julia, ésa que está vendada―. Debes conseguir resultados para obtener tus derechos como gobernante a totalidad y, aunque no lo creas, te comprendo un poco. No obstante, estás yendo al extremo. Míranos ―pide y Julia lo hace―. Tenemos que abandonar. Para nosotros no es fácil tomar este camino. A la verdad, es un golpe a nuestro orgullo. Nadie nunca quiere desertar. Es más, en la ceremonia de apertura jamás se menciona que los participantes del examen tenemos esta opción porque es denigrante. Y, nosotros sabiendo esto, hemos decidido hacerlo. No podemos pelear. Yerik y Miu tienen una concusión y sí, no es grave. Ellos, apenas tienen un poco de cefalea, problemas de concentración y también están algo somnolientos por el golpe que recibieron, pero el asunto es que no pueden usar bien sus poderes.

―Lo sé, lo siento. Sus fluidos están algo irregulares ―asegura ella antes de volver sus ojos al italiano―. Puedo arreglar eso. Digo, no curarlos, pero tengo una forma de estabilizarlos lo suficiente como para hacerlos funcionales. Créanme, no es algo que estoy sacando de repente. Todo lo he estudiado. Aprendí a prever las peores situaciones y aunque algo así no estaba en mis cálculos, puedo hacer que todo marche bien. Mi plan es perfecto. Ni siquiera ocupando veinticuatro horas de trabajo, lograremos la meta impuesta.

Josiah niega y cierra los ojos, intentando buscar otras palabras para hacerla entrar en razón. Con todo, esa mirada seria, esos orbes fijos, lo hacen retroceder un poco en su tarea porque, ¿cómo hacerla volverse cuando sus palabras son tan firmes como para encontrarse algún tipo de duda en ella?

―¿A qué le tienen miedo? ―Interroga Julia con una mordacidad que ni su pálida piel enfermiza o la máscara de oxígeno puede opacar―. Yerik, ¿tiene relación con eso que parece frenarte? ¿Acaso es por lo que también te hace sobreprotegerlo, Josiah? ―Puntualiza y luego mueve su cabeza hasta donde está la asiática―. Y Miu, ¿qué te sucede? Se supone que yo soy la chica débil del grupo. De cualquiera podría esperar este tipo de rendición, pero ¿de ti? Creí que la sexta familia era una de las más orgullosas, de las que valora la fuerza y perseverancia como ninguna otra. Tú, la próxima líder, ¿me dices que quieres desertar?

Miu baja la mirada, aprieta sus puños y niega.

―No lo entiendes. Mi abuela ordenó que te cuidara. No pude hacerlo antes. No estuve a la altura. Como a una aficionada, un tipo me sacó de combate en un instante sin que pudiese hacer nada. Así que, corregiré mi error de esta forma. Es lo mínimo que puedo ejecutar.

Esta vez es Julia la que niega con su cabeza y quien dirige una mirada de absoluta decepción hacia su equipo.

―Los desconozco. En serio, no sé quiénes son ―sentencia mirando con dureza a la otra chica del grupo―. Miu, no tienes nada de la rebeldía que te caracteriza, de esa que siempre te hace destacar y que contrario a lo que se puede pensar, esa indocilidad resulta trascendental, pues no solo es la fuerza de lanza de nuestro equipo, sino la tuya propia. ¿En verdad dejarás de lado esa parte tuya? Porque eso sería tan impropio de ti. No tendría relación alguna con la chica indomable que hace las cosas como quiere ya que tiene total confianza en sus decisiones, con la que no deja que pisoteen su orgullo, con la que se queja de mí y mi debilidad. ―Cierra su boca y toma algo de aire para dirigirse a los varones―. Ustedes tampoco no son los chicos que conozco. No son los que durante años estuvieron conmigo, los que no me dejaron sola pese a mis desaires y mi nulo interés por entablar una relación amistosa. No, ni siquiera muestran un poco de esa persistencia. ¿A qué le temen?




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