El mundo de los feéricos está dividido en cortes, siendo la principal y más importante, la corte del emperador. Según tengo entendido, cada corte tiene a su rey, el cual le debe su lealtad absoluta a Arion Thornvale.
No sucede como con los humanos. Una vez que un rey feérico le jura lealtad al emperador, no puede traicionarlo. Sin embargo, no por eso queda exento de confabular en su contra, ¡son tramposos! Claro que buscarían una manera de obtener algún beneficio sin importarles ir en contra de la suma corona.
Nunca me he interesado demasiado por las políticas feéricas. Solo conozco lo que todo el mundo sabe, pero me parece muy extraño que un príncipe de espinas haya sido exiliado. ¿Qué hay de su herida?
Él parece ignorar su intento de asesinato. ¿Sabrá quién fue el responsable? Es posible que no confíe en mí, y que por eso no esté abierto a hablar del tema.
—¿Dónde conseguiste eso? —lo veo entrando con su tan ansiada botella de vino.
Zyran se fue hace dos horas, y regresó con ropa mortal y una botella en manos. Tal y como antes, lleva puestas sus gafas. En la cabeza usa un gorro que le cubre las orejas.
Cuando se marchó sin decir nada, pensé que no volvería. Lastimosamente me equivoqué.
—Los humanos son muy amables —comenta sentándose en el sofá, dejando la botella sobre una mesita—. ¿No son las una de la madrugada? ¿A qué hora duermes? —hace una pausa para que le responda, pero yo decido ignorarlo.
Estoy en el balcón. Reviso mis estados financieros desde mi laptop.
—¿Qué tanto haces? Deja eso y ven a celebrar conmigo.
—¿Y qué cosa tengo que celebrar con un total desconocido?
—Te introduje a mi corte. ¿Lo olvidas? Aquí siempre hay un motivo para celebrar.
Él se marcha a la cocina, y de allí viene con dos copas. Zyran toma asiento frente a mí, dejando la botella sobre la mesita del juego de sillas. Con una pequeña sonrisa, rellena ambas copas; deslizando la que me pertenece sobre la superficie. Sabe que si me la pasa directamente, no la pienso aceptar.
—¿Por qué te quitaron las alas?— dejo la computadora a un lado.
Por un instante, él borra su sonrisa.
—Por amor —le da un sorbo a su bebida.
¿Amor?
—¿Fuiste mutilado por amor? —mi pregunta provoca que apriete la copa.
—No quiero responder tu pregunta. ¿Podría no hacerlo, o es un requisito para que bebas conmigo?
—Hmp —tomo la copa—. Brindemos porque yo te salvé la vida —sonrío bebiendo.
Que no se le olvide que me debe un favor.
—¡Por Faye! —alza su copa.
No soy de beber mucho, menos si estoy siendo invadida por un extraño. Solo me bebo dos copas, mientras que Zyran se queda con el resto. Él se toma muy en serio su pertenencia a su falsa corte.
«La corte del vino y la champaña».
—¿Cuándo te irás? —le pregunto pasado un largo rato.
Pese a que no bebí mucho, me siento mareada. Tengo el cuerpo recargado en el espaldar de la silla metálica, a la vez que mi cuello reposa en el borde de la misma.
No creo que pueda llegar a la cama. Me he quedado sin fuerzas.
—No puedo irme. Te prometí que me quedaría contigo —él es otro que se encuentra en las nubes. Saborea la botella esperando a que caigan las últimas gotas de alcohol.
Es un príncipe borracho.
—De la única forma que podré marcharme, será rompiendo la promesa —no me gusta cómo suena.
Él no definió un tiempo límite, por lo que hizo una promesa bastante ambigua para tratarse de un feérico. Si no hay un tiempo definido, es porque es para siempre.
De romperla tendría que matarme. No obstante, ¿no dijo también que me protegería? ¿Cómo se asesina a la persona que juras proteger?
No me conviene tener algo que ver con un príncipe exiliado. ¿Y si ella me encuentra?
—Olvida la promesa, y vete —echo un suspiro. Tengo sueño—. Mi vida tiene el drama suficiente como para lidiar con el tuyo.
—¿Cuál es tu verdadero nombre? —pregunta de repente.
—Faith.
¿Qué? ¿Por qué respondí? ¿Estoy tan borracha? Pero si solo fueron dos copas.
—Con que Faith, eh —¿Por qué sonríe?—. Dime, Faith. ¿Por qué no puedo hechizarte? ¿Usas alguna joyería que me lo impide? Podría desnudarte para comprobarlo, pero no me parece justo para ti. Solo tengo curiosidad.
—Soy... un híbrido.
Definitivamente, me drogó. Algo tenía el vino, y con razón estaba tan insistente porque lo tomara con él.
—Tú... —intento levantarme, pero mi cuerpo no responde—. ¿Qué me diste?
—No entiendo. Dices ser una híbrido, pero caíste demasiado fácil. No eres la única que sabe de venenos —cruza los brazos de manera victoriosa—. Acabas de ingerir fruta de la verdad en tu bebida. Es muy eficaz con los humanos. Además de tener un efecto relajante, claro.
—¿Qué te da el derecho de drogarme? —me asusta que haya venido por mí. No puedo regresar a ese lugar —Eres un príncipe, ¿no? ¿Por qué un príncipe se detendría a drogar a una mujer común?
—Soy una persona curiosa. Es todo. No le busques una gran explicación a mis acciones.
¿En serio nada más lo hace por curiosidad? ¿En qué mente cabe?
—¿Cómo es que eres un híbrido? Tus orejas son redondas. Te ves como una humana de la cabeza a los pies.
—Soy de la minoría que se inclinó por su lado humano —detesto hablar de ello. El que me obligue hacerlo, me hace odiarlo.
—¿Eres de los híbridos nacidos por la cosecha?
La pregunta resuena en mí. No tengo idea de quiénes fueron mis padres, pero considerando las probabilidades, es posible que sea producto de ese acto atroz.
—¡Vete de aquí! —me levanto de repente, usando la poca fuerza que me queda—. ¡No quiero saber nada de un horrible feérico como tú! —la descarga de energía me dura poco. Caigo al suelo a los segundos, sintiendo los párpados pesados.
—Bueno, a la cama.
¿Y ahora qué hace? Él me carga en sus brazos, llevándome a la habitación. Mi mente está perturbada por los efectos de la droga y su embriagador aroma a rosas.