PRESENTE
ZOEY
Me obligo a fingir una sonrisa para que nadie se percate de lo doloroso que es perder.
A esto se reduce mi vida la mayoría de las veces, si lo que quiero es estar sobre los demás tengo que elegir una máscara distinta como si buscara el bolso Chanel indicado que combine con mi atuendo. ¿Cuál combinará ahora que deseo que todos desaparezcan y volver a la seguridad de mi cama en donde nadie me juzga?
La amargura en mi boca me hace apretar los dientes.
Algunas miradas se centran en mi rostro, listas para presenciar si flaqueo y así poder regocijarse de mi molestia y dolor. Son pequeñas alimañas queriendo chuparme la sangre. Por el rabillo del ojo veo que unos cuantos alzan las manos sosteniendo sus celulares con los flashes encendidos, grabando el momento en el que la llaman al escenario y tengo que aplaudir como si estuviera feliz.
Malditos hipócritas, malditos carroñeros.
—Solo son buitres, Zo, no les hagas caso —susurra Fio.
Clavo las uñas en mis palmas, esas por las que pagué una fortuna porque son especiales para la ocasión, pues combinan con mi vestido rojo escarlata. El ardor alivia de alguna manera la sensación de rencor que crece dentro de mi pecho. No me siento mejor, de ninguna manera, pero al menos sigo de pie.
Intento sonreírle a Fiorela, quien amablemente rodea mi brazo con el suyo, como para darme ánimos o evitar que me vaya corriendo, todas sabemos que escapar no es una opción, si lo hiciera sería el hazmerreír, y luego Chantelle soltaría un montón de mierda que me hará desear cosas malas.
—Piensa en ellos como mosquitos desesperados por acercarse a tu luz, nena —suelta Siannia, quien aprieta mi mano y no me suelta.
Siannia y yo hemos sido amigas desde siempre, ella es un ser libre, rebelde e impetuoso, la más ruidosa que conozco, tal vez por eso ama ir a las protestas con pancartas. La conocí en la escuela luego de que sus padres la adoptaran, ella llegó a mi salón, no teníamos amigas, ambas andábamos solas en los recesos, con el tiempo terminamos hablando, sobre todo después de que me defendiera de unas abusivas que querían cortar mi cabello. Ella llegó, me defendió y fue como si jurara protegernos porque nos hicimos inseparables.
Está siempre para mí, nunca me ha dejado sola. A veces creo que no le agradezco lo suficiente, pero no soy buena hablando sobre mis sentimientos.
Me da una sonrisa triste cuando nadie nos ve. Es la única que entiende cuánto significaba esto para mí, lo mucho que lo quería.
Me esforcé todo el año para conseguir esa corona. Es todo lo que siempre quise, la he esperado durante mucho tiempo. Para muchos seguramente se trata de algo vacío y superficial, pero no para mí. ¿Cómo podría? Antes de que mamá muriera las dos pasábamos mucho tiempo viendo viejas fotografías de sus años escolares, aquellos en los que Beatrice Barreto reinaba en los pasillos de la escuela St. Thomas, era la abeja reina, la que sacudía el cabello y un montón de personas se detenía para admirarla. Soñaba con que tendría esa corona en mis manos, tal y como mi madre la obtuvo alguna vez, porque era nuestra promesa.
La extraño tanto, cada día me despierto pensando qué habría hecho ella en mi lugar, ya que es una forma de estar cerca de ella, de recordarla, pues temo haberla imaginado. Ahora no puedo cumplir su sueño por culpa de Chantelle Faber. ¡Qué raro que se trate de ella! Siempre Chantelle. Tiene que hacer lo que desea cómo y cuándo quiere, tiene que salirse con la suya, aunque en el camino arrolle a un montón de inocentes.
Cuando las dos quedamos nominadas por poco me echo a llorar, frente a ella no soy nadie en este colegio, pero aseguró que no le interesaba y que rechazaría el puesto en caso de que fuera la ganadora. Al final hizo lo que mejor sabe hacer: ser una egoísta de mierda a la que le gusta lastimar a otros para sentirse mejor, le gusta pisotear con sus malditos tacones, y si pudiera estoy segura de que tendría collares de diamantes para ahorcarnos.
Mi mano vuela al collar alojado en mi cuello, ese que nunca me quito, ninguna de nosotras. Hace unos años Chantelle nos regaló collares idénticos, una cadena de plata en la que descansa un delicado diamante como una forma de demostrar su amistad, según sus propias palabras. En este momento no puedo evitar pensar que solo somos un accesorio más que debe combinar con ella, eso o nos puso cadenas para ser sus mascotas.
La reina sube las escaleras para llegar al escenario, un círculo de luz sigue todos sus movimientos y la hace ver inalcanzable. Se ve fantástica en ese vestido azul marino que parece un cielo nocturno lleno de estrellas, perfectamente amoldado a su figura curvilínea. Es casi angelical, sé que logra engañar a muchos con esa sonrisa de mojigata con la que intenta esconder su verdadera naturaleza.
Solo podría describir a Chantelle de una manera, es la reina del hielo, un corazón de roca está dentro de su pecho y no teme tomarlo para arrojártelo y matarte a golpes.
¿Por qué la soporto? Es muy fácil, ¿por qué habría de hacerlo? No es muy difícil llegar a la conclusión, ¡vamos! Sabe cosas de mí, sabe cosas de todas. El tipo de secretos que jamás debimos contarle, el tipo que te arrastra al infierno, y ella es la reina de las llamas y el dolor, la señorita espinas, un demonio con aspecto de cordero.
Sin embargo, algo dentro de mí me impide odiarla, tal vez por las gotas de humanidad que a veces distingo en su mirada, las necesarias para gritar que puede sentir lo mucho que duele. Y porque me aceptó cuando nadie lo hizo de la manera correcta, no importa lo que le cuentes, no te juzgará, eso en ocasiones es más necesario que contar con alguien que te deje llorar en su hombro.
Chantelle se detiene frente al micrófono y esboza una sonrisa de satisfacción que por poco me hace perderlo, pues estoy a punto de darle la espalda para marcharme. Pero hay que tener cuidado por si intenta clavarte un cuchillo.