Príncipe arrogante

◦✧◦❀ Capítulo 1 ❀◦✧◦

Me gustan los postres. De hecho, me encantan. ¿Si hay algo que me guste más? Hornearlos.

Bizcochos clásicos, brownies, cheesecakes, flanes... me faltarían los dedos para contar la enorme cantidad de postres que sé hacer.

Existen los ratones de biblioteca, y yo también lo he sido a la hora de buscar recetas, pero en mi caso me considero más como un «ratón de cocina». Y aunque se supone que en la cocina no debería haber ratones a menos que estemos en Francia y me llame «Lingüini», estoy segura de que doy a entender mi punto.

Eso espero.

Dicho esto, creo que es sencillo suponer cuál es mi más grande aspiración desde que conocí el mundo de los postres.

Deseo hacerme de mi propia repostería.

—¡¿Pero qué demonios tienes en la cabeza?! —mi jefe le grita a uno de los meseros por séptima vez en el día—. ¡¿Tu mamá no ingirió el suficiente ácido fólico?! ¡¿Eh, anencéfalo?!

No obstante, para cumplir la aspiración de tener un negocio propio y hornear lo que quiera mientras escucho música Kpop de fondo, primero debo soportar mi pésimo ambiente laboral.

Puede que mi naturaleza me haya hecho tolerante a todo tipo de maltratos. Y es que, soy de las pocas que ha permanecido por tanto tiempo: un año y contando.

No tengo opción. Las cuentas no se pagan solas, y es esto o lo otro que no es tan agradable como el rico aroma de una carlota de limón recién sacada del congelador.

A muchas personas les doy miedo por la increíble cantidad de postres que puedo comer, pero es que son tan deliciosos y apetecibles que, en vez de deberle al banco, estoy endeudada con mi repostería favorita. La cual no es donde trabajo, por supuesto que no. Jamás le supondría una ganancia a ese calvo imbécil que se hace llamar mi jefe.

—Faye —me llama, y de inmediato me tenso. ¿Habrá escuchado mis pensamientos? Hay ocasiones en las que pienso que sí—. Estamos cortos de personal y abarrotados de clientes. Necesitaré que te quedes un par de horas más de tu horario laboral.

¿Qué se cree? Tengo planes. No es la primera vez que manipula mi horario laboral a su conveniencia. Ni siquiera me las paga. Al menos no monetariamente, sino con una rebanada de pie. ¿Es eso justo? Por supuesto que no.

—Sí, claro —asiento con desgana.

—Sé que me pediste que te dejara los jueves libres, ¿pero estás disponible para mañana? Necesito personal. No sé qué tienen los jóvenes de hoy en día que no quieren trabajar. Son un montón de vagos.

Pues debería probar tratándolos con dignidad. Quién sabe si de esa manera le duren más de un mes.

—Mañana... —dudo un poco.

No me conformo con las recetas que he aprendido, sino que asisto todos los jueves a clases de repostería. Mañana justamente nos enseñarán a preparar entremet.

Es un día muy importante.

—Bien, te veo mañana.

Ahora veo que no fue una pregunta.

Según mi contrato, trabajo ocho horas de lunes a viernes, y media jornada los sábados. No obstante, casi siempre termino saliendo a las nueve, y los sábados a las cinco. Inclusive, ha habido ocasiones en las que he hecho «horas extras» los domingos.

Ni siquiera puedo decir que me sostengo de la propina de los clientes, puesto que los reposteros no cuentan. Soy la sombra que se oculta detrás de cada sonrisa complaciente después de probar cualquier rebanada de pastel.

—Deberías ponerle un alto —me comenta Kiara después de que el jefe se marchara.

Ella fue la primera amiga que hice cuando llegué a este mundo, y la persona que me consiguió este trabajo.

Kiara es una chica delgada y de piel trigueña. Cada equis tiempo luce un nuevo color de cabello, teniéndolo actualmente rosa hasta que se canse de su aspecto. La verdad es que ha sido mi apariencia favorita, ya que de paso se cortó el cabello hasta las orejas, lo que le sienta bastante bien, por más que a varios compañeros les diera un infarto cuando llegó a la repostería presumiendo su nuevo cambio de look.

—Sí, debería —echo un suspiro.

Por alguna razón tengo debilidad con los humanos. Se me hace bastante difícil decirles que no. Además, no me puedo dar el lujo de perder este trabajo.

Ya lo dije antes, es esto o lo otro.

Creo que la necesidad se me ve de lejos, y por eso el jefe es un abusivo conmigo con el tema de los horarios.

—Oye, y ya que estamos... —siempre me causa mala espina cuando ella se me acerca con una sonrisa en los labios—. Tuve muchos gastos en el último mes. ¡No sé cómo pasó, pero me he llenado de deudas! Tú... ¿podrías prestarme algo de dinero?

El jefe no es el único que se aprovecha de mi ineptitud.

—Ya me debes dinero —le he prestado más que cualquier banco—. Deberías hacer un curso sobre cómo administrarte.

—Ah, cierto —vuelve a sonreír—. Prometo pagarte todo lo que te debo el mes siguiente, ¡y con intereses añadidos! —une las manos para causarme lástima—. Faye, por favor. ¡No me queda dinero para comer!

Rodando los ojos, me saco el celular del bolsillo y abro la aplicación del banco. No me queda de otra que ayudarla. Se supone que los humanos deben estar para sus amigos, ¿no?

«¡Gracias! ¡No sé qué haría sin ti!». Digamos que me alegra escucharlo de su parte.

Llegué al mundo mortal hace... ¿seis años? Preferiría no contarlo.

Por fuera aparento ser humana. Mis ojos avellanas son mortales. Mi largo y alborotado cabello café también lo es. Y ni hablar de mis orejas, las cuales son tan redondas como las de cualquier mortal. Inclusive mi piel tostada está llena de imperfecciones. Tengo lunares desde la cabeza hasta los pies, cosa que las criaturas que habitan en el otro mundo no tienen.

Ahora bien, por más que mi fenotipo indique una cosa, por dentro es distinto. Tengo un par de ventajas que, como alguien que se ve como humana, me benefician bastante.

¿Que cuáles son? Es un secreto. Al menos por ahora. Guiño.

◦✧◦

—¿Qué haces aquí?

Luego de una dura jornada laboral, lo que menos esperaba era encontrarme con mi ex a las afueras del establecimiento. Se nota que esperaba a que finalizara para interceptarme. ¿Por qué hace todo tan complicado?




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