―¡Mamá! ¡Papá! ¡Ayúdenme!
Con sus gritos, la niña demuestra su total desesperación.
Al llegar a la ventana, Julia se percata de que ésta se halla cerrada y que obviamente no puede escapar a través de ella por situarse en un segundo piso. Para empeorar y, por si fuera poco, aunque su vista está nublada debido a la falta de sus lentes, Julia vislumbra las siluetas de unos individuos en la única puerta de la oficina, esos son los hombres que acompañan a la señorita Carroll, quienes resguardan la que quizás es la mejor posible ruta de escape. Por lo que, en resumen, no hay salida. Más la pequeña no comprende lo último, no sabe que tiene todo en su contra y por ello, decide ejecutar la vana acción de correr hacia la puerta con el objeto de huir, pero el problema resulta, además de en lo obvio, en que su cuerpo le falla.
A causa de que la pequeña niña tiembla debido al miedo, sus piernas tropiezan entre sí y por ello, cae en el piso. Las lágrimas no tardan en rodar por las mejillas sonrosadas. La respiración de Julia se acelera como también los latidos de su corazón y con la desconfianza de lo que puedan hacerle los desconocidos y la falsa madre que se ha presentado delante de sus ojos, entra en pánico y se coloca en posición fetal.
Repentinamente, Julia siente un calor insoportable que envuelve su pequeño cuerpo. Ella no se percata de la luz de color azul que la rodea y que está a la vista de los demás. Lo único que ocupa su atención es un dolor punzante en su cabeza que ha hecho acto de presencia y que la obliga a llevar ambas manos hacia el sitio afectado, en un intento por mitigar el malestar.
En tanto la niña padece, la persona que figura ser su madre se acerca despacio a ella para tranquilizarla, pero antes de que pueda tocarla, la energía que rodea a la menor es expulsada por toda la habitación como si fuese una ventisca. Sin dar lugar a una reacción, la supuesta madre es arrojada contra una de las paredes.
Por otra parte, en un esfuerzo para no ser también arrojados, la señorita Carroll y Leonti tratan con todas sus fuerzas de estar firmes mientras se sostienen de los objetos más cercanos. Finalmente, su intento es vano pues al igual que los papeles, las sillas, las masetas con flores, los libros, el escritorio, los estantes y demás cosas, son lanzados con ímpetu en el aire.
Al expulsar su poder, el cuerpo de Julia se libera de sus síntomas, pero esto no evita que se sienta agotada y sobretodo, que se espante por la extraña sensación de que algo salió de ella, así como por la tempestad que sintió a su alrededor. Por ello, aún estupefacta y tratando de averiguar un poco, la pequeña abre sus ojos y bate sus largas pestañas. Tras unos segundos, dirige su mirada de un lado a otro y observa a las personas que estaban con ella en el suelo. Además, aprecia que quien pretendía ser su madre ha desaparecido y en el lugar donde debía estar, se encuentra John sangrando. Y llevada por su curiosidad, a la vez que espera cerciorarse de que su poca visión no la engañe, despacio gatea hacia él y es ahí, cuando observa algo más impresionante: John tiene los ojos abiertos y éstos ya no son azules, sino que se han vuelto dorados.
Lo presenciado hace que la niña retroceda y de improviso, en tanto coloca un pie atrás, la extenuación de su cuerpo cobra fuerzas; siente que todo en torno a ella da vueltas y nuevamente se hace presente el terrible dolor en su cabeza. En cuestión de segundos, Julia se desmaya.
Mientras tanto, en el centro educativo, los maestros evacúan a los niños lo más rápido que les es posible; niños y adultos empiezan a correr hacia las inmediaciones del lugar en un acto por salvaguardar sus vidas. La conmoción, sin lugar a dudas, ha sido producida como resultado del actuar de hace unos segundos de Julia quien, al romper los vidrios de la ventana y al ser los pedazos de éstos lanzados por todas direcciones, sumado al sonido del impacto de los objetos de la oficina que también fueron arrojados en el aire, han causado alarma en las autoridades de la institución educativa.
El ruido de los gritos de las personas y el sonido de los autos, en un determinado momento, hacen despertar a la señorita Carroll de su estado de inconsciencia. Lo que sus ojos le revelan la deja atónita; cualquiera diría que aquella oficina fue abatida por un ciclón y aunque parezca exagerado, esta aseveración no es tan distante a lo percibido por los evaluadores al momento de ser ejecutado el ataque.
Pero, dejando las comparaciones y la histeria colectiva a un lado, al ser prioridad número uno proteger a quien ahora ha descubierto es la princesa Juliana, la señorita Carroll hace un intento por levantarse del piso. Cuando logra sostenerse sobre sus pies, observa que algunas partes de su saco negro fueron rasgadas. Afortunadamente para ella, los vidrios no alcanzaron a producirle más que un corte ligero en su sien; el máximo daño obtenido fueron un par de golpes en su cuerpo.
Dando un par de pasos, con delicadeza, la rubia se acerca a la niña y coloca sus manos en su cuello para medir su pulso. Posterior, al cerciorarse que Julia tan solo está dormida y no parece estar lesionada, dirige su atención a sus compañeros que siguen desmayados. De esta forma, vislumbra que, de los dos varones, John es el que se aprecia más afectado al estar cubierto de sangre y tener un par de vidrios incrustados en el cuerpo. Y por ello, lo que pasa a ser lo primordial para ella, es despertar a Leonti para que, como médico, pueda encargarse de John y así, logren salir con la menor antes que llegue la policía.
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Editado: 22.09.2022