Princesa Juliana: El poder de la soberana

Capítulo 37

Lo único bueno de la situación en la que se encuentra, para la doceava princesa, es ese olor a lavanda que despide su cuerpo. Sí, en efecto, le encanta ese aroma porque le recuerda todo lo que le debe a Erich, como sus cuidados y ese cariño maravilloso que parece no tener fin. Extraño, ¿no? Pero es así. Tal vez, de ahora en adelante, siga usando ese aceite, no solo para tomar largos tiempos en la bañera con el objeto de disminuir sus dolores después de una gran paliza, de la manera en que Kirchner le ha enseñado tras su último viaje fuera del país, sino para también sentirlo cerca de ella. Pero, ¿en verdad Julia está pensando en su maestro tras lo ocurrido en los aposentos de la princesa? Sí, y por ello, se siente peor. Es decir, si antes ya tenía muchas situaciones encima por las cuales sentirse avergonzada, con lo último, rebasó todo lo pensado.

―Me lo imaginé ―musita, apenas moviendo sus labios, para contentarse a sí misma―. Me equivoqué, fue una mala percepción producto de la fatiga.

Así es, ¿qué más si no una alucinación perceptiva pudo haber sido aquella estupidez? De manera que, todo se reduce a un error, pero entonces, ¿por qué después de ese episodio que reanimó a Julia por completo no le hizo otra inspección a Erich? Por cobardía, por el temor de volverse a encontrar con algo fuera de serie y, sobre todo, por el pánico de repetir ese lado vampírico suyo al arrojarse de nuevo a los brazos de su maestro para robarle algo que es la diferencia entre la vida y la muerte para él.

―¿Te encuentras bien, Lia? ―Interroga Josiah, quien se haya detrás de ella en la formación―. Pareces algo pálida.

―Al igual que ustedes ―dice pasando sus ojos por los demás muchachos que visten sus uniformes de gala militares―, tampoco he terminado de recuperarme. Solo, necesito tiempo.

Una mentira. Cuando ella termina, siente la lengua pesada y ganas de llorar. Sin embargo, se limita a apretar sus labios y volver su vista al frente para en primer lugar, observar la fachada del frente, la entrada principal del imponente castillo, el cual se supone que fue el sitio por el que princesa Juliana peleó para obtener el trono. Y, como esto trae más desazón que alegría, ignora el fondo. Como lo ha hecho por cinco días, tira a la basura el conocimiento de la importancia histórica del suelo que pisa y centra su vista en aquello que se encuentra en medio de la vista avasallante: La reunión y exposición de la mayoría de los líderes de las familias protectoras de la organización, así como de grandes figuras militares de la misma.

En este punto, Julia no sabe qué hacer. Por ello, por milésima ocasión en lo que va del acto de grados, eleva la vista hacia la plataforma y, cuando escudriña con sus ojos ahora verdes a los hombres y mujeres, a todos esos que visten uniformes militares, se encuentra entre dos emociones ambivalentes. Así que, ¿ella debería preocuparse por la ausencia de Erich en medio del gentío o dar gracias por esto? Difícil decisión, pero lo cierto es, que ambos asuntos le causan el mismo dolor, puesto que, ¿estará él enfadado por lo que ella hizo en sus aposentos? ¿Estará airado por el robo de energía que casi lo mata? O, por el contrario, ¿su molestia se deberá a que se encuentra decepcionado de su pobre desempeño en el examen? De todo esto, no tiene constancia. A lo mejor, es un asunto de especulación porque conociéndolo, de estar molesto, él ya habría arremetido contra su persona. No obstante, el saber esto no la tranquiliza.

¿Qué es bueno para disminuir el nivel de ansiedad que Julia mantiene? Ella no tiene ni idea. Escuchar el discurso que Keith Dalley brinda como secretario del consejo, no le parece ni siquiera una buena opción. Escuchar cifras de decesos, solo aumenta su angustia. Por tal razón, se limita a pasar sus manos con nerviosismo por su falda negra con canesú y, a acomodarse el gorro de plato oscuro sobre su cabeza.

―El uniforme te queda precioso ―habla Josiah por segunda vez desde que ha iniciado el acto―. Hiciste bien en escoger la falda antes que el pantalón. Tus piernas son bonitas, aunque no se pueden ver por las botas altas, no por eso dejas de verte estupenda. Es más, algunas personas deberían seguir tu ejemplo. No sé, quizás Miu.

―¿Qué intentas decir, idiota?

―Que con una falda, te mirarías mejor. La guerrera negra sobre una camisa manga larga blanca con corbata, combinada con un pantalón azabache y botas altas, no es algo que guste admirar. ¿No eres tú a quien también le gusta la moda? Para ser fanática además de Kira, no tienes buen gusto.

―¿Ah, sí? ¿Qué diablos sabes tú de moda? Y antes que contestes, ¿no te viste al espejo? Te miras ridículo con el uniforme.

Julia y Yerik sueltan un suspiro. ¿Será que ese dúo no se tranquilizará nunca? Al parecer no, lo único que saben es discutir y lo peor, es que por cosas falsas y sin sentido. Así, cualquier fémina que pertenezca a la formación, de preguntársele, diría que Josiah es uno de los chicos más atractivos en escena y respecto a Miu, la doceava admite que se ve majestuosa y señorial con su uniforme. En resumen, tiene un aire excelso que no tiene nada que envidiar al de ninguna de las mujeres situadas en el frente.

Un pequeño aclaramiento de garganta. Éste se escucha a través de los altavoces y de inmediato, la doceava aparta la mirada y la vuelve a colocar al frente, solo para observar la negativa que muchos dan hacia el alboroto que ha armado su equipo.

―Erich nos asesinará ―murmura Yerik, también volteando hacia adelante.




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