Princesa Juliana: La maldición de la corona

Capítulo 25

 

El vecindario parece estar en total normalidad, no hay señal de pánico entre los pobladores ni tampoco de ambulancias ni policías que pudieran indicarle a Nicole una tragedia. No obstante, no reduce la velocidad a la que circula. Cuando llega a la casa, estaciona el automóvil afuera y baja de él presurosa.

Los pasos rápidos la llevan hacia el muro que rodea la residencia y de momento, recuerda el equipo especial que aprobó, el cual consiste en un aparato que produce una barrera ilusoria; ésta funciona para que los civiles no perciban ruidos o imágenes poco usuales de los adentros del lugar y fue colocado pensando en los posibles entrenamientos que la doceava podría tener o bien, en el caso que sucediese algo especial como el día en que Dan se presentó como el nuevo maestro titular de Julia. Sea cual sea el caso presente, la importancia del artilugio no solo se entrevé en este aspecto, sino que también brinda sus favores como un equipo de monitoreo para avisar acerca de la entrada de intrusos cuyo ADN sea ajeno al de la familia Byington y el equipo de protección de la doceava.

La señorita Carroll se aproxima a la entrada de la casa y se encuentra con aquel pequeño aparato camuflado como un timbre que está adherido a la puerta; presiona el botón y una minúscula aguja pincha su dedo de forma indolora para extraer un poco de sangre.

―Bienvenida, señorita Carroll ―dice la voz del comando principal.

La puerta es abierta y ella corre de inmediato hacia el interior de la vivienda y más precisamente hacia la cocina donde se encuentra el único teléfono de pared. Cuando ingresa, observa tirada la silla en la que Julia tuvo que subir para alcanzar el aparato debido a su pequeña estatura. Su alumna ya no está ahí y tampoco hay signos de lucha.

Nicole cierra sus ojos y trata de concentrarse para rastrear el poder psíquico de la niña. Busca, busca y busca, pero no lo encuentra por ningún rincón de la casa. A pesar de ello, abre sus ojos impresionada cuando descubre el de otra persona en el domicilio. Con todas sus fuerzas, Nicole corre hacia el patio trasero donde lo único que su visión capta es a un joven de piel morena y cabello castaño que hace un esfuerzo por levantarse.

Leonti denota cansancio, su respiración es agitada y se levanta adolorido, logrando apenas estar de rodillas. El joven se lleva una mano a la boca cuando siente un sabor metálico que la inunda. Sin poder evitarlo, él abre sus labios y vierte en su mano, un líquido espeso rojo.

Por un segundo, Leonti parece desfallecer, pero Nicole llega a tiempo y lo sostiene. Con delicadeza mueve a su compañero para que éste pueda reposar su cabeza en sus piernas. Cuando realiza esta acción, visualiza el impacto de bala en el brazo izquierdo de Leonti y una cortada que parece profunda en su abdomen. La lucha interna vuelve a ella pues ver a Góluveb de esa forma le recuerda la escena en la que encontró a Mirko; siente sus ojos húmedos.

―¿Qué te sucede? ―Pregunta Leonti en voz baja, acercando su mano a los ojos azules de su compañera―. No estoy tan mal como parece. Aunque, ¿a quién engaño? Tú no llorarías por mí.

―Cállate, no debes hablar ―Objeta aparentando enfado mientras frota sus ojos―. ¿Hay algo que pueda hacer?

Leonti no responde, cierra sus ojos y aunque sus manos pesan, lleva una de ellas hacia su herida abdominal que es la más grave. Sintiendo su debilidad, con la poca energía que posee, envuelve su mano con poder psíquico para curarse a sí mismo.

―En lugar de preguntarme eso, deberías de centrarte en obtener información de lo ocurrido ―dice amonestando, ganándose una mirada de enfado de Nicole que cambia cuando tose un poco de sangre―. No estoy seguro de lo que pasó, pero…

―No ahora ―comenta la agente colocando su dedo índice en los labios de Leonti.

El joven traga grueso, por un segundo se sonroja. Aparta sus pensamientos y se fija en que no está bien que ella se preocupe por él cuando peligra la vida de la doceava. Leonti conoce tan bien a Nicole que sabe que, si algo le llegara a pasar a su pupila, se lo lamentaría por el resto de sus días. Por lo tanto, con su mano libre, quita la gentil y tierna mano de su compañera de sus labios mientras niega con su cabeza.

―Déjame hablar. ―Toma una pausa para controlar un poco su respiración―. John y yo estábamos tratando de dar una explicación a Dan acerca de tu ausencia ―habla despacio―. De pronto, escuché unas detonaciones y…

―¿Por qué Dan hizo esto? ―Indaga con resentimiento.

―Te equivocas, Dan no hizo nada. ―Observa la mirada confundida de ella―. Él y John están muertos.

―Eso no puede ser. ―Niega con firmeza―. No puede haber otro culpable.

Completamente incrédula, observa su alrededor y es ahí donde los localiza; no tan lejos del sitio en el que se encuentran, están los cuerpos inertes de John Lauper y Dan Gasser.

Ella se levanta y deja a Leonti en el suelo. Cuando llegó corriendo por él, no vislumbró la escena de su alrededor, la cual solo puede compararse a una batalla de cientos de hombres por la cantidad de destrozos y armas del lugar. Y es que, el patio que gozaba de belleza natural, está convertido en un lugar árido donde ni una sola flor quedó en pie. El lugar de la flora fue tomado por espadas, casquillos de balas y pistolas de todo calibre.




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