Princesas de cristal

Capítulo 02 parte I

PASADO

 

Chantelle seleccionaba a un grupo de diez chicas de nuevo ingreso todos los años. Cualquiera pensaría que elegiría a las más vulnerables, las más endebles e indefensas, pero no, todo lo contrario, buscaba las que tenían coraje, las que la miraban a los ojos y se atrevían a desafiarla, como si algo pudiera asustarla.

—Romper lo frágil no es divertido, prefiero ser una experta domesticando fieras —solía decir.

Todas pensaban que era una broma, incluso esperaron una de sus carcajadas, era una de esas personas que disfrutaban riendo, echando la cabeza hacia atrás y abandonándose en que lo absurdo a veces era divertido. Sin embargo, no era mentira, estaba lejos de ser un chiste. ¿Para qué molestarse en quebrar algo que con un simple roce sucumbiría? ¿Por qué eso le causaría placer?

—Que me teman los más valientes es tener poder, pues no hay mérito en controlar a los cobardes, si los duros se ablandan nadie se atreverá a cuestionarte —decía también, sentada en su sillón favorito de la biblioteca con las piernas colgando en el descansabrazos, mientras movía un martini y jugueteaba con su aceituna, la cual reventaba con sus dientes blancos y perfectos esbozando una sonrisa descarada.

Y era verdad, ¿no lo crees? Por más loco que sonara. El domador de leones tiene que vencer al animal y mostrarle su poder para que esconda las uñas y los colmillos. No hace falta la fuerza, para fracturar la voluntad indomable solo se necesita un látigo dando en el punto indicado.

Eso hacía, empezaba enviando una invitación de papel elegante y tinta dorada, junto a esta un mapa, en un sobre rosa, el tono de los sépalos de un arbusto Fuchsia; así era como lo describía al ordenarlas.

Siempre tan perfeccionista, se esmeraba en cada detalle porque eso fue lo que aprendió, le enseñaron a cuidar las apariencias, a ocultar las heridas y grietas con sonrisas falsas, le enseñaron a usar perfumes caros para esconder el hedor de la hipocresía y la maldad.

—¿Para qué esforzarse tanto? —preguntó Siannia alguna vez luego de hacer una mueca.

—Cuando vas a pescar necesitas una carnada, cielo —respondió.

Las lindas invitaciones eran el ardid, la artimaña que buscaba atraer a las presas, a los peces. Y ellas se acercaban, atraídas por lo que significaba ser elegidas por una Faber, creyendo que podrían vencerla, agradarle, convertirse en sus amigas o dejar claro que no estaban en su contra. Ser invitada era la entrada a un campo de minas, a un bosque lleno de trampas para osos.

¿Qué pensaban las demás de eso? Siannia decía que era una estupidez, que tarde o temprano habría consecuencias, no hace falta decir que era la más cuerda; las intenciones de Fiorela podían resumirse en que pensaba que Chantelle no era mala, que solo necesitaba el cariño que no encontraba en ningún lado, darle apoyo era demostrarle que podía confiar; a Zoey le daba cierta satisfacción, se desquitaba con las personas equivocadas por lo que le hicieron una vez; Adria, por otro lado, no podía entender los juegos de las niñas ricas, pero estaba desesperada por encajar, habría hecho cualquier cosa.

Sin embargo, todas en el fondo eran igual a Chantelle Faber, aunque les costara admitirlo, aunque les doliera verse reflejadas en ella, quien cumplía sus deseos más siniestros, esos que escondían en el fondo de sus mentes y mantenían guardados bajo llave. Necesitaban sentirse poderosas sin importar la forma de llegar a eso.

Ahí estaban una vez más frente a un grupo de chicas, reunidas en el salón de la casa de la piscina, el que destinaban para fiestas y eventos.

Todos los años la señora Clementina Faber le regalaba a su nieta una colección de su marca de maquillaje, exclusivos y lujosos, en empaques que parecían de oro rosa. Así que Chantelle los tomaba y mandaba a que alguno de sus sirvientes escondiera tiras de papel con los retos que las elegidas debían cumplir.

—Son como galletas chinas, solo que no adivinan la fortuna, te obligan a buscarla —decía ella.

Algo irónico, lo sé, pues las galletas chinas y sus mensajes positivos pretenden animar a la gente o llamar su atención. Los labiales de las princesas siempre provocaban desgracias.

Te voy a explicar para que entiendas, al ser invitada debías seguir las instrucciones de la invitación: asistir a la reunión, buscar los retos contenidos en los labiales por medio del mapa y cumplirlos antes del amanecer sin separarse del resto.

«Tic, toc... El reloj avanza, si no te apresuras vendrán las consecuencias» era la frase grabada en el mapa, una amenaza que al final de la noche cumplirían si no hacías lo que te pedían. Ninguna se había negado, todas habían cumplido... hasta ese día.

La noche en la que perdió el control y todas vieron su debilidad.

El cabello rojo teñido, largo y sedoso de Indiana Carver sobresalía del resto, era como una fogata encendida. En casa de los Faber había mucha oscuridad y no por falta de luz, así que las llamaradas de ese cabello tenían a la dueña de la casa de los nervios. No le agradaba, la quería lejos, así como a su familia de estafadores.

Era la primera en la lista.

Indiana las miró, suspiró como si no supiera que hacía ahí y observó el mapa. No tenía que buscar demasiado ni esforzarse. El labial estaba en la piscina. Todas salieron y se acercaron a la orilla, desde ese lugar podían ver el labial en el fondo. Ella no esperó más, se lanzó, nadó hasta llegar al tesoro y salió a tomar aire.

En la superficie, Indiana abrió el labial y sacó el papel, lo leyó bajo la atenta mirada de todas las chicas. La chica alzó la cabeza y negó, luego de arrojar el papel al agua.

—No voy a hacerlo —soltó y alzó la barbilla con toda la dignidad que pudo.

Una sonrisa macabra apareció en el rostro de Chantelle, una que buscaba esconder la rabia que crecía dentro suyo, falló pues algunas jadearon, otras se alejaron de ella como si temieran verla explotar.



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Editado: 10.02.2021

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