Princesa Juliana: La maldición de la corona

Capítulo 5

La pequeña niña trata de mantener firmes sus palabras, mostrando que ella tiene el control, tal y como su madre le ordenó. No obstante, en el fondo tiene miedo de las personas detrás de las pantallas, del señor Dalley y de esa extraña energía que habita en su interior.

Con todo, lejos de un temor casi paralizante, por su parte, Padre se encuentra furioso. Y esto, en primer lugar, porque el poder psíquico de Julia, no solo hizo que varios objetos fueran lanzados al suelo, sino porque también estuvo a punto de dañar los monitores. Por otro lado, en segundo lugar, aunque al líder le parece casi digno de alabar el hecho de que por primera vez Julia no se comporte como una niña llorona, a la verdad, no soporta el que ella se dirija ante ellos con esa prepotencia que como comentó la dirigente de la primera estirpe, es digna del carácter de una dictadora. Por lo que sí, en definitiva, lo último lo hace enervar; es imperdonable.

―No comprendo lo que está sucediendo. Lo único que quiero es que se cumpla lo que pido. Ustedes deben obedecer mis órdenes.

―Me equivoqué, no es tan débil como aparenta, al menos al hablar ―comenta la dirigente de la quinta casta y añade―: Considero que tiene razón y debemos llegar a un acuerdo.

―Por supuesto, aunque por obvias razones no podemos darle total libertad ―indica la dirigente de la cuarta familia protectora―. En lo referente a su nombre, no podemos llamarle por el que te dieron tus padres pues sería una total falta de respeto.

―Exacto ―dice el segundo líder aprobando lo anterior y agrega―: Acostúmbrese a que le llamen princesa Juliana.

Esas palabras hacen que Julia se enfade, por lo cual frunce el ceño, pero termina resignándose. Después de todo, ella se llamó con ese nombre para hacer cumplir su mandato.

―Supongo que podemos hacer algo en lo concerniente a vivir con sus padres y ―continúa la cuarta líder―, quizás también con lo de sus deberes como princesa.

―A la verdad es muy pequeña, no deberíamos separarla de sus padres y menos, cuando ya se ha acostumbrado a estar con ellos ―expone el segundo dirigente secundando la moción―. Deberíamos hacer algún convenio para que pueda vivir con sus progenitores, pero que la potestad absoluta sobre ella sea sobre nosotros.

―¡¿Acaso están enfermos?! ―Pregunta furiosa la líder de la primera familia ante las palabras de sus compañeros―. Las leyes indican que debe vivir y criarse, sin la intervención de sus progenitores, en manos de la primera rama de la familia a la que pertenece y que, a su vez, debe asistir a la academia Juliana. Sus antecesoras tuvieron que dejar sus familias, ella debe hacer lo mismo.

―Tienes toda la razón. ―La respalda el señor Dalley disgustado―: La niña no puede vivir con sus padres. En la información que les envié se menciona que su familia es de clase social baja. No podemos permitir que la futura reina del mundo viva rodeada de pobreza cuando puede tener absolutamente todo.

Con enfado, lo observa Julia, pues no es la primera vez que el hombre se refiere a su familia con un tono despectivo. Su cuna puede ser pobre, pero ésa no es razón para que él hable de tal forma.

―A mí no me importa ser pobre. Quiero estar al lado de mis padres y mi hermanita. ―Hace un puchero y toma una pausa breve―. Si ustedes no quieren que viva con ellos porque no tendré muchas cosas, entonces tomaré la decisión de vivir a su lado en esta casa.

―¡Primero muerto antes de dejar que eso suceda! ―Objeta el señor Dalley golpeando la mesa.

Unos pasos atrás son dados por la niña que se ha espantado por la repentina acción del hombre quien ha perdido por completo la compostura.

―Keith, no deberías decir eso. Si ésta niña se comporta como habla, podría hacer tus palabras realidad. ―Se burla el líder de la tercera familia.

Se escuchan las risas de los demás líderes ante el comentario y Julia observa los monitores con disgusto. La broma ha sido demasiada pesada, ella jamás asesinaría a alguien.

―¡Dejen de reírse! Saben que no puedo permitir que ése hombre y ésa mujer pisen el territorio de la organización.

―Conforme a los estatutos, estás en lo correcto ―afirma la cuarta líder―, pero todos aquí sabemos que la verdadera razón de tu oposición es porque a pesar de todo el tiempo que ha pasado, aún te sientes traicionado por Caroline.

―Lo que has dicho es un error. ―Niega Dalley con vehemencia―. La traición la cometió contra la princesa, no contra mí.

―Por favor, no lo niegues. Ella era tu mano derecha y la querías tanto o más que a tus propios hijos. Estoy casi segura de que, si ella tuviese tu sangre, no fuese de la tercera rama y sus decisiones de aquel momento hubiesen sido otras, ahora o en un par de años, la hubieses colocado como la líder de la séptima familia ―explica la cuarta líder y añade―: En resumen, la traición para ti fue personal.

Julia mira al señor Dalley curiosa. Ella no tiene ni la menor idea acerca de qué traición están hablando. Su madre es para ella una mujer buena y dulce, incapaz de traicionar a alguien.

―¿De qué traición están hablando? Explíquenme.

―Esto no es asunto tuyo, niña ―responde con furia.




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