El cielo estaba resplandeciente de estrellas. La luna deslumbraba en lo alto.
A lo lejos se escuchaban a los perros ladrar. Todo parecía de lo más normal. Aun así, era una noche diferente.
Los que podían conciliar el sueño descansaban plácidamente. Los que no, se reunían alrededor de una fogata improvisada, a echarse los cuentos del día.
Para otros no era lo mismo. Algunos ni tan siquiera se habían llevado un mendrugo de pan a la boca en todo el día. El hambre no los dejaba dormir.
Rosa era una de estas personas, pero con algo adicional. Para Rosa la cosa era diferente: no percibía los destellos de las estrellas, la luna no le parecía tan deslumbrante, no escuchaba ningún, ruido de dormir ni se diga, de comer mucho que menos.
Con una gran barriga que denotaba su embarazo, desde hace días todo o mejor dicho; lo poco que lograba llevarse a la boca, le caía mal.
Este día, ni le provocó levantarse de su catre, era interminable. Lo pasó con malestar y dolor, y ya caída la tarde este dolor era insoportable. En este momento de la noche le estaba bajando líquido por la entrepierna. Había entrado en proceso de parto.
Los dolores eran intensos: de su garganta salían unos gemidos profundos, las lágrimas resbalaban por sus mejillas, no sabía si llorar o reír.
En esa casucha hecha de cartón, láminas viejas y plástico; en un ambiente deplorable venía al mundo esa criatura. La mujer con su comadre como su única compañía, la que había dado la pelea junto a ella en este proceso. En esa casucha, ubicada en los alrededores del botadero de basura como muchas otras, Rosa estaba pariendo.
Esa niña convertida en mujer muy temprano en su vida, traía a este mundo al nuevo ser que llevaba en sus entrañas. Los dolores eran tan intensos y como insufribles.
Sola, bajo ese cielo iluminado por la gran luna resplandeciente, apretando los dientes con rabia, las lágrimas resbalando por sus mejillas, las fuerzas parecían flaquear.
Pero la ilusión de tener a esa criatura entre sus brazos le daba nuevos bríos y la sonrisa volvía a su expresiva cara, la misma que aún conservaba los rasgos de niña, a pesar de las grandes batallas vividas. Así, sacando fuerzas de lo más profundo de su ser, pujando con lo que le quedaba por dentro llego a este mundo su bebe, la niña… su “Princesa”.
Justo cuando comenzó a caer una pertinaz lluvia. La niña dio sus primeros gritos, lloraba; su mama sonreía, y entre los surcos de su cara sonriente unas lágrimas resbalaban. En su mente recordaba como pareciera la triste historia repetirse.
Ella también había nacido bajo circunstancias parecidas, y le venían a la mente esos momentos de su niñez, su muy precaria situación, la carencia de todo y las luchas por nada o quizás por lo máximo; la supervivencia.
Ella también nació en un basurero donde se comía lo que se conseguía y a fuerza de peleas y luchas se podía dormir con lo mínimo en el estómago. Sí; ella, que a esa corta edad ya había pasado por todas las privaciones posibles, estaba en ese momento teniendo a su niña, su “Princesa”, y esas lágrimas confundidas con la lluvia se intensificaron.
Lloraba y lloró por largo rato, pensando en lo que sería de esa hermosa niña que tenía entre sus brazos; rogando, pidiendo y suplicando que el señor le diera otro tipo de vida, que su linda bebe pudiese tener otras oportunidades.
Y la veía en otro lado, en una gran casa, con un lindo vestido, ya señorita. Pero el llanto de la niña la hizo volver a la realidad. Volvió a la realidad para encontrarse con que tenía que alimentar a su niña, y ella misma que se encontraba muy débil. Debía salir a seguir la lucha en busca de alimento.
De eso dependía su vida; y lo más importante, la vida de su niña. Tenía que afrontarlo, debía hacerlo y lo hizo. Rosa continuó con los avatares de su vida, pero ya no estaba sola.
Ahora tenía a una niña: “Princesa”, quien desde ese momento así se llamó. La compañera de guerras por venir. Eran las guerreras del botadero.
Las guerreras no las tenían nada fácil. Las carencias eran muchas, y en esas condiciones esas carencias parecían infranqueables. Todos pensaban que la niña no sobreviviría en esas circunstancias. Todos menos Rosa.
Para ella, esa niña se convirtió en la razón de su existencia: la visión de una vida diferente, el compromiso de darle lo que ella no tuvo, el reflejo a la inversa de una vida de privaciones a una vida de comodidades. Se dijo para sí que su niña algún día saldría de este sitio; a una vida mejor, a una vida de ensueño.
¡Como toda una Princesa!
Pero no iba a ser fácil. Rosa estaba rodeada de toda clase de personas que al igual que ellas luchaban para sobrevivir, y cuando se lucha para sobrevivir se utilizan las armas menos pensadas.
Todo es válido, no hay reglas. Eso hace de ese campo de batalla un todos contra todos, donde la ley del más fuerte predomina, y ellas estaban bien lejos de ser las más fuertes de ese sitio.
Por eso muchas dudas también pasaron por la mente de Rosa. Largas noches de insomnio que se iban en solo pensar en el bienestar de su niña. Hasta pensaba en darla en adopción, cosa que desechaba inmediatamente. En ese trajín pasaban los interminables días con sus indescriptibles noches.
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Editado: 21.07.2020