Princesa Juliana: La maldición de la corona

Capítulo 24

Después de un tiempo manejando en las transitadas carreteras, Nicole llega a una heladería la cual tiene pocos clientes. Toma asiento en el lugar que le indicó el investigador: en la última mesa de la derecha, cerca de un estante de peces. Se dispone a esperar a que el hombre se presente mientras pide un helado de vainilla a una de las meseras.

Los minutos pasan y Nicole observa su reloj. Han transcurrido veintitrés minutos de la hora establecida. No caracterizándose por su paciencia, saca el celular del bolsillo de su chaqueta y no encuentra algún mensaje de parte de Mirko que justifique su tardanza.

La sonrisa de suficiencia que estaba dibujada en su rostro se desvanece. Sus pensamientos se dirigían en que sería el último día de Dan Gasser como maestro titular de la doceava princesa Juliana. Según la información encubierta que recibió en el avión de papel, Mirko le aseguró que la información era en verdad valiosa. Si los datos recabados demuestran que él está en contra de la princesa, nunca más tendrá que soportar al fastidioso hombre.

¿Dónde está el ex coronel Mosconi? ¿El tráfico lo ha retrasado? Es una de las hipótesis de la joven, pero esta es descartable de inmediato. Mirko Mosconi es un hombre en extremo puntual, jamás se retrasaría por algo así, pero, ¿cuál es la razón de su demora? Él jamás faltaría a la entrega de un trabajo.

Al tener media hora de retraso, es lo suficiente como para que el temor se acreciente en Nicole, algo extraño, puesto que normalmente se enojaría. La mujer paga la cuenta y camina unos metros hasta encontrar un teléfono público desde el cual empieza a marcar al celular del amigo de sus padres. El italiano no contesta, su celular repica, pero solo contesta el buzón de voz. Tras tres intentos fallidos, trata de llamar al domicilio del hombre, más el resultado es el mismo.

Inquieta, regresa hasta el parqueo del local donde dejó su automóvil. Antes de encender el motor, testea desde su celular:

Hace tiempo que no te veo, me gustaría recordar viejos tiempos contigo. Perdona la molestia, pero hoy te visitaré. Si no puedes recibirme por alguna razón, notifícamelo. Espero te encuentres bien, padrino.

Envía el mensaje. Si todo está bien, Mirko la llamará o por lo menos le devolverá el mensaje, pero ninguna cosa sucede; el silencio en su celular, la atormenta. Nicole suspira y enciende el automóvil para partir de nuevo.

En el camino, pide que no haya sucedido algo fatal y que la razón de que él no se haya presentado, sea por alguna enfermedad propia de su edad. Y es que, a pesar de que se comporte tan distante con el hombre, el sujeto le trae recuerdos de sus días felices de infancia y por ello, no desea que desaparezca.

Luego de varios minutos de reinante incertidumbre, la señorita Carroll llega a su destino: una casa grande y lujosa que es la morada del solitario hombre, de ese que es el único habitante del lugar desde hace unos pocos años puesto que, a partir de la muerte de su adorable esposa, decidió vivir solo en esa vivienda, a pesar de las múltiples invitaciones de sus hijos de habitar con ellos. Pero ¿quién puede culparlo? El hombre ya entrado en años, no quería dejar su hogar para no olvidar sus más bellos recuerdos.

La joven agente camina despacio hasta la entrada principal. Abre la puerta de mármol que como siempre está abierta debido a que el dueño está completamente confiado en la alta seguridad de la vivienda la cual posee un sistema tan perfecto de reconocimiento que, al encontrar un extraño, activa una ráfaga de disparos hacia el intruso.

Con la esperanza de que aún no haya sido borrada del sistema, la señorita Carroll ingresa a la casa siendo consumida por muchos recuerdos de cuando visitaba ese lugar con sus padres y jugaba durante horas con Mirko, su esposa y sus hijos.

―Buenos días ―dice en voz baja con nostalgia, pero con rapidez cambia de expresión―. ¡Mirko! ―Grita para que el hombre la escuche por si está en la parte de atrás, practicando con sus armas―. ¡¿Hay alguien en casa?!

Al no obtener respuesta, con lentitud camina hacia la sala, pero la encuentra vacía. Continúa hacia el centro de tiros en la parte trasera más de nuevo, no hay nadie.

En definitiva, hay algo que está mal.

Los latidos del corazón de Nicole se aceleran como también su respiración. No hay evidencia de que alguien haya violado la seguridad, pero no puede estar tranquila. Después de todo, de primera mano sabe que los silencios son los peores notificadores de desgracias, eso lo aprendió cuando una tarde regresó de la academia Julia y encontró su casa vacía sin pista de sus progenitores. Minutos después, fue informada de sus muertes en el cumplimiento de su deber.

Activándose una alarma mental en Nicole, con mayor rapidez recorre los pasillos para llegar a la habitación de su padrino. Se detiene frente a la puerta que está entreabierta, extiende su mano para empujarla, pero antes de hacerlo, siente como si fuera detenida por unas cadenas, las cadenas del pánico. Ella da un paso hacia atrás, más su raciocinio le indica que no es el momento para dejarse llevar por algo tan minúsculo. Por lo cual, se arma de valor para empujar la puerta.

Sin poder evitarlo, con su mano izquierda se sostiene de la puerta mientras que la otra la lleva a su boca para ahogar un grito. En cuanto ha puesto un pie dentro, la escena la ha alterado. A pesar de haber presenciado escenas similares, el enterarse que alguien a quien conoce y con quien compartió algo importante está en tal estado, es suficiente para romperla. Sus ojos azules se oscurecen y se llenan de lágrimas.




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