En la corte del bosque eterno no había nuevos nacimientos. Pasaron dos siglos desde la última vez que se escuchó el llanto de un nuevo bebé feérico. La situación tenía a todo el mundo tenso. Se veía venir la extinción de la corte si no se tomaban medidas para contrarrestar la baja natalidad.
Las mujeres feéricas no eran las más conocidas por su fertilidad. En muchas ocasiones, era frecuente que existiera una diferencia de siglos entre un hermano y otro. La situación provocaba que, poco a poco, se advirtiera la extinción de estos seres si no se hacía nada para evitarlo.
Y esta, es una de las principales diferencias entre humanos y hadas. Mientras que de los primeros, sus cifras aumentaban a pasos gigantes; en los últimos sucedía lo opuesto. La especie que tanto repudiaban y subestimaban se multiplicaba por miles cada día, mientras que la población de los que se consideraban superiores, decrecía.
Esta notable diferencia fue lo que marcó un evento conocido como «la cosecha». En el que cientos de humanas fueron encantadas y raptadas de sus hogares para servirles a la corte y darles hijos, con la esperanza de que los mismos heredaran aptitudes mágicas.
«Debemos irnos, ya».
Entre las mujeres raptadas, se encontraba una que había vislumbrado al príncipe heredero de la corte. La mirada del hombre se iluminó en el momento que distinguió a Nyla Miranda; una hermosa humana castaña de pelo ondulado, y ojos del color de las avellanas. El príncipe quedó maravillado por su delicada piel tostada, y labios rosados. Haciéndose de la decisión de apropiarse de ella.
A él no solo le interesaba procrear como los demás nobles. Quería algo más. Su deseo porque sus sentimientos fuesen correspondidos de la misma manera, lo llevó a despertarla del encantamiento que la obligaba a guardar obediencia.
Como era obvio, todo alrededor de Nyla y el tema feérico le produjo una gran impresión. No entendía dónde se encontraba, cuánto tiempo había pasado, y se preguntaba una y otra vez por la familia que dejó atrás. Ansiaba regresar y escapar de ese mundo que nunca terminó de comprender. ¿La magia existía? ¿Cómo era posible? Y la pregunta más importante, ¿qué hacía allí?
Ella no tenía escapatoria. No importaba lo mucho que le insistiera al príncipe heredero por su liberación. Él trataba de convencerla de que en ningún lugar iba a estar igual de bien como a su lado. El príncipe la amaba, y nunca permitiría que la separasen de sus brazos.
Nyla le pertenecía.
El brillo de la mujer comenzaba a apagarse. No se mostraba interesada por las cosas mágicas que el príncipe le mostraba, ni por los múltiples regalos que le ofrecía. Lo único que anhelaba era regresar a aquel mundo que el feérico despreciaba, y no entendía por qué lo quería más que a él. ¡Era un príncipe! Pronto se convertiría en rey. «¿Por qué su condición no bastaba para tener a la mujer que quería?», se preguntó muchas veces.
Y eso incrementaba su obsesión.
Todo cambió un día en que visitó a Nyla, en la habitación donde la tenía encerrada para evitar su escape, en que ella le dedicó la primera sonrisa «sincera» en meses. Él estaba acostumbrado a verla reír, pero todo por el encantamiento. Desde su despertar, la mujer nunca le había dedicado una sonrisa como la de aquel momento.
Ella le sonreía. Se reía de sus chistes. Decía quererlo, y cada tanto, entrelazaba su brazo con el suyo bajo la promesa de que quería estar a su lado para siempre. Como era de esperarse, el príncipe se sintió complacido. Él rebozaba de alegría ante el hecho de haber conquistado el corazón de la mujer que amaba.
No duró mucho en convertirla en su esposa bajo las críticas de los demás miembros de la corte. Pronto, Nyla empezó a salir de la habitación y pasearse por los exuberantes jardines de la fortaleza.
Ella contemplaba el mundo por el que se había rendido de escapar. La mujer, que al principio no fue traída como algo más que una «incubadora» se convirtió en la esposa del príncipe heredero de una de las cortes más prestigiosas de las tierras altas. Y en su vientre cargaba a su primogénito.
Ya no solo se tenía que preocupar por su supervivencia, sino por la del bebé que crecía en su interior. La noticia de su embarazo fue el combustible que desencadenó su decisión. Antes se había rendido porque veía imposible escapar de su perturbado marido. No le quedaba de otra que permanecer sumisa ante las pretensiones del feérico egoísta, pero era diferente siendo madre. No quería que su bebé pasara por lo mismo que ella, sufriendo los abusos de la corte o lidiando con su padre obsesivo.
Tenía que hacer lo que sea por escapar, aun si hacerlo atentaba contra su vida.
Fue ahí cuando conoció a un cortesano que llevaba tiempo interesado en ella, pese a que era la esposa del príncipe. Nyla poco a poco empezó a acercarse a él. A veces conversaban, en otras se sentaban en la orilla de un lago sin intercambiar palabras y en muy pocas ocasiones, la mujer llegó a compartirle recuerdos de su antigua vida.
El cortesano quedó encantado por su mirada melancólica. Como casi nadie entendía las emociones humanas, a él le parecía cautivadora las vibras que emanaba el rostro de Nyla. La mujer mentía. Lo hacía una y otra vez, pero nadie se daba cuenta porque era la única que podía hacerlo.
La humana era consciente de que le parecía atractiva a muchos feéricos, pero no por su belleza; sino porque la mayoría estaban intrigados por descubrir lo que el príncipe vio en ella.
—¿Estás seguro de que funcionará? —le preguntó Nyla al cortesano.
Ellos habían planeado su escape durante mucho tiempo. Ese día, en que el príncipe partió para regresar en dos días, fue cuando dieron inicio a su plan.
A Nyla le faltaba poco para dar a luz. Si todo salía bien, la mujer se imaginaba recibiendo a su bebé en un hospital humano; a un mundo de distancia de su esposo. Todo con la ayuda del cortesano, el cual se encargó de eliminar todas las huellas que pudieran apuntar a su persona.