-Queridos hijos, saben cuánto los amo y cuánto deseo verlos crecer. Este es el día más difícil para una madre: el día en que sabe que va a morir para darles vida. Mi corazón está con ustedes... también mis entrañas.
—exclama la madre de Horacio y Tairrael, llorando.
—El médico me dijo que mis dos niños nacerán unidos… y yo moriré, al menos en parte. Su padre tiene miedo.
—continúa, con lágrimas en los ojos.
—Como madre, siento que algo los acecha… ¿pero qué es? Espero que solo sea un procedimiento rápido, y que pueda protegerlos.
—susurra antes de recibir la anestesia.
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La madre comienza a perder la conciencia. Despierta aturdida.
Vi al médico con un bisturí en la mano. Apareció con dos bebés unidos. Me asusté cuando me dijo que era imposible separarlos. Yo quiero que se amen como hermanos, no que estén condenados a ser uno solo para siempre…
—la madre cae desmayada y despierta más tarde.
El médico me dijo que intentará ver si es posible separarlos. Solo un milagro los mantendrá con vida… están malditos: comparten un solo corazón y un solo pulmón. Una aberración… cuatro piernas, cuatro brazos, dos cabezas, dos sexos… pero un solo corazón y un pulmón entre ambos.
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Ocho años después
Mis chiquillos fueron discriminados en el colegio… los arrojaron por las escaleras. Los van a operar. Ojalá algo divino los proteja.
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Al día siguiente
—Sus hijos están bien. Logramos separarlos. Cada uno tiene su propio cuerpo, ya no comparten la piel. Cuando eran pequeños parecía imposible… pero algo, no sé qué, los estaba separando desde dentro.
—dijo el médico, intrigado.
—Como madre de siameses, ver esto es un milagro… ojalá ese niño que los empujó se muera.
—exclamó la madre, con rabia contenida.
—Están listos, pueden irse.
—dijo el médico, viendo a los dos niños caminar con dificultad.
—Estoy feliz de que puedan hacerlo… mañana no los enviaré al colegio.
—dijo la madre, acariciándoles el rostro.
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Al día siguiente, comenzó la guerra. Cayó una bomba en el colegio y en los alrededores.
—Hijos míos, el ejército se acerca. Su padre está arriesgando su vida… ¡Debajo de la cama, rápido!
—gritó la madre, intentando mantenerse serena mientras las balas perforaban las paredes.
—¡No toquen a mis hijos! Apenas pueden caminar… ¡fueron separados ayer!
—gritó el padre. Los soldados lo encadenaron y se lo llevaron.
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Los soldados irrumpen la casa. Sacan a la madre, a Tairrael y a Horacio.
Tairrael se levanta y pelea como si no estuviese enfermo… pero se veía débil, casi monstruoso.
Horacio intentó negociar. Solo habló.
—Yo me llevaría a este. Se ve más sano para la guerra.
—dijo un soldado, señalando a Horacio.
Tairrael intentó atacar, pero fue golpeado con un arma, quedando inconsciente. La madre lo protegió con el cuerpo.
—Hijo… cuídate. Cuida de tu padre.
—susurró la madre.
—El destino cayó sobre este cuerpo… y quienes nos rodean están malditos, menos nosotros…
—susurró Tairrael en sueños. La madre soltó una lágrima.
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No volvieron a ver a Horacio. Días después, llegó la noticia de que su padre había muerto en la guerra.
—Hijo… Tairrael… no odies a los débiles por buscar fuerza. Odia a los fuertes… por nacer.
—dijo la madre, abrazándolo.
—Seré un buen maestro. Les enseñaré lo que es la vida… estudiaré para ello. Veré a mi hermano cuando cumpla diecisiete.
—respondió Tairrael, con odio ardiendo en los ojos.