Princesa Juliana: La maldición de la corona

Capítulo 11

La sensación de asfixia aún sigue presente.

Al abrir sus ojos no puede ver nada puesto que todo está envuelto en la oscuridad. No hay un objeto o una persona a su alrededor, tampoco hay otro color más que el negro.

Ella cierra sus ojos ya que, al parecer, no hay nada que hacer. El aire no llega a sus pulmones.

De repente, el sonido de unos pasos firmes y fuertes, irrumpen en el lugar. Éstos se detienen a un lado de Julia.

―Con esto será más que suficiente ―dice una voz que no logra identificar―. Espero que hayas aprendido a respetar a tu ama.

Aquello que oprime su garganta, desaparece. Los pulmones de la niña vuelven a ser llenos de oxígeno por lo que abre sus ojos asombrada, solo para percatarse que la oscuridad que la rodeaba se ha disuelto.

Un candelabro de cristal aparece frente a ella; el brillo que emite es magnífico. Por primera vez, vislumbra que se encuentra en el suelo, acostada. Así que, Julia se levanta del frío suelo y mueve su cabeza de un lado a otro impactada; ya no se encuentra en su casa, está en un lugar desconocido.

La descripción del sitio es simplemente irreal y fantástica: El suelo no es de un azulejo cualquiera, está hecho de oro; las paredes y el techo están hechos del mismo material, excepto que las paredes tienen colgadas pinturas de paisajes y edificios que parecen antiguos, además de que tienen incrustaciones de gemas preciosas como zafiros, rubíes, amatistas, esmeraldas, jaspes, topacios, entre otras. Por si fuera poco, al lado de los pies de la menor, hay una enorme alfombra roja con rubíes en los extremos.

La pequeña Julia, fascinada por el panorama sacado de un cuento de hadas, recorre con su vista el camino que sigue la alfombra. Se detiene ante unos escalones que llevan a un gran trono donde logra ver a una mujer joven de cabellos rubios ondulados y unos penetrantes ojos verdes esmeraldas que está sentada en aquel estrado. Por alguna extraña razón, aquella mujer le parece conocida.

De manera inconsciente, ella empieza a caminar por la alfombra hasta situarse frente a la joven. La observa con detenimiento y presta especial atención al hermoso vestido rojo que cubre el delgado cuerpo de la doncella. Posterior, los ojos azabaches de Julia siguen inspeccionando y se fijan en la gargantilla que lleva la mujer en su largo y fino cuello. La alhaja contiene una rosa de color rosáceo con una pieza delicada en forma de gota debajo de ella; el color púrpura que posee es enigmático, pareciese que una especie de líquido estuviera en el interior.

Tras analizar estos detalles, la niña entiende quién es la persona que está frente a ella. La joya y sus rasgos físicos le han revelado su identidad. Por lo tanto, cruza su mirada con ella y se percata del desdén que la soberana le dirige.

―Estoy esperando que realices la reverencia. ―Señala la joven con fastidio―. ¿Cuándo lo harás?

Julia la observa asustada. Su prioridad es saber en qué lugar se encuentra y dónde está su maestra y su familia.

―¿Dónde estoy? ¿Dónde está la señorita Carroll? ―Pregunta mientras sus ojos se llenan de lágrimas―. ¿Dónde están mis papás y mi hermanita?

―Al parecer, no bastó mi castigo.

La princesa Juliana se levanta del trono y empieza a caminar hacia Julia. Se detiene frente a ella y la observa llena de rabia.

―Espero que no se te ocurra llorar. Odio a las niñas estúpidas que lloran por tonterías. Eres una vasalla inútil y fastidiosa. Eres el peor contenedor que he tenido. Ni siquiera tienes el mínimo de respeto hacia tu ama, pero ¿qué debería de esperar si nadie te ha enseñado a venerarme?

Con miedo, la niña limpia sus lágrimas y trata de controlarse. Le parece imposible estar frente a Juliana.

―Yo… Solo quiero regresar con mi familia. ―Pide con voz débil y temblorosa―. Regréseme a mi casa.

―No lo haré ―sentencia con altanería―. Estoy aburrida aquí y quiero algo de compañía.

―¡¿Qué?! ―Pregunta incrédula sin entender las razones de la joven.

―¿Crees que diría algo así? ―Sonríe con sarcasmo y añade―: No es mi intención permanecer con una pequeña llorona. La única razón por la que te hice venir es para darte una lección. Ni tus padres ni Nicole te han fomentado la obediencia, así que lo haré yo.

―¿De qué está hablando?

―De tú falta de respeto, obviamente. ―Se acerca y coloca sus manos en el rostro de la niña apretándola con fuerza―. ¡¿Te parece bien decir que me odias y que esperas mi muerte?! Me llamaste Juliana, ni siquiera mencionaste mi título. ¡¿Crees que soy cualquier persona para que solo me llames por mi nombre?!

Suelta su rostro y a Julia le invade el miedo. Sus pensamientos giran en la posibilidad de que la princesa trate de matarla.

―No pienses en cosas superfluas ―comenta interrumpiendo su pensar―. El matarte no me traería ningún beneficio. Eres mi contenedor y necesito que te encuentres bien para que cuando llegue el día, pueda poseerte.




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